La amistad es uno regalos con los que Dios premia a los hombres de buena
voluntad.
Cuando leí el artículo que sigue a mis líneas, y vi que era de José María
Portillo Fabra, en lo primero que pensé es en el porqué de su seudónimo: “El
hombre tranquilo”. Normal… porque quien lo ve casi a diario de aquí para allá,
siempre entregado a su Tertulia “el Castoreño”, es lógico pensar: ¿qué tiene de
tranquilo?, ¡ahhh…! Eso lo sabe el que comparte con él sus siempre interesantes
conversaciones.
Amigo José María: yo no nací en Jaén pero, por exigencias de mi trabajo,
pasé casi la mitad de los años vividos por aquellas tierras y se de lo que
hablas, y de que a los verdaderos amigos no hace falta darles muchas palmaditas
en la espalda. Por eso, leyendo lo que como homenaje le dedicas a tu amigo Juan
Lamarca, escogí estas frases que hablan de lo que significa la amistad. Dudo
que no las conozcas porque con el enorme nivel cultural que tienes seguro que
alguna vez en alguna ocasión las hayas tenido delante. Aunque también pienso
que están dentro de lo que tú concibes como amistad.
Mi enhorabuena por tu artículo, la que extiendo también a Juan Lamarca por
su reciente y merecido homenaje.
Como decía, hay muchas frases bonitas
que definen la amistad pero yo, entre
ellas, escogí estas:
El buen amigo es como el dinero que antes de necesitarlo sabes
el valor que tiene.
El buen amigo te mira como un fin y no como un medio.
Un buen amigo es quien te reprende en secreto y te alaba en
público.
El hombre más rico no es el que conserva el primer dinero que
ganó sino al primer amigo que tuvo.
La verdadera amistad es cuando entre dos el silencio es ameno.
Los amigos no son para matar el tiempo si no para vivirlo con
ellos.
El buen padre es un tesoro, el buen hermano un consuelo y el
buen amigo ambas cosas.
Los falsos amigos son como la sombra que solo te siguen mientras dura el sol.
Domingo Echevarría
Sábado, 2 de mayo de
2015
Juan Lamarca y aquel quite desde el
palco
EL HOMBRE TRANQUILO
Córdoba, 1 de Mayo de 2015.
El sentido de la amistad de los nacidos de Jaén es tan
natural, que a veces parece que los has conocido de toda la vida.
Ese es el caso de Juan Lamarca. No lo traté hasta hace relativamente pocos
años, pero nuestra mutua consideración se ha ido consolidando de tal forma, que
en este momento pienso que, tras aquella charla inicial en Córdoba, en la sede
de la Tertulia "El Castoreño", ya éramos tan amigos como lo somos
ahora.
El haber crecido en una provincia que tradicionalmente era de las más
ganaderas de España, hizo sentir a Juan que el toro de lidia formaba parte del
paisaje físico y espiritual español, y como España es para él, más que una
Patria, una adoración aprendida al mismo tiempo que del Santo Rostro de su
capital, se convirtió no en aficionado, sino en creyente de la Fiesta de los
toros. Y de ahí a hacerse oficiante sólo hubo un largo y esforzado paso, el de
ser presidente de la Plaza de Toros de Las Ventas, el mayor rango de aficionado
que se puede alcanzar.
Cumplida una amplísima etapa en el palco de la Monumental, ahora sólo
guarda de ella buenos recuerdos. Pero de esos recuerdos destaca uno de los que
pueden enorgullecer a un aficionado.
Sucedió en una tarde de borrasca en el ruedo y en el tendido, cuando
Alfonso Ordóñez, haciendo con una mano visera para ver a través de la cortina
de agua y en la otra el par de banderillas, no veía el tercio menos embarrado
para entrar a colocar su segundo par. El toro de pavorosa cara y amo del ruedo
llevaba clavadas solo dos banderillas y Alfonso había dado varías pasadas en
falso. Juan Lamarca no se lo pensó. Se impusieron el ser humano y el aficionado
al usía, y sacó el pañuelo cambiando el tercio librando al banderillero de un
peligro cierto. La borrasca se convirtió en galerna. Se enfadó la plaza con
gran alboroto contra el palco.
Unos días más tarde, y a la salida de la plaza tras la corrida de turno, vio
como su amigo Juan Antonio Gómez Angulo se plantó para saludarle
acompañado de Antonio Ordóñez que sin mediar palabra se echó al cuello
dándole un abrazo.
- He tardado en localizarle, pero no quería dejar de verle para darle las
gracias. Le invito a cenar y se lo cuento.
- Muchas gracias, maestro, pero me es imposible por un compromiso ya
adquirido.
- Pues entonces nos vemos mañana. Pero antes quiero decirle que quizá le ha
salvado usted la vida a mi hermano. Yo estaba en el callejón con los apoderados
y los toreros estaban alerta porque sabíamos que el toro iba a coger a Alfonso.
Usted lo vio y cambió el tercio. Esta tarde ha hecho un quite desde el palco
con un pañuelo.
De la emoción de ese día derivó una cordial y extensa relación entre torero
y usía, fruto del agradecimiento de uno y de la admiración del otro.
Me sumo con estas líneas al homenaje a Juan Lamarca, brindándoselas por
buen amigo, por buen presidente y, como decía siempre el maestro Pepe Luis
Vázquez, por buena persona. Va por usía.
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