Dos hechos
consustanciales: Córdoba y la fiesta de los toros
Refiriéndose a la figura en bronce de "Manolete" ante la
parroquia de Santa Marina, Mercedes Valverde dice que Córdoba es la
ciudad en la que los califas dialogan con las iglesias.
Y yo pienso que ni las iglesias ni la tauromaquia pueden abolirse
en Córdoba sin alterar la sustancia moral de nuestra ciudad, del
mismo modo que no podrían abolirse su Semana Santa o su pasado
árabe y judío. Y es que, gusten o no, los toros están
aquí en nuestro pasado y en nuestro presente.
Los Califas del Toreo y los toreros en general fueron - y son -
personajes que definen la personalidad de la ciudad de Córdoba desde
el siglo XIX. Ello se debe a su integración en la sociedad
cordobesa de una forma que no se ha producido en ninguna otra ciudad
de España, salvo quizá Sevilla.
Hay que ver lo que significa que "Lagartijo" sea aún
considerado como un custodio de los menesterosos - las célebres "lagartijadas"-;
o que, como personalidad emblemática de nuestro país, fuera
requerido hasta el París del exilio por la reina Isabel II para
participar en los actos benéficos pro damnificados de una catástrofe
en el Levante español; o que, en fin, su efigie preste rostro al primer
monumento escultórico de Córdoba, el del Gran Capitán de la Plaza
de las Tendillas.
Hay que ver lo que supone que el rey de España cultivara la
amistad personal de "Guerrita" cuando la Monarquía lo era por la
Gracia de Dios (un verano, en San Sebastián, Alfonso XIII le comentó:
"Mira, Rafael, el periódico dice que en Córdoba están a
45 grados", y respondió el torero: "Sí, majestad,
y yo aquí en San Sebastián perdiéndomelo") y que al
mismo tiempo, el torero fuera venerado por gentes sencillas, que
cuando visitaban Córdoba tenían como paso obligado el "Club
Guerrita", por si podían ver al Califa tras los ventanales del salón.
Hay que ver lo que significa que una gesta taurina del más
humilde de los toreros cordobeses, "Machaquito", fuera
inmortalizada por Belliure en su más famosa escultura, o que dicho torero
tuviera como confidente a Benito Pérez Galdós o, en fin,
que el apodado "Machaquito" fuera Excelentísimo Señor
al ser condecorado con la Cruz de Beneficencia y que dicho
diestro terminara fundando una familia integrada en la aristocracia
cordobesa.
Hay que ver lo que significa que a "Manolete", tras
alcanzar la admiración del Hollywood de la época dorada, o la del entonces
más famoso deportista del mundo, el boxeador Joe Louis, lo dirigiera el
padre del cine europeo Abel Gance, o que fuera solicitado en
México por el presidente de la República en el exilio tras verle torear
una tarde en la Monumental de Insurgentes, a pesar de haber estado el
diestro de Córdoba durante contienda en la otra Zona.
Hay que ver lo que significa que "El Cordobés", muchacho
hambriento en la postguerra, pueda contar: "Un día estábamos
Franco y yo de cacería, los dos solos, él atento al monte y yo detrás
de él con una escopeta. Y mi padre, republicano. Y yo me decía: ¡pero si el
que tiene valor es él, no yo!". Y que poco tiempo después,
el torero que fue muchacho hambriento en la
postguerra, fuera invitado de la Casa Blanca de la era
Kennedy.
Y así podríamos
continuar con toreros más recientes y actuales, que siguen definiendo
una parte del carácter de nuestra ciudad, de su sustrato histórico
y moral, porque Córdoba y su tauromaquia comparten la misma
sustancia. Incluso los toreros cordobeses han dado nombre a los lugares en los
que tuvieron asiento: la Cerca de
Lagartijo, la Acera de Guerrita, la Huerta Machaco, la casa de Manolete, el
hotel de El Cordobés...
En Córdoba, como en Sevilla, no se trata de posicionarse en las porterías
del partido entre "toros
sí" contra "toros no", sino en el
partido "Córdoba sí" contra "Córdoba no".
Somos herederos de nuestro pasado, y en el pasado cordobés está la tauromaquia.
Con todo mi respeto y, si se me permite, afecto
para quienes rechazan la fiesta de los toros.
José María Portillo Fabra
Presidente de la Tertulia Taurina "El Castoreño"
Foto: Jose Luis Cuevas
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