Opinión: “Finito de Córdoba”, una forma de ser y estar en la vida y en el arte
La Tauromaquia, en su categoría de arte sin igual y de ritual de características incomparables, siempre ha exigido a sus protagonistas que estén dotados de condicionantes superiores y especiales. En la Historia pocos son los casos de ese paradigma perfecto que rompe los moldes para volverse un caso único, especial y ejemplar.
Y eso es precisamente lo que ha sucedido con el Maestro Juan Serrano Pineda “Finito de Córdoba”. Que su personalidad, torería innata, su saber estar “en torero” dentro y fuera de la plaza lo convierten quizás en uno de los últimos espejos de lo más refinado, puro y asolerado de la Tauromaquia actual.
No es algo habitual en la Tauromaquia que el aficionado común pueda tener la suerte de acercarse a constatar de que humanidad están hechos sus ídolos taurinos. Desde ese punto de vista, me siento un afortunado porque el azar de esta, mi intensa pasión taurina, me brindó la oportunidad de acercarme a uno de mis referentes toreros, nada más y nada menos que al Maestro Juan Serrano “Finito de Córdoba”.
Esta oportunidad que me brindó la afición, sucedió en mi Ecuador natal en Diciembre del año 2015. Fue así, que por ocasión de un Festival Taurino, que con acierto y afición organizó el ganadero ecuatoriano Don Cristobal Roldán Cobo, pude concretar ese anhelo: conocer al “Fino” en persona y finalmente reconfirmar la máxima sentencia de Belmonte, de que “se torea como se es”.
Así, el Maestro Juan bajó con absoluta sinceridad de aquel pedestal taurino en que lo hemos puesto sus seguidores, para mostrarse más torero y con más verdad que nunca. No lo creía, pero era ese el Finito del traje blanco y oro de su alternativa en Córdoba, ese torero que me embriagaba de arte en mi infancia en los resúmenes y retransmisiones de Tendido Cero para América, ese que me hizo llorar a la distancia en su faena antológica en la México a un toro de “Reyes Huerta”; era ese Finito que me hizo romperme de sentimiento en la Feria de Quito de 1999 cuando se llevo a su casa más que los trofeos de esa Feria sino además el corazón de la afición de mi país. Era ese “Fino” de las más grandes e intensas tardes.
Si, era el “Fino” el que estaba junto a mí y su trato era como su toreo: puro, cabal, sincero, elegante, con valores. El Maestro Juan desgranó con verdad sus saberes sobre el toreo, habló con pausa, sin esconder nada en aquella improvisada tertulia taurina en Quito.
Pero el recuerdo se agrandaría días después al compartir tentadero con el Maestro, y todo se transmutó en un sueño. El halo de toreo grande lo impregnaba todo, y yo estaba ahí cerca, viviéndolo junto al “Fino”. De pronto, el Maestro en su generosidad me permitió compartir la becerra con él. Mi tensión era superior, el amago de unos ayudados por alto fue solo uno, luego la becerra apretó, y al instante al quite salió el Maestro Juan diciendo: “Cuidado, que este es uno de los míos”.
El ensueño de un tentadero especial seguía, hasta que en un arrebato final tomé un capote y ensayé, desconozco con que lucimiento, dos verónicas y una media que para mí valieron oro; porque acto seguido recibí el efusivo, sincero y emocionado abrazo del Maestro como si lo que hubiese hecho tuviera el valor del toreo más puro.
Este relato, quizá exageradamente personal, es el de una vivencia que transforma lo soñado en realidad, por la fuerza y el carácter de un torero con mayúsculas como Juan Serrano Pineda. Somos ante todo una forma de ser, y la forma de ser del “Fino” es la de como está en el toreo, con sinceridad, con entrega, con torería. Se torea como se es y la cercanía con el Maestro Juan me da la medida de su grandeza, de su humanidad y de sus valores.
Por eso el “Fino” no es un torero más, es la forma más auténtica de estar en el toreo. Y en la Tauromaquia solo se puede estar con torería, y eso es lo que le sobra al “Fino”, y es lo que más atesoramos de él los que de siempre lo seguimos.
Del Maestro se podrán decir muchas cosas, contar todos sus claros y oscuros profesionales, pero no se podrá jamás poner en duda de que hablamos de un TORERO que nació con el don especial del sentimiento, el arte y el señorío. Y eso es lo que hace de “Finito de Córdoba” un referente entre los profesionales y un ser apreciado al extremo de la pasión por lo cientos de su incondicionales.
Ahora que se avecina la efeméride de la celebración de sus veinticinco años de alternativa, muchos queremos hacer justicia con las emociones incomparables que nos ha regalado el Maestro Juan a lo largo de su carrera, que no son más que el reflejo nítido de la personalidad de un TORERO DE CULTO.
El “Fino” nació torero y “en torero” deja la huella de su impronta en el mundo.
Christian Eduardo Franco Tomaselli
Quito (Ecuador), 19 de mayo de 2016
Foto: Paco Gallardo
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