LA ESCUELA TAURINA DE CÓRDOBA
Ladislao Rodríguez Galán "Ladis"
Desde que yo era un niño me he sentido atraído por la Fiesta de los toros. Desde pequeños, a mis tres hermanos y a mí, nuestros padres, el fotoperiodista Ladislao Rodríguez Benítez "Ladis" y mi madre Antoñita Galán, que no se perdían un festejo, mi padre, además de aficionado, por motivos profesionales y mi madre por afición, nos llevaban a los toros a la desaparecida y añorada plaza de Los Tejares. Vivíamos en la plaza de Séneca e íbamos andando con mi madre, mi padre se iba antes para fotografiar los toreros y asistir a las tertulias que se formaban bajo la parra de la casa del conserje antes de que comenzara el festejo. Por la profesión de mi padre y su relación con el mundo del toro, sabíamos de los toreros de los que tanto hablaba la radio y la gente en los bares, sobre todo en el Negresco, El Imperio, la Marisquería El Puerto y la Sociedad de Plateros de la calle Cruz Conde, lugares de reunión de mi padre donde tantas veces le acompañé. Recuerdo que en esta última asistían José Luis de Córdoba (el mejor periodista taurino que he conocido), Manuel García Prieto, Juan Jiménez Soriano y otros entre los que se encontraba muchas veces El Pipo, descubridor de grandes toreros.
Recuerdo que al entrar a la plaza lo primero que hacíamos era saludar a la familia Llamas, conserjes de toda la vida y luego mi madre nos compraba una almohadilla, que eran de color gris y más pesadas que las de ahora. Nos solíamos sentar cerca de la música y luego, cuando acababa el festejo nos quedábamos hasta que salían el tiro de mulillas, la parada de cabestros y hasta el camión de la carne. Entonces ya bajábamos y salíamos por la puerta de servicio porque las otras ya estaban cerradas. Vivíamos la Fiesta con toda intensidad. Aunque algunas veces nos dábamos prisa para ver a los toreros salir a hombros. Y cantidad de veces nos sumábamos al cortejo que los llevaban en volandas hasta el hotel, que solían ser el Regina y el Simón. Todo eso para nosotros era un espectáculo.
Después, recuerdo que los festejos se daban también los jueves.
Eran novilladas económicas para dar oportunidades a los torerillos de Córdoba. Con el tiempo nos enteramos que hubo dos empresarios, en esa época, José Escriche y Emilio Fernández, que ayudaban de esta manera a que salieran nuevos valores. Y así surgieron grandes toreros que pasearon el nombre de Córdoba por todo el orbe taurino.
Que buenos recuerdos, para los que somos aficionados, y pensar que sin esa ayuda, sin ese romanticismo, se hubiera perdido un buen ramillete de toreros (El Pireo, Tortosa, El Hencho, Vioque, "Chiquilín",...).
Hoy lamentablemente la Fiesta carece de romanticismo. Se va a lo crematístico, sin más. Se organizan pocas novilladas porque no son rentables y, por esa consecuencia, no afloran nuevos valores en Córdoba.
Desde hace varias temporadas las empresas que han regido los destinos de nuestra plaza han ignorado por completo las novilladas. Y claro, eso repercute lamentablemente en el futuro de nuestros incipientes toreros y en la Fiesta en General. Si no se cuida la cantera, no hay relevo.
En Córdoba hay varios trofeos que premian la labor de los novilleros en la feria de mayo (Club Calerito, El Coto y La Sacristía) que llevan años sin poder ponerse en juego por carecer los carteles de novilladas picadas. Una pena.
Esta reflexión viene a cuento para expresar mi agradecimiento, ante tanto desaire a los que comienzan, a la ingente labor que está realizando el Círculo Taurino de Córdoba (fundado en 1963) y en especial a su Escuela Taurina (creada en 1977), que este 2018 entra en su 41 años de vida, al frente de la cual, desde septiembre de 2012, está Rafael González "Chiquilín" ( va a cumplir seis años en el cargo). Estar al frente de una Escuela supone esfuerzo, molestias y dedicación. Y hoy en día en que todos estamos atados por las obligaciones, no deja de ser ejemplar la entrega de este hombre a
esos chavales ilusionados con ser toreros, futuros toreros cordobeses.
Seguro que Rafael ( que surgió de la Escuela que hoy dirige) se acordará de sus comienzos, de lo duros que fueron y eso le anima a entregarse día a día, altruistamente, a esta noble causa.
Con puntales como Rafael, la Fiesta se agranda. En su momento fue un torero con vergüenza en el ruedo y hoy es un director serio y responsable.
Sé de su afición y del cariño que siente por esta tarea y estoy seguro que pronto surgirán uno o varios toreros, que devolverán a esta ciudad su grandeza taurina. Enhorabuena maestro por su calidad y capacidad para dirigir la Escuela (que funciona sin ayuda institucional alguna) donde se están forjando, llenos de ilusión, los futuros toreros cordobeses. Estoy convencido que por Vd. no va a quedar.
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