RAFAEL PÉREZ DE GUZMÁN
Militar y Torero
Muy pocos son los que conocen la historia del diestro cordobés Rafael Pérez de Guzmán y Fernández de Córdoba, descendiente de la noble familia de los Guzmanes, por cuyas venas corrían la sangre de aquél antepasado, gobernador y defensor de Tarifa, que mereció el nombre de Guzmán “El Bueno”.
Rafael nació en Córdoba en la casa número 2, más conocida como la de los Guzmanes de la calle de las Campanas, (hoy Sánchez de Feria), el día 1 de abril de 1802, según consta en la partida de bautismo de la Iglesia de San Juan y Todos los Santos, en plaza de la Trinidad de la ciudad cordobesa, o el 16 de noviembre de 1803 según otros. Se le impuso los nombres de Rafael Antonio Luís Francisco de Paula Teodoro de las Angustias. Hijo de Enrique Pérez de Guzmán y de Dolores Fernández de Córdoba, condes de Villamanrique del Tajo en el reino de Sevilla. En su adoslecencia, junto a su segundo hermano Domingo, conoce las fiestas taurinas, las capeas y los juegos de correr cañas, tan presentes en las crónicas de la Edad Moderna cordobesa. Lo que en su hermano no pasa de ser una diversión, en Rafael se convierte en una afición y pronto comienza a acosar y derribar reses a campo abierto y alguna vez que otra las sortea a pie con mucha soltura. Aficiones heredadas de su padre que tenía fama por sus especiales conocimientos de tauromaquia y su excesivo ejercicio a caballo en el campo en faena con las reses bravas. De rancio abolengo, sus padres decidieron darle una esmerada educación, y que continuase, por tradición familiar la carrera de las armas. A la edad de 13 años va a Madrid a estudiar para ser admitido en el Cuerpo de Guardias de Corps, cargo que desempeñó en el Palacio Real. No desdecía su estirpe. Alto, distinguido, culto y simpático, de facciones nobles y nariz aguileña, lucía con garbo el uniforme de oficial del Regimiento de Caballería del Príncipe. Acuartelado en Sevilla fue donde conoció y trató a diferentes toreros. Escribe Cossío: “Tuvo aventuras con mozas populares, anduvo en alguna pendencia, y su figura logró verse envuelta en una aureola de simpatía entre majos, mujeres y toreros, porque el linajudo caballero era excesivamente desprendido, sencillo, galante y obsequioso".
De 1826 a 1829 tuvo el encargo de perseguir, con tropas del escuadrón de caballería de la reina, a bandoleros en Andalucía, en las provincias de Sevilla y Córdoba. Pero pronto dejó la carrera militar, para abrazar su verdadera pasión, la de ser torero, cambiando el sable por el estoque, a pesar del desacuerdo de su familia que hizo cuanto pudo para apartarlo del ambiente taurino, siendo tal el enfrentamiento, que el barón Taylor, un viajero belga que estuvo en nuestro país, nos dejó notas de verdadero interés: “…el hijo de una de las más nobles casas de Córdoba, habiendo dejado el ejército en el cual ocupaba un grado bastante elevado, para hacerse torero, fue renegado por sus parientes; un servicio fúnebre se celebró a su intención, como si hubiera cesado de vivir, y su nombre, destinado al olvido, fue borrado del árbol genealógico de la familia”.
Esta aclaración no deja duda de la fuerte oposición y las amenazas cumplidas por parte de la familia, si tomaba tal decisión de hacerse torero. Pero un cambio político, de los tan frecuentes en aquellos tiempos, le apartó de sus deberes militares por algunos meses, los que aprovechó el mozo para dedicarse de lleno a su afición predilecta: la lidia de reses bravas.
Dejando atrás las amistades de la nobleza, toma contacto con el mundo del folklore, con las gentes populares, también de los toros. Amigo de los lidiadores, toreaba algunas reses en el matadero de Sevilla, siendo alumno de la Escuela de Tauromaquia instituida por el rey Fernando VII, donde tomaba lecciones de los maestros Pedro Romero y Jerónimo José Cándido, además de ser asiduo a las fiestas de acoso y derribo, tientas y capeas. Precisamente en una tienta le vio, torear D. Fernando Espinosa, conde de Águila, quién impresionado por su quietud, lentitud en el pase y decisión en la suerte suprema, le impulsó y ayudó en sus afanes toreros. Esta vida sevillana, de bohemia le relaciona con toreros como “Leoncillo", “Rigores", “Paquiro", “El Barbero o “El Sombrerero", quienes aplaudían la valentía y agilidad de su toreo. Su primera aparición en público fue en la plaza de toros de Sevilla el lunes 23 de agosto de 1830. La Asociación del Buen Pastor había obtenido del rey licencia para dar una corrida a beneficio de los presos de las cárceles de la capital hispalense. Enterado el de Córdoba, acude a la primera autoridad local que la ejercía don José Manuel Arjona protector de la Escuela de Tauromaquia recién creada, para que le concediera la merced de ser el único matador en la corrida que con propósitos tan caritativos él había organizado y, en la que el torero cordobés, se ofrecía torearla de balde. Entusiasmados algunos caballeros -ante los arrestos del neófito- se ofrecieron a servirle como auxiliares: picadores, banderilleros etc, siendo el más decidido el ganadero del Puerto de Santa María don José María Durán, al que acompañaron don Pablo de la Cruz, de Sanlúcar de Barrameda y otros. También se prestaron ayudarle como peones los matadores de cartel Antonio y Luís Ruiz, que a la vez se comprometieron a sustituirle en el caso desgraciado de sufrir una cogida. En los archivos de la Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla existe un documento de 1830 que indica: “... mató 8 toros el Caballero don Rafael Pérez de Guzmán, habiendo sido picados por otros cinco caballeros de la nobleza de Sevilla”. Sobre esta primera aparición sabemos más; que fue presidida por el famoso asistente de Sevilla don José Manuel Arjona y los toros fueron cuatro de Pedro de Vera y Delgado y cuatro de José María Durán, a los que Rafael despachó de cinco estocadas recibiendo y tres a volapié. Fue un triunfo resonante y definitivo. Entre aplausos y aclamaciones salió Rafael de la plaza victorioso y consagrado.
Tras ese primer festejo benéfico y otros coronados con el éxito, y ya aceptado como profesional en el noble ejercicio del toreo, entró en competencia con los diestros más destacados del momento: Juan Jiménez “El Morenillo", Manuel Lucas Blanco, Roque Miranda “Rigores" y Francisco Montes “Paquiro", este último en Aranjuez le cedió la muerte de su primer toro, la tarde del 29 de mayo de 1831, día de su alternativa.
A Rafael ya le habían visto torear en los primeros cosos de España, solo le faltaba recibir el espaldarazo de Madrid y unos días más tarde el 13 de junio del mismo año 1831, consigue hacer su presentación en la plaza de la capital para confirmar la alternativa, esta vez, de manos de Manuel Romero Carreto, que le cedió el toro “Carpintero", de la ganadería de Gijón.
El día 23 de octubre de 1837, en corrida celebrada en Madrid alternando con Juan León, Manuel Lucas Blanco, Francisco Montes “Paquiro", Roque Miranda “Rigores", y Pedro Sánchez, obtuvo un resonante éxito, en la lidia y muerte del toro “Caminito" de Cabrera, que le sirvio para firmar un contrato como tercer espada para la siguiente temporada de 1838 en la plaza de toros de Madrid, con Francisco Montes “Paquiro", y Roque Miranda “Rigores". Llegada la fecha, Rafael se encuentra en Sevilla y se pone en camino hacía Madrid, con la cuadrilla de “Paquiro". Su primera actuación estaba anunciada para la corrida del 23 de abril, con una nota de precaución que se ponía cuando el torero estaba ausente “si llegara a tiempo"…
Durante el largo viaje desde la ciudad del Betis a Madrid, una de las muchas partidas de bandoleros que infectaban las provincias andaluzas y manchegas, hubieron diferentes partidas de ladrones que ocultando su verdadera naturaleza y actividades bajo el aspecto y nombre de “bandas facciosas", se dedicaban a ejercer el pillaje asaltando convoyes y diligencias, y aún asesinando a sus componentes en más de una ocasión. La conocida como la banda de “Los Palillos", bandoleros que eran capitaneados por “El Chacho", que fue quien mató al torero aristócrata, asaltó el 14 de abril del 1838, el coche-correo en el paraje llamado Carrocaña, a la bajada de la meseta del Madero, en el término de La Guardia (Toledo). Rafael les hizo frente, trabándose un combate en el que resultó muerto de un certero golpe de sable atravesándole el corazón. Continuando los demás la marcha y dejando abandonado el cadáver.
Por desconocer la identidad del finado, el cura de la localidad de La Guardia, don Clemente Castro, en presencia de don Victoriano Tamarón, alcalde primero, y don Manuel Salgado, de segundo, constitucionales, habiendo ejecutado su sepultura con el rito de primera clase, con asistencia del clero, todo el ayuntamiento y particulares, para dar sepultura al cadáver en el Campo Santo, dejó escrito en la partida del libro XVIII de defunciones, folio 53, del archivo parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, las siguientes notas y señales: “Edad de treinta y dos a treinta y cuatro años, estatura cinco pies y dos pulgadas; pelo claro con trenza delgada como gastan los lidiadores de toros; barba roja con patilla larga; ojos pardos; y en conjunto con formación atlética, desnudo de medio cuerpo superior, y en el interior vestido con calzón de punto azul con botones blancos de hueso en las pretinas…calcetas de hilo y en las boquillas la marca con un hilo encarnado, con la letra mayúscula R.”
Consta una anotación hecha al margen de ella, que el hombre muerto el día 14 es el referido Rafael Pérez de Guzmán , según noticias adquiridas el 10 de mayo al paso de un convoy. Treinta y seis años de edad tenía cuando le
asesinaron y ocho de profesión como torero. Desde entonces aquel paraje se conoce con el nombre del “Barranco del torero”.
En la nómina de haber en la segunda media corrida de toros celebrada en la tarde del lunes 30 de abril de 1838, aparece una nota manuscrita con los siguientes datos: “Don Rafael Pérez de Guzmán, 3° espada que, sin embargo, por no haber llegado (a tiempo) y teniendo noticias la empresa de haber sido asesinado en el camino, se le libra su haber por socorro de su viuda por haberlo suplido sus compañeros… 1000 reales de vellón.”
En el año 1954 el cementerio de La Guardia, situado en lo que llaman “El Cerro”, quedó suprimido y trasladados todos los no reclamados a un osario común en el nuevo cementerio municipal, donde reposan sus restos.
El “negro toro” del asfalto, ese con el que las gentes del toreo se juegan la vida tanto como en el ruedo, tiene un antecedente en la desgracia y destino cruel del torero Rafael Pérez de Guzmán. Él que se enfrentaba a los toros nobles, exponiendo la vida con majeza y verdad, no pudo con ese último “toro barroso", traidor y cobarde, temeroso, renegado, que solo ataca traicioneramente por sorpresa y en clara ventaja, que vino a su encuentro, en una de esas duras y largas jornadas por los polvorientos caminos, veredas y cañadas de España, que cruzaban los toreros de antaño de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Antonio Rodríguez Salido.-
Compositor y letrista.-
Escalera del Éxito 176.-
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