Rafael León Raya Villalba.- “Banderillero, Poeta y Escritor”
Rafael, el día de la presentación de su último libro. En la Taberna Salinas de Puerta Almodovar.
Desde el pasado mes de diciembre no aparezco por este bloc de CÓRDOBA TAURINA Y DIVERSA que, con tanto éxito, dirige nuestro entrañable amigo José Luís Cuevas Flores.
Mi último “juguete” aquí publicado fue el que dediqué a mi admirado amigo Antonio Tamajón Santos, q.e.p.d.
Hoy me toca hablar de otro amigo, igualmente fallecido como el anterior, y del que pocos aficionados saben de sus muchos o pocos esfuerzos que hizo para ser torero de relumbrón.
En mi comentario anterior sobre el anecdotario profesional de Antonio Tamajón Santos, recuerdo que nombré en alguna ocasión la taberna “El Gordito”, como sede de la Peña Flamenca “Los Bordones”.
Pero quién fue en verdad “El Gordito”? ¿Como llegué hasta él?...
Allá por los años cuarenta yo vivía con mis padres y hermanos, todos en un pañuelo, en la Plaza de Conde de Gavia. Una plaza rodeada de calles añejas, con historia y de mucha solera como la calle Frías, Siete Revueltas, Alfonso XII, o el Jardinito de San Bartolomé, (situada entre los populares barrios cordobeses de San Pedro y Santiago). En esa plazuela estaba en función la Bodega Carbonell (hoy un núcleo de viviendas con cierto fuste). Por aquellas fechas tendría yo unos siete u ocho añitos, y ya era aficionado al toreo. Mi padre me había enseñado a leer en recortes de El Ruedo y de otros periódicos de la época, y a torear también con una “ruílla” a modo de capote, que nos era útil como toalla. Mi padre trabajaba en la Electromecánicas y recuerdo que un día a finales del mes de agosto del año 1947, salía del relevo de las seis de la mañana y al llegar a casa me despertó con lágrimas en los ojos para darme la trágica noticia: “Antoñito, “Manolete” acaba de fallecer. El pobre mío no sé si era consciente que él también estaba toreando el último toro de su vida, puesto que se llevó un mes y medio con “Manolete”. Fallecido mi padre y protector, yo bajaba a la calle a jugar como todos los chiquillos pero no a las bolas, ni a los cartones, ni al trompo…que también, sino “a los toros”, en compañía de otro “amiguillo”, de nombre Miguel, igualmente aficionado como yo. Ambos nos habíamos provisto de un trozo de corcho y un saco de aspillera, que yo le “requisé” a mi abuela Dolores, que le servía para meter patatas. Aquel saco lo teñimos con almagra a semejanza del color de las muletas de torear, y fuimos a ver al célebre “Pepe Olla” que tenía una carnicería en la misma calle Alfonso XII al lado de la taberna “Casa Chicuelas”, a pedirle unos cuernos ya que él frecuentaba a diario el matadero municipal. Al cabo de unos días fuimos a recoger el encargo y Pepe nos dio dos cuernos, no de toro sino de cabra y nos dijo estas palabras: “Apañarse con eso, “chavales” que los cuernos de las reses tienen amo desde que nacen“. El caso fue que nos vino de “perlas”, a cada lado de un palo redondo, le metimos los cuernos y lo clavamos en el corcho y a torear se ha dicho.
A la hora del descanso del personal de la Bodega, dos o tres amigos jugábamos al toro en la plazuela, y cuando aquellos trabajadores volvían de comer para continuar la jornada, se paraban a vernos torear y algunos nos jaleaban y otros aplaudian. Cuando era yo el que manejaba aquel “trapito” a modo de muleta, decían: ¡Olé! chaval que salero tienes...” De ahí que yo me apodara en lo sucesivo “Saleri”, ajeno que existía o existió, un torero de la Alcarria que se motejaba de igual manera.
A todo esto, nuestro casero, comunica a mi madre y demás vecinos que tenemos que marcharnos de la casa donde vivíamos, porque la necesitaba para volver a reabrir su fabrica de anisados (Santa Inés) y, de paso, reformarla para que sirviera de vivienda a una de sus hijas que se casaba. El hombre lo que intentaba con aquello, era hubicar a todos los vecinos de la casa donde vivíamos en otra de su propiedad situada en la calle Isabel II.
Mi pobre madre, con su pena por el reciente fallecimiento de nuestro amado padre, cuatro hijos pequeños y sin haberes, se puso a llorar como una magdalena y aquella persona, se adoleció tanto al ver aquel cuadro, que se propuso y consiguió para nosotros una de las casitas de Fray Albino en el Campo de la Verdad. Y hasta allí caminamos mi madre, mis tres hermanillos y yo a por la llave, y esa misma noche ya dormimos en ella.
Una vez instalados, todas las tardes, yo las dedicaba a torear de salón en las inmediaciones de la Huerta Santa Isabel (lindando con la Carretera de Castro), con otros amigos del barrio. Una mañana de un determinado día, dirijo mis pasos al barrio Viejo del Campo de la Verdad y casualmente paso junto al cine de verano “El Benavente”. Se oyen voces dentro…hay una puerta entreabierta asomó mi cabeza y ¡Albricias!, veo alguien que está toreando de salón y me sale un ¡Olé!, luego otro más, y hasta le toco las palmas. ¡Bien maestro!, le digo. Esta persona me mira, plega el capote y se dirige a mí: ¡Qué, te gusta? “Pasa pa’ dentro chaval”. ¿Como te llamas? Antonio, le contestó. Yo Rafael y me apodo “El Gordito”. Soy banderillero profesional vivo ahí enfrente y entro aquí todas las mañanas a entrenarme y ha pasar el rato. ¿Tú quieres aprender esto? Le digo que sí, y me dice: ¡Mira! para saber torear, primero hay que aprender a embestir, así que coge el carro”. Me acerco y agarró aquel “armatoste”, compuesto de unos listones entrecruzados de madera, una almohadilla encima, dos pitones enormes y solo una rueda de bicicleta, obra de otro amigo aficionado Antonio Requena (carpintero de profesión), y me quedo esperando instrucciones: “Antonio: levanta el carro y escucha”. Me dice. “Cuando te dé el cite, anda hacia mí y levantando los codos para que el carro humille, ajústate todo lo que puedas a mi cintura y gira muy despacio toda la trayectoria que yo te marque”… así una y otra vez… para después cambiar, yo con los trastos, y él con el carro.
De esta manera tan natural conocí al que a partir de ese momento, fue un grandísimo amigo mío durante muchos años. Tengo que decir que a aquellos entrenamientos se sumaba también otro gran amigo nuestro que por aquellos años era un excelente novillero Ramón Arránz Molina.
Los avíos con los que toreábamos eran suyos: dos muletas y dos capotes de brega, uno de ellos, de seda, una ¡preciosidad!. Me dijo, que fue un regalo de un torero importante el día que le ayudó en una tienta, y con el que estaba como “ currito con su barco”.
Cuento la anécdota de ese capote. En un sorteo celebrado en nuestro Ayuntamiento tuve la suerte de salir elegido banderillero para actuar en el "Homenaje a la mujer cordobesa” de ese mismo año, a las órdenes del matador Benito Agüera. Y como la gente habla, me dijeron que sería bueno que ese día tuviese un capote en mis manos para poder actuar más durante el festejo. Como yo no tenía ninguno en propiedad, me acordé de mi amigo “El Gordito” que sí tenía dos y fui a su casa a pedirle me dejara uno para ese día; me recibió su hermana que me dijo había salido de viaje. Entonces se lo explique a ella que dada la confianza que había, me dio el primero que pilló…casualmente el de seda. El caso fue, que yo tiré de él y me lo llevé a la plaza, ya que ese día los capotes estaban contados. Tres capotes en uso, nada más. Lo usaba una cuadrilla y los demás en el callejón parados. Luego esos capotes pasaban a las manos de la siguiente cuadrilla y todos más pendientes de la vaca que echaban por el callejón que lo que pasaba en el ruedo. Y así sucesivamente, porque de eso se encargaba el director de lidia, el popular subalterno “Fernandi” de la familia de los Sacos. Pero he aquí que “mi gozó en un pozo”, como se suele decir.
Pasó, que en una de aquellas cuadrillas que auxiliaba al matador Valentín Sepúlveda, estaban integrados los hermanos “Cantos”, (panaderos de profesión), y “Fernandi”, les mandó banderillear y el mayor de los de dos, entró en suerte siendo derribado por la res y al tratar desde el suelo patear la cara del animal tuvo tan mala suerte que la vaca le metió medio pitón por el ano, recibiendo una cornada muy fuerte y grave que le retuvo en Cruz Roja cerca de dos meses…y si se iba o no se iba.
Como resultado de aquel accidente…la tarde se puso muy difícil para torear lo que yo hubiese querido, y como “El Gordito” era, por ese tiempo, chófer particular de D. José Escriche, pensé que podía presentarse en la plaza en cualquier momento, y si ve que tengo su capote de seda sin su permiso y además sucio o manchado… podríamos tener el día. Así que con esos miedos, tuve que manejar el capote oficial cuando me tocó y parear cuando me lo mandaron. El capote de “El Gordito”, solo me sirvió para hacer el paseíllo y después apenas pude sacarlo a que le diera el aire.
Momentos antes de iniciar el paseíllo, con el capote de seda en mi brazo y dos amigos que me acompañan.
Rafael León Raya Villalba, era hijo de un modesto agricultor apodado “El Tizo”. Formó familia con María Raya y fueron padres de seis hijos/as: el citado Rafael “El Gordito”, Manuel “El Yiyi”, Antonio “El Regaera”, Pepe “El Chicha”, María y otra más, que desconozco su nombre de pila y que le decían: “La Rubia”.
Nació en el año 1928, al otro lado del río Guadalquivir, en la calle primera de Miraflores, hoy Virrey Moya, (en el barrio viejo del Campo de la Verdad).
Forjó su juventud en el rudo trabajo campestre, apretando cinchas, colocando yugos de madera, emparejando las bestias y agarrando el arado para ayudar al laboreo rústico del que la familia vivía, para así sacar producto a la cosechas estacionales que ofrecía la tierra.
Con 20 años recién cumplidos tiene la oportunidad de vestirse de oropeles -ora la espada, ora las banderillas-. Y cuatro años después en 1952, es cuando decide figurar en una cuadrilla de matadores con vitola, sin dejar de atender las labores propias de su familia, sobre todo en aquella época de tanta necesidad en España.
Alcanzada la edad adulta, decide contraer matrimonio, y en este nuevo estado, gracias a su inquietud y buenas dotes de hombre polivalente, ejerce varios oficios, destacando por su gran capacidad y conocimiento en la mecánica del automóvil.
La inquietud, que es una de sus mejores virtudes, le animan a recorrer el mundo, y tras un tiempo en Madrid, opta ya casado trasladarse a Australia.
Afincado en el otro lado del mundo, siente nostalgia de su patria y de su tierra. Su aguda mentalidad y fácil pluma, en Sydney, escribe en lengua castellana en el rotativo “El español en Australia”. Un extenso poema titulado “Fronteras Amuralladas”, le abre las puertas de dicho semanario para continuar colaborando en él por un tiempo bastante largo.
De regreso a España con la experiencia contraída en el mundo de la escritura alterna su trabajo de agente comercial, escribiendo sus memorias y colaborando con la revista "Toreros de Córdoba” que tan acertadamente dirigía el maestro periodista D. José Toscano Chaparro.
Es autor de varios libros: “Lectura para Vacaciones” año 1995 y “Memorias de un Anónimo” al año siguiente. En 1998 escribe su última novela de carácter taurino que por conocimientos en la materia, maneja con soltura y humor crítico de la época: “Don Lorenzo y Zoquete, con sus locuras taurinas”.
Con la muerte del torero madrileño Luís Miguel González Lucas “Dominguín”, no pudo eludir el dedicarle un soneto como, igualmente al diestro cordobés Manuel Laureano Rodríguez Sánchez “Manolete” al cumplirse los cincuenta años de la tragedia de Linares. Las dos máximas figuras del toreo, que sus ojos vieron, y que por suerte fueron en sus años de juventud.
A UN ENORME TORERO.-
A tu postrero día, sin estar, me uno
y tu imagen, sin verla, yo la miro…
del torero aquél que admiré y admiro
que un día se llamó el número uno.
Como tú, jamás yo vi ninguno…
¡Fatal noticia!, produces tal suspiro
que mi pecho dejas sin respiro
¡nefasto día, momento inoportuno!
Dios quiso darte sin medida y tasa
lo que tantos, egoístas, envidiamos
para luchar y vencer tanto toro…
¿Cómo no verte más en una plaza
como toda la afición ansiamos?
¡Inmenso Luís Miguel, de rosa y oro!
A “MANOLETE”… YO LE VI TOREAR.-
Era majestuoso, serio y personal.
Tal sencillez había en su destreza,
que algunos confundían con torpeza
su toreo inconfundible y magistral.
Tuvo una izquierda lenta y natural
que brusquedad convertía en nobleza:
pues era tal su mesura y firmeza
que par no tuvo en la Fiesta Nacional.
Hoy, aquellos que le vimos actuar
no hemos borrado en nuestra mente
los buenos tiempos de su coyuntura,
la cual, la afición no puede olvidar
aún a los cincuenta años de su muerte,
del que fue, en verdad, única figura.
Antonio Rodríguez Salido.
Compositor y letrista. –
Escalera del Éxito 176.-
Jose Luis Cuevas
Montaje y Editor
Escalera del Éxito 254.-
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Capote de brega, regalo del diestro: Manuel Benítez "El Cordobés" en agradecimiento del pasodoble que le dediqué. |
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