MATADORES DE TOROS CORDOBESES O CONSIDERADOS COMO TALES
7.-Rafael Molina
Sánchez
(Lagartijo)
Este célebre torero cordobés nació en la ciudad de la Mezquita el 27 de noviembre de 1841 y fue hijo del modesto banderillero Manuel Molina (Niño de Dios); de muchacho, formó parte de la cuadrilla de becerristas organizada por Cámara; más tarde, ingresó en la de su paisano el infortunado Pepete, y empezó a obtener nombradía al entrar en la del Gordito, en cuya época, unas veces con los palos y otras con la espada –en sus repetidos intentos de ser matador–, logró muchos y sonados triunfos, que le decidieron a tomar la alternativa. Le fue otorgada ésta por Cayetano Sanz el 15 de octubre de 1865 en la plaza de Madrid –actuando de segundo espada el mencionado Gordito–, y el patilludo maestro Cayetano le cedió la muerte del toro Barrigón, de doña Gala Ortiz, si bien el repetido Antonio Carmona ya le había cedido los trastos en Úbeda el 29 de septiembre anterior. Figura de gran esplendor es la que ahora nos sale al paso, para fijar en ella nuestra atención y colmarla de elogios. Frascuelo tomó la alternativa dos años después, y en el siguiente, toreando ambos en Granada, comenzó aquella competencia noble entre los dos colosos, la cual habría de durar hasta que, en 1890, se retirara Salvador. De un lado, estaba la valentía insuperable de éste, su pundonor, su amor propio, su bravura impresionante al dar grandes estocadas y la eficacia de su toreo seco, pero todo verdad; y de otro, el estilo puro, grave y florido a la par, gentil, flexible, sobrio y afiligranado al mismo tiempo, de Lagartijo. En los diez primeros años de aquella lucha, fue éste también un gran matador y un torero de arrestos espectaculares; y después, hombre cauto, inventó lo que él llamaba su medicina, el <<paso atrás>> al entrar a herir, para hacer menos perceptible el cuarteo. En esta forma, y dando al brazo derecho un giro especial, intuitivo e incopiable, dejaba en lo alto una media estocada a la que se dio el nombre de lagartijera, denominación que hoy emplean algunos como elogio, sin saber que se funda en una ventaja, en un <<tranquillo>>, y con aquellas medias estocadas se fue defendiendo como matador…, cuando no pinchaba más de la cuenta. Y ya que hablamos de inventos, digamos que fue creación suya la larga cordobesa, en cuya ejecución era inimitable. El bando lagartijista fue el más numeroso; en él figuraron todos los artistas, literatos y políticos aficionados de su tiempo; para él inventó Sobaquillo (Mariano de Cavia) el hiperbólico apelativo de Califa, fundándose en que Rafael era en el toreo lo que en la España árabe fue el primer califa de Occidente, Abderramán I, al reinar en Córdoba en el siglo VII; todas las plumas se mojaron en miel hiblea para exaltarle…Magnífico con el capote, portentoso banderillero, maestro insuperable en sus días con la muleta y hábil matador (después de serlo muy denodado durante dos lustros), así fue Lagartijo. De cuanto nos refieren de su figura física, se saca en consecuencia que los tratadistas de la estética del toreo nunca pudieron creerse tan cerca de la fijación de la leyes fundamentales de la misma como contemplando a Rafael Molina en cualquier actitud, y esto que no puede ser descrito, que sólo viéndolo se comprende, no es fácil reflejarlo al hacer el estudio de quien tan avasalladora corriente de fervores supo producir. Al retirarse en 1893, a los cincuenta y un años de edad, y luego de hacer veintisiete temporadas completas como matador de toros, se despidió en las poblaciones siguientes: el 7 de mayo en Zaragoza, el 11, en Bilbao; el 12, en Barcelona, el 28, en Valencia, y el 1 de junio, en Madrid, dándose el curioso caso en esta capital de que, por ser aquel día la festividad del Corpus, y como la procesión, que debía celebrarse por la tarde, impedía la asistencia de muchas personalidades a la corrida, se consiguió que dicha manifestación religiosa saliera por la mañana. Y por cierto que última corrida de Lagartijo, la de su despedida de Madrid, constituyó un tremendo fracaso artístico.
En cada una de estas cinco corridas dio Rafael muerte, él solo a seis astados, todos del duque de Veragua, excepto en Zaragoza, que fueron del conde de Espoz y Mina (antes de Carriquiri). Poco castigado por los toros, solamente sufrió un percance grave, una cornada en el brazo derecho, ocasionada por el toro Charretero, de Bermúdez, lidiado en Madrid el 22 de junio de 1873. El 1 de agosto de 1900 falleció el primer califa del toreo cordobés, Rafael Molina «Lagartijo«. Lagartijo, cuyo apodo respondía a su pequeña estatura y a su agilidad en el ruedo era una auténtica celebridad en aquellos tiempos. “La profesión de torero servía para salir de las miserias y adquirir fama y prestigio”, relata nuestro historiador de cabecera de Córdoba Hoy por Hoy, Manuel García Parody, con quien hemos empezado a repasar la historia del siglo XX.
Córdoba tenía entonces algo más de 40.000 habitantes. 3.000 de ellos salieron a la calle a dar el último adiós al diestro. En el Museo Taurino y en el archivo gráfico del diario ABC hay imágenes que recuerdan este momento histórico para la ciudad. El día que murió le tocó la lotería. El número 19, al que estaba abonado. Había matado más de 5.000 toros en las 1.632 corridas que protagonizó.
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