Mateo Inurria nace en Córdoba el año de 1869 y falleció en Madrid en 1924. Colaborando en la composición del monumentos a Alfonso XII, en el Retiro, con una figura de marinero, se destacaba como escultura de concepto y técnica que es quizá la mejor figura de dicho monumento. Estimulado por el éxito, Mateo Inurria no se conforma y se da a trabajar en su estudio, lo que alterna con la enseñanza como maestro de modelado y dibujo. En el año 1895 obtiene medalla de segunda clase en la Nacional, y en esta misma Nacional en el año 1899 se le concede otra medalla de primera clase. En 1921 ingresó en la Real Academia de San Fernando como homenaje al gran éxito obtenido con su obra «Torso», que fue premiada con la Medalla de Honor. Además de ese precioso «Torso» – desnudo de mujer joven – de esos años son las magníficas obras: «Retrato de mujer desnuda»; «Estatua de mujer desnuda», mármol, admirable interpretación de la mujer moderna; el monumento a «Eduardo Rosales», «Lope de Vega» y otras obras.
Conocí y traté personalmente a Inurria en su estudio y en los ratos que dedicaba a sus amigos en el Círculo de Bellas Artes. De una forma muy cordial y sin tener en cuenta la gran diferencia de edad que existía entre los dos, llegamos a comprendernos en cuestiones de arte y de cómo se encontraba el ambiente artístico de aquella época. Mateo Inurria, era la sencillez en persona, en él se veía al hombre que ha conocido la vida con todas sus grandezas y miserias; sin alardear de cultura, él sabía expresar sus ideas estéticas y sus experiencias con un sentido humano y de espíritu de justicia, en los que conseguía hacerse respetar y querer. Era lo contrario del polemista y del envidioso. Amable, tolerante y comprensivo en la conversación y mantenía el culto a la inteligencia y por el arte en su más elevado concepto de tradición. Yo lo recuerdo con simpatía porque tenía por mi un acogimiento paternal y me concedía la liberta de tratarlo como camarada y confidente. Con alguna frecuencia se daba el caso de encontrarlo en plan de trabajar en algún desnudo femenino; y no sólo no mostraba enojo por mi inoportuna visita, sino que dejaba de modelar para conversar conmigo. Como ya aquellos años de 1920 a 1924, yo conocía obras de escultura francesa e italianas, etc., a él le complacía conversar sobre las obras extranjeras que tan bien conociera en sus viajes por el extranjero. Pero lo que más gustaba en sus charlas era cuando se refería a su vocación de escultor con su espíritu juvenil y con alegría de su acento cordobés, me daba la impresión de estar conversando con un camarada de mi juventud. De aquí a unos veinte años, cuando se haga historia de la escultura en España de 1900 a 1950, el nombre de Mateo Inurria quedará como un gran escultor que ha honrado el prestigio de la historia de España.
Francisco Pompey, Evocaciones de un pintor que escribe, Semblanas de grandes artistas, Madrid, 1974.
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