martes, 18 de enero de 2022

 

CARMELUCHI

Por Federico Arnás   

Federico Arnás, Antonio L. Aguilera, Paco Pérez, José Luis Cuevas y Carmen
 Acosta Carmeluchi sostienen un capote de Manolete. Foto José Luis Cuevas
Fuente de Plaza de la Lagunilla
Antonio Luis Aguilera

El 24 de noviembre de 2014 tuve el gusto de acompañar al periodista taurino Federico Arnás por las calles de Córdoba, para buscar por sus íntimos y bellos rincones las huellas del pasado manoletista. Nunca habría podido imaginar lo que nos aguardaba en la taurina Taberna “La Sacristía”, donde su dueño, Paco Pérez, había concertado una cita con una mujer muy especial: Carmen Acosta, conocida por “Carmeluchi” entre la gente del castizo y torero barrio de Santa Marina. Lo que ocurrió aquella inolvidable mañana forma parte de nuestros recuerdos más hermosos, y fue redactado magistral y entrañablemente por el periodista madrileño en este artículo que con su autorización insertamos, el cual fue publicado poco después en la revista taurina “6 Toros 6”.

Tiene ochenta y tres años muy flamencos repartidos en un metro y medio de estatura, si es que llega. Tiene las canas cerca del suelo y el corazón cerca del cielo. Nada sabía de ella pero me bastó un ratito para comprender lo que han visto sus ojos, lo que ha sentido su alma. Todo empezó en un mañana de esas en las que Córdoba parece tener el monopolio de una primavera instalada en la recta final del otoño.
El matrimonio Arnás en un patio cordobés
Los sinceros amigos y mejores aficionados de una peña con solera como es “Tercio de Quites” habían tenido la gentileza de invitarme a compartir una noche de tertulia, ahí donde la palabra cercana permite la intimidad y la sincera expresión de los pensamientos confesables y no tan confesables. Me apetecía volver sobre los pasos de Manolete, entre otras cosas para quitarme el mal sabor de boca de la visita el día anterior a un Museo Taurino que recordaba cargado de historia y leyendas en la casa que fue de Góngora. Tras diez años con las puertas cerradas el Ayuntamiento entregó el proyecto de renovación a una empresa catalana que debe saber tanto de toros como Manuel Benítez de sardanas. Me contaron que han sido tantas las quejas que hay planteada una revisión profunda en unos espacios donde lo superficial genera indiferencia mientras algunos de sus fondos maravillosos no pasan de una fría pantalla táctil. Un museo que podrá ser curioso para los neófitos y güiris pero que decepciona al que busca la profunda historia cordobesa del toreo. Y ambas concepciones podrían convivir de hacer un planteamiento menos hueco y liviano. Allí, en una simple sala se concentra a los cinco califas. Si a “el Guerra” se le ocurriera hablar la que les iba a liar a los promotores de semejante simpleza. Horas después la boca iba a cambiar de sabor porque esa mañana Córdoba era muy Córdoba y a ese sol limpio sólo le faltaban las flores en sus patios para imaginarnos que estábamos en plenas cruces de Mayo. Esos pasos de Manolete nos llevaron hasta su panteón antes de pararnos frente a los de Lagartijo, el de las flores blancas de Guerrita, el de Machaquito, asomarnos a los nombres de la dinastía Camará y del genial “El Pipo”. La figura de  Manolete impone allí donde te asomes a su imagen ya sea en piedra, bronce o mármol. Ese mausoleo, situado en el corazón del cementerio de La Salud cuya espalda guarda el maravilloso poema de Rafael Duyos, es visitado por Morante cada vez que torea en Córdoba. Silencio.
A la izquierda, Carmeluchi, fotografiada con el grupo de amigos que posa 
entre fundones, capotes y muletas de Manolete. Foto José Luis Cuevas.
Seguir las huellas de Manolete por Córdoba suponen asomarse a las páginas amarillentas de una guía que nos transporta a un tiempo que sigue impregnando la esencia de una ciudad escrita en verso. No sé que pasa aquí que siendo tantos los rincones toreros con los que te tropiezas luego, a la hora de los toros, las empresas se las ven y desean para meter gente en los tendidos del coso de Los Califas. La ciudad te dice una cosa y su plaza otra. Manolete en la plaza del Conde de Priego, frente a Santa Marina, y Manuel Rodríguez en la de La Lagunilla. Los amigos Rafael AlonsoAntonio Aguilera, motores de la peña, junto al generoso José Luis Cuevas con su inseparable cámara, me habían anunciado una sorpresa ignorando que a ellos también les aguardaba otra.
 Traje de la penúltima tarde en Santander
en la Hermandad del Señor Resucitado.
En la Casa de la Hermandad del Señor Resucitado, espacio de paredes envueltas en los olores y colores de la Semana Santa, estaba recogido desde hace un mes el vestido que llevó Manolete la última tarde que salió por su propio pie de la plaza después de que Rovira le brindara la faena del sexto. Fue en Santander, el 26 de agosto, antes de ponerse en ruta con dirección a Linares, con destino a “Islero”. Parte del oro lo había matado el tiempo y lo que pudo ser seda blanca se había tornado en un tono vainilla, pero ese vestido traspiraba a su vez frescura, tal vez porque se lo enfundo aún lleno de vida, de una vida que para entonces no le llenaba. ¡Pero ahora veréis! Nos lo dijo Paco Pérez, componente de la Tertulia Santa Marina. Justo enfrente podía leerse “Taberna La Sacristía”. Y allí estaba la mujer con las canas cerca del suelo y el corazón pegado al cielo. Carmen, aunque todos la conocen como “Carmeluchi”. Su abuela sirvió en casa de Manolete padre, su madre vio nacer a Manuel y Manuel la vio nacer a ella. Durante dieciséis años le conoció y le sirvió como luego haría con Doña Angustias. Una dinastía al servicio de los Manolete. Alguien la había dicho que el señor de la tele, el de Tendido Cero, ese programa que nunca se pierde, iba a estar en Córdoba. Entonces cogió las llaves de una casa de Manuel y le pidió al amigo Paco que la ayudara a sacar unas “cosillas” que quería mostrarme. Las cosillas eran el fundón con las
Fundones de las espadas de Manolete, padre e hijo, así como
capotes -uno de seda sin estrenar- y muletas del Monstruo. 
espadas de Manolete padre, “Sagañón”, y el fundón con los estoques y descabello de Manolete. Pero había más: un capote usado y mordido por “el monstruo”, otro, de seda ligera, que nunca llegó a estrenar, y una muleta con rastros de sangre. Posiblemente teníamos en nuestras manos el capote, la muleta y el estoque con el que Manolete toreo y entró a matar al Miura que le cerró los ojos. Me temblaba el pulso; no era el único, la emoción envolvía al reducido grupo que estábamos en el coqueto rincón de “La Sacristía”. Y en medio de tantas sensaciones “Carmeluchi” empezó a contar historias de uno de los pilares de la tauromaquia. De ese niño tímido que escondidas se llevaba trapos y palos con los que montaba trebejos de juguete para ponerse a torear cuando nadie le veía. Hasta que un día la madre de “Carmeluchi” miró por una cerradura al cuarto de los secretos. Allí daba unos pases con la muletilla improvisada, “muuu planssa”, ese niño con perfiles de esqueleto y piernas alargadas. Entonces se dirigió a doña Angustias y le dijo: “señora, su hijo va a ser un torero muy grande”. Por vivir momentos de tan compleja descripción como estos que ahora quiero compartir con el lector vale la pena seguir luchando por el toreo como esencia de vida. Porque sólo en este mundo se pueden encontrar personas tan generosas, tan apasionadas, tan auténticas. “Carmeluchi” es una simple aficionada que no una aficionada simple. Te cuenta el toreo con las manos para que tú lo escribas con las tuyas. Sin decírmelo capte el mensaje y eso es lo que he hecho porque la mujer que estaba cerca del suelo nos acercó al cielo, nos permitió tocar a Manolete.

Carmen Acosta lee "Carmeluchi"


En esta foto obtenida por Paco Pérez se contempla a Carmeluchi con un ejemplar de la revista "6 Toros 6", leyendo el emocionante texto que le dedicó Federico Arnás. 
El 24 de septiembre de 2015, contando ochenta y cuatro años de edad, tras presenciar el desfile procesional por las calles del barrio de las imágenes de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad -la hermandad de los toreros a la que pertenecía-, fallecía para llenar el cielo de gracia y alegría. 

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