Joaquín Camargo Gómez “El Vivillo”.
Bandolero y picador
En la primera década del siglo XX se vivieron los últimos grandes episodios del bandolerismo andaluz, con su centro de maniobras en Estepa (Sevilla). Las cuadrillas de “El Vizcaya”, “Pernales” y “El Vivillo” juntos a otros, fueron sangrientamente exterminadas en varias campañas de la Guardia Civil.
Bandoleros, contrabandistas y cuatreros, gentes que se buscaban la vida a fuerza de echarle corazón. De ahí anteriormente salió Juan Caballero, primer caballista trabuco en mano que atemorizó la serranía. Y de la misma Estepa, esa porción andaluza que se codea con sus hermanas Málaga “la Bella” y Córdoba “la Sultana”, vio la luz primera un 5 de marzo de 1865 Joaquín Camargo Gómez hombre que, andando el tiempo, habría de adquirir triste fama por sus punibles aventuras.
También de ese mismo lugar eran: “El Canuto”, muerto en riña con otro bandido; “El Soniche", “El Panza", “El Chorizo", “El Chato", “El Niño de la Gloria", “El Pernales”, íntimo amigo de Joaquín Camargo al que apodaron “El Vivillo": “Un personaje de los que se les puede calificar de “singular". Uno de los más afamados de la España pintoresca y el último bandolero de “leyenda", que alcanzó gran popularidad a principios del siglo XX".
Las reiteradas y habilidosas fechorías llevadas a cabo por el mencionado Joaquín Camargo corrieron como la pólvora, de un punto a otro de la Península. De pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, le fueron haciendo la semblanza al bandido que asaltaba cortijos, diligencias y hasta a los peatones; robaba caballerías, ejecutaba audazmente el contrabando, cometía desafueros a mansalva, ocasionando el terror en la serranía y poblados dando motivos a la justicia para llenar pliegos y más pliegos en la incoación de expedientes y sumarios de las supuestas andanzas delictivas de este hombre “El Vivillo “.
Desde muy chiquitín por su espíritu inquieto y travieso el apodo de “Vivillo" puesto por un maestro de escuela que no era capaz de imponerle el castigo con el palo, al esquivar los golpes escondiéndose debajo de los pupitres. Cuando alguna vez el maestro lograba su propósito decía: ”!Te pillé. Tú eres muy vivillo, pero conmigo no te vale!”. De tantas veces oírlo decir, los compañeros dieron por llamarle Joaquín “El Vivillo". Era el décimo hijo de dieciséis que tuvieron sus padres, que disfrutaban de una economía holgada dedicándose a la agricultura en las tierras de labor propias. Pero la mortalidad infantil era demasiado alta en aquellos años, y únicamente consiguen sobrevivir él y su hermano José, quince años mayor.
La madre por consejo de su maestro don Alejandro quería que su niño Joaquín estudiase la carrera eclesiástica. Para ello contaba con la ayuda de un cuñado suyo que ya era sacerdote pero al final, todo quedó en nada…una grave enfermedad segó su vida.
El pequeño Joaquín quedó deshecho con la muerte de su pobre madre por la que sentía verdadera devoción. Su pérdida le marcó de por vida, pero el nuevo casamiento del autor de sus días con Pilar Galván mujer de fuerte carácter, de firme voluntad y de mucho temperamento, le llevó a fugarse de casa cuando apenas contaba trece años. Habían llegado los malos tratos, dureza en los castigos y continuas riñas, y no soporta ver cortado su espíritu aventurero ni mermada su independencia, por lo que desde ese momento empiezan las aventuras del muchacho rebelde, astuto y despierto.
Se emplea donde le dan trabajo y cobijo, en un principio como mozo limpiando cuadras y al cuidado de caballos en un cortijo de Écija, una vez enterado el padre de su paradero va a por él y le devuelve a casa. Inquieto y bullicioso “El Vivillo" quiere ver mundo y se marcha de nuevo por los caminos.
De niño había conocido, a su paisano Juan Caballero “El Lero", bandolero estepeño de la época romántica, por quien sentía profunda admiración, y cuando este célebre excaballista reunía en la calle Molinos, según costumbre, a sus muchos admiradores, para hacerles pintoresco relato de sus robos y hazañas caballistas, jamás faltó “El Vivillo" como oyente. Recuerda que oyó por boca de “El Lero" y de otros contrabandistas después, que había un dinero rápido, pero con riesgo: el contrabando… y, así, comienza a poner sus ojos en Gibraltar, campo de grandes e importantes operaciones. Una noche llega a la venta “La Atalaya”, en la sierra de Atalayón. En ella va a conocer a José García (el que iba de ser su amigo y compañero inseparable en los momentos más duros), que le invita a sumarse a su partida y con él permanece durante diez meses haciendo contrabando en la zona de Gibraltar.
Se asocia más tarde a la partida del señor Manuel “El Vizcaya” como lugarteniente del bandido más temido y famoso de toda la zona estepeña. Los golpes y los atracos comienza a ser de mayor envergadura, pero tan diestra en su preparación que la justicia sigue absolutamente desorientada. Su fama empieza a crecer y a extenderse, se le teme y se le admira, siempre consigue zafarse de la justicia y no es un asesino, aun no ha derramado sangre en ninguna de sus actuaciones.
Cerca de un año anda “El Vivillo" en compañía de “El Vizcaya", burlando permanentemente a los guardias, cuando es capturado en un encuentro con los civiles en las cercanías de Estepa. Se le acusa de haber tomado parte en el asalto a unos tratantes que regresaban de la feria de Villamartín, pueblo situado en la serranía de Ronda.
Más de un millón de reales se llevaron de aquel atraco y, aunque no hay pruebas, todo apunta a la persona del bandolero.
Después de permanecer siete días en la cárcel de Estepa, emprende camino, andando entre civiles, hacía Osuna; fatigados llegan a Utrera y de aquí, cargado con cadenas y después de treinta días de recorrido, entra en la cárcel de Jerez de la Frontera donde permanece trece meses.
Es juzgado por la Audiencia de Cádiz y las acusaciones son confusas en cuanto a la paternidad de aquel asalto y, si a esto añadimos a -testigos- que aseguran haber visto a “El Vivillo" en las tabernas de Estepa, durante la fecha, tenemos como resultado su absolución.
Intenta de nuevo permanecer tranquilo, pero no lo consigue. En un principio se dedica a traficar con objetos de compra y venta y se hace experto en caballos con los que negocia. A la vez amplía el “negocio". Organiza su propia partida de bandoleros y, además del “trapicheo", se hace cuatrero, roba, asalta caminos y secuestra. La popularidad de “El Vivillo" se propaga por toda Andalucía, desde el Campo de Gibraltar hasta los quebraderos de Despeñaperros y todos los males que podían ocurrir en dos lugares muy distantes y a la misma hora cargaban las culpas de lo robado en el haber de “El Vivillo", diciendo que habían sido asaltados por éste y sus hombres en cualquier encrucijada.
El día de la feria de Priego de Córdoba, en septiembre de 1895, se comete otro asalto muy parecido al de Villamartín, pero mucho más cuantioso, por acudir a ella gentes más acaudaladas.
Cuando llega la guardia civil, ésta consigue capturar a tres posibles autores; “El Vivillo", que, por supuesto, está en la mente de los civiles, cae más tarde sorprendido mientras duerme.
Su peregrinar de cárcel en cárcel es continuo, siendo la última en ingresar la de Cabra (Córdoba). Después de largos meses y cuando ya ha renunciado a que su libertad sea un hecho jurídico, opta por fugarse, que tras mil peripecias y peligros consigue consumar eficazmente.
Perseguido hasta los últimos confines por toda la guardia civil, se embarca a Orán y desde allí a Argentina y, con documentación falsa, cambia de nombre. Allí se establece y hace amigos. Lleva consigo a su mujer e hijos, pero uno de aquellos amigos lo denuncia a las autoridades españolas que consiguen su extradición.
En el año 1909, “El Vivillo" tiene pendientes 12 procesos con la ley, robos, asaltos, amenazas y robo de ganado, le retienen en la cárcel de Sevilla, en espera de que el juez especial atienda las demandas de los distintos juzgados y dicte sentencia.
Su abogado, Rodrigo Soriano, diputado republicano y director del periódico La Nueva España, trabaja con entusiasmo para conseguir la libertad de su detenido.
Después de varios meses de interminables sesiones consigue demostrar su inocencia, (algo sin precedentes en la historia del bandidaje español) saliendo absuelto de todos los cargos que le imputaban y sobreseyeran todas las causas por falta de pruebas.
Es el año 1911 y quiere volver de nuevo a Argentina, donde ha dejado bienes y familia, y sin recursos, tiene la idea de tomar parte en corridas de toros como picador, aprovechando su destreza como caballista.
Con objeto de recaudar fondos para que poder reunirse con su familia en Argentina, en Linares (Jaén), se anuncia para el domingo 17 de septiembre de 1911 en una corrida de toros de la ganadería de Correa, para los diestros Enrique Vargas “Minuto" y Antonio Moreno “Moreno de Alcalá” y como aliciente que “El Vivillo" actuaría de picador a las órdenes de “Minuto". La revista El Toreo enjuicia así su labor: “En cuanto al “colofón” de la fiesta, o sea “El Vivillo", solo salió en el primer toro; y con completo desconocimiento de lo que es picar toros, trató de poner una vara en una arrancada del animal, marrando, y el bicho entonces, cogió al caballo de revés, derribándolo y despidiendo a “El Vivillo" que se pegó un “costalazo” de mil demonios, pasándole el toro por encima y con mucha suerte de que no le hiciera ningún daño.
Volvió a repetir suerte en la plaza de toros de Vista Alegre, en Carabanchel (Madrid), el día 1 de octubre del mismo año. Esta vez actúa en la cuadrilla del valeroso novillero madrileño Enrique Fernández “El Carbonero", al que acompañaban en el cartel Manuel Navarro (banderillero de los Bienvenida) y Julio García, de Gijón, nuevo en esta plaza, con astados de la ganadería de don Ildefonso Gómez. Con antelación a la celebración del festejo la prensa dio la noticia de la actuación de “El Vivillo" y en los carteles apareció con una nota destacada que decía: “la presentación al público de Joaquín Camargo “El Vivillo" como picador de toros”.
Los periódicos El País y El Liberal hacen una amplia crónica e incluye, este último, reportaje con varias fotografías.
Del desarrollo y trabajo tomamos nota de los comentarios de ambos diarios: “Lleno colosal, rebosante. La muchedumbre acudió para ver al célebre “Vivillo" de su nuevo y no menos arriesgado oficio (…). Pero como se verá nuestras esperanzas no se cumplieron, pues no sabemos si a causa de su obesidad, quizás también temiendo un batacazo como el de Linares. Primero (de los novillos) “El Vivillo” da la vuelta al ruedo en medio de aplausos que se me antojan chungos (…) No entra a “El Vivillo" porque éste (el novillo) no va a él. Trabajan los peones y el matador para ponerlo en suerte, pero no entra. El animal fue condenado a banderillas de fuego.
En el cuarto se colocó en la suerte pero a la hora de la reunión ni el toro tuvo valor de acercarse al “Vivillo", ni “El Vivillo" espoleó su caballo ni empujó para ponerle la pica en su punto, muy al contrario, toro y picador, como de común acuerdo, se dieron las espaldas y huyeron de sus sombras respectivas. -Puso solamente una vara- y todos los esfuerzos de la cuadrilla para que tomara las reglamentarias de “El Vivillo" pero fue inútil, y aquí terminó la expectación.
Y también acabó la breve vida profesional taurina y su incursión en los ruedos de Joaquín Camargo Gómez “El Vivillo", el último de los caballistas de la España pintoresca. La de un personaje novelesco, que por su vida aventurera y
celebridad notable, la imaginación popular le puso enseguida a la altura de los héroes análogos, hijo del romanticismo falso.
Él como todos los bohemios y hombres libres y sin ataduras, que vivieron la vida plana de riesgos y excesos, marcó el tiempo a su voluntad. Volvió a Argentina y el 16 de julio de 1929, cuando cuenta sesenta años de edad, muere después de ingerir una solución de cianuro potásico, mortal de necesidad, que acaba con su sufrimiento.
En el recuerdo, el eco de la copla de “El Vivillo" que luego sería para él, y a modo como lema de su existencia:
Para ser un buen “quinaor" / dos cosas has menester / una "pusca" y un buen “gras" / que tenga unos buenos “ pinrés".
–Compositor y letrista.