Programa: Mi afición taurina. Día: 1966- 1997 Autor guion: Alfredo Asensi
Yo soy el que sabe cuándo toreo bien
Manolete
Los toros son la fiesta más grande que hay hoy en el Mundo
Federico García Lorca
CONTROL: Nocturno. Los Relámpagos. A PP y F.
Los meses siguientes a la inauguración de Radio Popular de Córdoba nuestro director, Luis Alemán, me propuso hacerme cargo de la programación musical de la mañana –se emitía local desde las 7,00 de la mañana hasta la medianoche–. Únicamente eran obligadas tres conexiones con el Diario hablado de Radio Nacional –para muchos, entonces, ‘el parte’–, a las 14,30 y a las 22,00. Y una, de cinco minutos, a las 9,00 de la mañana. Dieciséis horas de tiempo local, ¡toma ya! No como ahora, que los de Madrid se lo comen todo. Pobre radio local. ¡Pobre!
CONTROL: Pasodoble Manolete.
LO. - ¡Toros en Córdoba! Esta tarde, Paco Camino, Palmeño y El Cordobés con seis magníficos ejemplares de Samuel Flores.
LA. - ¡Todos a los toros! Aún quedan localidades.
CONTROL. – Ráfaga resuelve.
En la mañana del 25 de mayo de aquel 1966 lo escuché por primera vez:
–¡Alfi! ¡Alfi!
Era la voz de Rafael Moreno. Silencio. Yo, en la tercera planta, ordenando la discoteca. De nuevo:
–¡Alfi!, ¿dónde estás?
Silencio.
–¿A quién llamas, Rafael? –le pregunto a grito pelado.
–¿A quién va a ser? Pues a ti. Venga, baja, que nos vamos al apartado; ¿no querías venir?
Los escalones de dos en dos. Tenía gran ilusión por acudir a mi primer apartado. Ver los toros de cerca, conocer el sorteo, esa sagrada (con perdón) ceremonia. Este lote para ti; este para aquel; y este… ¿Y eso de Alfi?
–Pues… aquí, entre nosotros, te nombramos así. Tú, Alfi; yo el Moreno; Antonio Ruiz, el Rúa; Francisco Hidalgo, el Quico; Miguel
Velasco, el Miguelón; Antonio Uceda, el gordo; María José es la Pepa, el padre Alemán es el cura… Bueno, vamos, que ya son y media.
Las reses de Samuel Flores eran de escasa presencia. Mucha gente en los corrales de la nueva plaza de toros de Córdoba que cumplía un año de su inauguración. Apenas se hablaba del ganado ni de los toreros: Paco Camino, Palmeño y El Cordobés. El protagonista era Carlos Arruza, fallecido el 20 de mayo en un accidente de tráfico por las carreteras de Toluca de Lerdo (México). Casi todos los presentes estuvieron el día anterior en una misa en su memoria en la iglesia de San Jacinto promovida por doña Angustias Sánchez, madre de Manolete. Este, y el mexicano, tan amigos. Por la tarde, el primero de Palmeño fue protestado y devuelto a los corrales, por chico.
Rafael Moreno
Era el responsable de la información taurina, tan importante en aquellos años. Lo conocí en Puente Genil cuando hizo una visita a los componentes de la corta plantilla de aquella emisora de la Cope, cuyo indicativo no se me ha borrado con el paso de los años: “Escuchan ustedes Radio Popular de Puente Genil, emisora al servicio de la guardería infantil La Divina Providencia”. ¡Ufff! Hablamos de toros y se quedó extrañado de mis conocimientos. Él, por entonces, ya hacía crónicas para la Popular de Montilla y le daba caña a todo lo que se ponía por delante; hablo de la gente del toro, las empresas y ciertos diestros, entre ellos El Cordobés. Tenía la virtud de conocer al toro nada más verlo salir del toril y antes de recibir los dos capotazos de rigor del subalterno de turno –antes, qué bonito era, se recibía de esta guisa al toro, probándolo por los dos pitones, a una mano–. Pues bien, él ya lo había visto.
–El toro tiene un pitón derecho de ensueño. Ya lo verás.
Y así era. Compartíamos el programa Redondel. Aunque él era el maestro yo dejaba caer también mi opinión. Leíamos a dúo las completas efemérides taurinas que nos hacía llegar el recordado José Guerra Montilla. Una delicia de información escrita a mano que Rafael se llevó cuando se trasladó a Sevilla reclamado por la Popular de allí, la conocida como Radio Vida. Su inquietud le llevó a crear el gran programa taurino nacional con la participación de todas las emisoras de la cadena.
Llamado por TVE se encargó de la información taurina para este medio, escribiendo también en varios periódicos andaluces. Tras esto, su amistad con José Antonio Ruiz Espartaco le hizo convertirse en su apoderado. Después de varios años en la cumbre, y tras la retirada del torero, fue Pepín Liria quien depositó en sus manos expertas su carrera taurina. Después de aquella vida azarosa –“El mundo del toro no es nada plácido, Alfi”, me comentaba–, decidió buscar tiempo para escribir. Sosegadamente. Sin la urgencia ya de las crónicas taurinas. Fruto de aquella nueva vida son sus títulos La soledad del triunfo, Hijos del monte, En la piel del silencio, Paca y el dedicado a su gran amigo Juan Antonio Ruiz Espartaco con este mismo título.
Rafael Moreno, otro gran profesional que ha dado Radio Popular de Córdoba.
CONTROL. – Ráfaga de informativo.
LO.- Avance informativo
LA.- Depósitos de correspondencia y cabinas telefónicas en las calles de Córdoba.
LO - Reunida la Comisión Municipal Permanente ayer por la noche se acordó la instalación de depósitos de correspondencia, o buzones, en diversos lugares de la ciudad según propuesta de la Administración de Correos.
LA - Asimismo se autoriza a la Compañía Telefónica Nacional de España a instalar cabinas telefónicas para el servicio público.
LO. - Nota necrológica. Nos acaba de llegar la noticia del fallecimiento de doña Francisca Pellicer López, viuda de Julio Romero de Torres.
LO.- Tendrán ampliación a estas y otras noticias en Aquí, plaza de las Dueñas nuestro informativo de las 14,30.
CONTROL.- Ráfaga resuelve
Mi afición taurina
Debo de ocuparme de esto, ya que entre mis trabajos en radio, de los que guardo un grato recuerdo, figuran, precisamente, programas y retransmisiones taurinas. Y algo más; me refiero a las biografías para radio (radionovelas) que tengo escritas sobre Manolete, Lagartijo, Machaquito y El Cordobés. Por este orden. Falta la de Guerrita, aunque está incluida en mi libro Califas de Córdoba. Tauromaquia lírica. En otro capítulo hablaré de las radionovelas, en las que hay muchos cientos de colaboradores cordobeses que han puesto voz a los personajes creados para dar vida a unas páginas de la tradición de Córdoba en el tiempo de sus toreros.
Dicho esto, ¡vamos al toro!
Hontanaya (Cuenca)
Este es un lugar de la Mancha ¡de cuyo nombre no quiero olvidarme!, por supuesto. Ahí nació todo. Mi vocación taurina brotó a muy temprana edad, cinco o seis años, en esta aldeíta de unos mil habitantes, en la provincia de Cuenca, llamada Hontanaya. A esa corta edad supe lo que era un toro bravo desde el balcón de la casa del maestro. Mi padre era Maestro Nacional, y el balcón, único en aquellas modestísimas casas, daba a la plaza donde se celebraban las capeas en honor del Santísimo Cristo del Socorro, patrón del pueblo. Fiestas iguales a las que se celebran, o celebraban, en cientos de pueblos de España. Pues bien, desde ese lugar privilegiado pude admirar, por primera vez, la estampa inigualable del toro de lidia. ¡Y no eran grandes a mis ojos de pequeño, es que los toros de Hontanaya…!
–Pal pueblo, los toros más grandes. Cago en la…
Había mucha competencia con las capeas de los cercanos pueblos de El Toboso, La Puebla y Villamayor de Santiago. Todo esto lo escuchaba en mi niñez, cuando los organizadores de la capea se reunían en mi casa –la casa de don Enrique, el maestro, era el lugar de tertulia de los lugareños– ávidos de aprender las historias que mi padre les contaba, y ellos demandaban, sobre figuras y gestas históricas: el Gran Capitán, la Armada Invencible, el Cardenal Cisneros, la batalla de Lepanto, el Cid… Al calor de los leños, en Hontanaya siempre hacía frío, mis oídos de niño recogían un sin fin de sensaciones que, con el paso del tiempo, siguen indelebles en la memoria. El alcalde, al que nombraban como “tío Pedrillo”, le propuso a mi padre:
–Don Enrique, verá usted, hemos pensado en nombrarlo de la Comisión de Festejos para que nos ayude, con su labia, a tratar con los de los fuegos artificiales, los de la banda de música del Toboso, a los ganaderos… Por cierto –proclamaba con orgullo–, este año vamos a traer cuatro buenos torazos.
Una y otra vez mi padre rechazaba aquella honrosa proposición: “Pedrillo, no insistas, que eso no es lo mío”.
Grande o no, la presencia del toro me subyugó. Máxime cuando un año pasé a verlos desde el ‘tendido’, o sea, en ‘localidad de carro’, sentado en las piernas de mi padre, o en las de algunos de sus íntimos amigos: Teófilo, Noé, Venancio, Monico o, quizás, el “tío Pedrillo”
–Cuidado con el niño, no se vaya a rajar con algún pedernal. De este no podéis fiarse…
La sensata advertencia de mi padre no era gratuita. Estábamos sentados en la parte plana de una especie de tabla formada por otras tantas que llevaban incrustadas una gran cantada de piedras de pedernal. Era la popular trilla encargada de mascar las espigas dispuestas en una extensión de la era que llamaban la parva y facilitar así la separación del grano de la paja, que luego se aventaba. La trilla, bocabajo, sobre las barandas del carro, no tenía que ofrecer peligro, pero ‘El Chiquito’, como yo era conocido, no era de mucho fiar.
Junto a estos recuerdos no se me olvida aquel momento en el que unas manos dadivosas ponían en las mías el inmenso capital de cuatro o cinco ‘perras gordas’, ¿o eran ‘perrillas’?, para que las arrojara a la mugrienta capa que pasaban los maletillas. Y yo pensaba: ‘Qué suerte la de estos tíos. Con esas ‘perras gordas’ tengo yo para cinco polos de fresa, dos merengas y un molinillo’.
Fue entonces cuando decidí hacerme maletilla (mejor no entrar en detalles). Eso sí, había nacido mi vocación taurina, que se acrecentó cuando vi mi primer festejo en serio, ya en la vecina Quintanar de la Orden. Fue en la novillada de feria del año 1950 con los valientes novilleros, próximos a tomar la alternativa, Chávez Flores, Pablo Lozano y Enrique Vera. Las 15 pesetas de mi entrada y las 25 de mi padre fueron un pequeño quebranto en el sueldo de un maestro en aquellos años. Pero… “al chico hay que llevarlo a los toros; le gustan tanto…”, justificaba mi padre el dispendio ante la sonrisa de mi madre: “Al chico y al padre, que menudo taurino eres tú”.
Y así era. Recuerdos que no se han borrado, por evocarlos muy frecuentemente. La llegada de los toros al pueblo; los maletillas y su hambre de triunfos, y de la otra. Cuando vi por primera vez la película Los clarines del miedo con la historia del Filigranas, el torero joven y lleno de ilusiones, y el Aceituno, el torero mayor, cansando, abatido y sin valor, comprendí que en Hontanaya, en cada septiembre, se escribía una y otra vez la página real de la triste, y a la vez apasionante, historia del toreo.
Ya por aquellos años mi lectura favorita, por delante del Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o Hazañas bélicas, era El Ruedo, el regalo más goloso para mí, sin olvidarnos del Dígame, revista semanal dedicada al mundo del espectáculo con una amplia información del taurino
–y que también me inició en el mundo del cine–; toros y cine, aficiones ambas que siguen muy arraigadas en mis preferencias.
Y ya que estamos en este capítulo de sinceras evocaciones de aquellos años de mi niñez, no olvidaré mi predilección por las patatas asadas, abiertas en canal y rociadas con un buen aceite, que era uno de mis manjares preferidos. En aquellas noches de frío y carencias –el sueldo de un maestro nacional, allá por los años cuarenta del pasado siglo, no daba para mucho–, cuando los contertulios reseñados se dejaban caer con un saco de patatas o el presente de una matanza, y echaban al fuego los esperados tubérculos, yo me sentía el niño más feliz de la tierra. Y recuerdo –ya que era constantemente evocado entonces– el día que esta pandilla vio torear a Manolete. Fue en la plaza de Quintanar de la Orden el 26 de septiembre de 1942. El transporte lo hicieron en carro hasta Villamayor de Santiago, unos ocho kilómetros, y el resto, unos quince más, en un coche muy moderno entonces al que llamaban ‘la rubia’. Un viaje de lo más cómodo, decían. Aquella tarde Manolete hizo el paseíllo junto a Domingo Ortega y Luis Ortega, que tomaba la alternativa. Cortó una oreja. A mi padre le gustó más Domingo Ortega; el resto era más de Manolete. La polémica, entre las patatas y algún menudillo, estaba servida y duró años.
En aquel ambiente, ¡cómo no iba yo a aficionarme a los toros!
CONTROL.-Sintonía de guía comercial. Breve ráfaga entre anuncios.
LA.- Boyma Tergal, el traje para caballero en Almacenes Antonio Molina. Claudio Marcelo, 17.
LO.-Kelvinator, el mejor frigorífico. Distribuidor Almacenes Fuentes Gue rra. Su establecimiento preferido.
LA.-Papeles pintados Colowall. Gran surtido en papeles importados. Morería, sin número.
LO. - La juventud prefiere el Ingra 66. El magnetófono que reproduce su bobi na con la mejor calidad.
LA. - Demostración y venta en Miloga, plaza de José Antonio.
CONTROL- Sintonía resuelve
Quintanar de la Orden (Toledo)
Años después mi padre solicitó destino en esta localidad toledana. Comparada con la aldeíta conquense era para mí una capital con unos nueve mil habitantes. Allí había comercios, coches, hoteles, entidades bancarias y ¡pescaderías!, con el contento de mi madre, malagueña ella, que recuperó su receta del gazpachuelo ese plato de sopa caliente tradicional de Málaga elaborada con caldo de pescado, mahonesa, patatas cocidas y su toque personal. ¡Delicioso!
En lo taurino allí todo sería más serio. Quintanar estaba dotada de una excelente plaza de toros con capacidad para 6.500 espectadores. Se acabaron las capeas.
Por esos tiempos la afición a los toros era desmedida. Hablo de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Los festejos menores eran frecuentes, destacando los mano a mano de dos novilleros que empezaban: Abelardo Vergara, que aunque nació en tierras catalanas era considerado como albaceteño, y Luis Segura, novillero de Madrid. Aquella explosión de partidarios de uno y del otro únicamente la he visto reflejada en la más reciente, aquí en Córdoba, entre los partidarios de los entonces novilleros Finito y Chiquilín. Esa pasión que tanto benefició a la taquilla y que, tristemente, va en decadencia. Como todo, o casi todo, en la fiesta.
Rondaría los catorce o quince años cuando me hice muy amigo de un maletilla al que llamaban Carajillo y que ¡tenía un capote de Antonio Bienvenida!, roído y maltrecho, pero auténtico. Un lujo. Disponía de un carretón, varias muletas, algún estaquillador y una espada que daba miedo. No a mí, sino a mis padres, que me prohibieron tal amistad. Un error, ya que el Carajillo era todo bondad. Era tan buena gente como discreto torero. A escondidas de mis benefactores acudía en hora y día determinado a la plaza de toros, cercana a mi domicilio, donde junto a él y otros aficionados toreábamos de salón. Curiosamente, y sin saber por qué, yo manejaba los trastos con una gran soltura. El Chiquito, así me seguían llamando, era admirado por su arte y su destreza. Perdona que no sea modesto, pero era así. Y si me das ahora un capote te endilgo tres verónicas y media que te quedas… (Pregúntaselo a Ladis, el gran fotógrafo taurino, que ‘me pilló’ no hace mucho –2018– en el Círculo de la Amistad en un acto taurino, donde se exponía un capote, y allí estaba yo, luciendo mi arte, tres y la media, ‘saliéndome’ hacia el centro del redondel… ¡perdón!, del salón, superando mi artrosis en la rodilla izquierda).
Bueno, a lo que estamos.
Por aquellos tiempos nunca me ‘puse’ delante. Allí escaseaba el ganado y lo más importante, no disponíamos de medio de locomoción para desplazarnos al pueblo de Villacañas (Toledo), que estaba a una ‘larguísima’ distancia, como nos parecía entonces de 30 kilómetros. Se decía que allí se encontraba la finca del Madridejo que tenía “algo de bravo” y donde entrenaban José Gómez Cabañero y Pedro Martínez Pedrés, dos afamados ya matadores de toros.
Una locura
Ahora recuerdo que sí, que en mi etapa en Quintanar de la Orden sí me puse delante. No solo de uno, sino de cuatro novillos. Se trataba de una novillada que tenía que torear Luis Grimaldos, novillero madrileño del barrio de Lavapiés aunque no recuerdo el compañero de cartel. Era desde luego un mano a mano. Aquella mañana, junto a otros ‘locos’ más, en lugar de acudir al instituto nos fuimos a la plaza de toros, donde ya estaban los novillos. El corral era pequeño, muy cuadrado, con dos burladeros
esquinados. Los novillos, al notar las voces y el movimiento, se agruparon en un lateral, expectantes. Y lo normal: la locura.
–A ver quién tiene ‘eso’ de pasar de un burladero a otro –dijo alguien.
Al parecer, los amigos se dejaron ese día ‘eso’ en casa, ya que nadie se atrevía a hacer semejante locura. Y llegó la bravata:
–Venga, Chiquito, anímate. Esto no es de salón. Esto es de verdad.
No terminó de hablar el provocador cuando decidido –los que somos algo tímidos tenemos estos arranques– salgo del burladero, oteo el horizonte, los novillos con las orejas enhiestas y el rabo tieso al notar mi presencia; pero yo los veía lejanos. Y el otro burladero, para mí, estaba a mi alcance. De modo que primero lento y luego arreando, ya que uno de ellos hizo por mí. ¡¡Uf!! Alcancé el refugio notando su respiración muy cerquita y complicando la mía con la nube de polvo que levantó aquella fiera. Digo bien: fiera. Eran novillos para festejo picado.
Esta fue la primera vez que… No, miento. Hay otra vez que tuve a un novillo a centímetros. Te lo cuento.
El consejo de Antoñete
Seguimos en Quintanar de la Orden. Era un festival. Toreaban Antoñete, Pedrés y Vergara. Seis novillos. Estos festivales eran muy frecuentes y en la mediación se sorteaban, ya sabes, un jamón, botellas de vino y un sobre con dos mil pesetas. La plaza, no sé si por afición, que sí, y por los premios, que también, a rebosar. A la mediación se hacía el sorteo. Y a mí me tocaron ¡¡las dos mil pesetas!! De las de entonces –año aproximado, 1955–. (Creo que el sueldo de maestro nacional de mi padre no llegaba, mensualmente, a esa cantidad).
¡Cómo puede ser que recuerde esto tan bien si ya han pasado sesenta y tantos años! Pues así es. Y así fue. Había que recoger el premio en el centro del redondel. Sin problemas. Ahí tienes al Chiquito saltando a la arena blandiendo en la diestra el boleto premiado. Cómo allí nos conocíamos todos, seguro que en los tendidos se escucharía aquello de “¡es el Chiquito!”. “Que sí, el menor de don Enrique”. “Pues no veas cómo le van a venir al maestro las dos mil pelas”.
Cobrado el premio, con el sobre remetido entre la camisa y el pecho, algo atolondrado, me quedé en el burladero. No era fácil subir al tendido. Y en estas dan suelta al cuarto de la tarde. “Pues aquí me quedo –me dije–. Así veo más de cerca los novillos”. Y vaya si los vi. Hasta quise acariciar a uno, que no se dejó, por la tronera del burladero. Al poco tiempo accedió
Antonio Chenel Antoñete, buscando refugio, algo sudoroso, por el bregar de la lidia. Me mira y se sorprende.
–Niño, que aquí no puedes estar. Cuando puedas salta al tendido.
En la sonrisa que me brindó creo que adivinó la emoción que yo debía de reflejar en mi cara al estar a su lado. Allí lo tenía, tan cerquita. Aquel a quien yo admiraba en las páginas del Dígame, del ABC y de El Ruedo. De repente abandonó el puesto dirigiéndose de nuevo al novillo. Le hice caso y empecé mi ascensión a los tendidos ayudado por algunos conocidos instalados en la barrera.
De regreso a casa mi madre ya lo sabía –allí todo corría como la pólvora– y me esperaba en la puerta. Aquello se convirtió en una romería, y nunca pensé que tendría tantos amigos. Acalorado llegué a la puerta.
– Mamá, he estado con Antoñete –le dije orgulloso.
– ¿Y ese quién es? Venga, ¿a ti no te ha tocado…?
– ¡Mira! –no la dejé continuar–. Dicen que aquí hay ¡dos mil pesetas!
Mi madre cogió el sobre y espantó un poco a mis amigos. Luego se arrepintió.
–Bueno, esperarlo. Que entre y se lave la cara. Le voy a dar algo para que os invite.
No recuerdo la cantidad. Lo que sí sé –era feria en el pueblo– es que nos marchamos al Real con una obsesión: el puesto de berenjenas. Ese manjar nadando en vinagre oculto en la panza de una mediana tinaja era la novedad y la delicia aquel año. Mi madre nunca quiso probarlas. “A saber lo que hay ahí dentro”. Por ello, aquel fue mi momento. Hubo berenjenas para todos. Ya tenía yo ganas de comerme uno de esos solanáceos tan pregonados. Y como doña Lola fue pródiga en su aguinaldo, cogimos a más de una.
Y… Córdoba
Ya estamos en 1966. Y mayo. Año y mes de la inauguración de Radio Popular, que tan emotivamente te he contado en el primer guion “Inauguración de los estudios”.
Lo primero que recuerdo de mis iniciales paseos por Córdoba era la proliferación de carteles anunciando a El Hencho, aún novillero, del que yo en ese momento tenía escasa información. Sí de Zurito, Montilla, El Cordobés, El Puri, Sánchez Fuentes, Tortosa… Y algo que recuerdo muy bien es cuando accedí al mítico coso de Los Tejares, cerrado ya un año, y antes de que la piqueta… ya sabes. Tan neófito y tierno, radiofónicamente hablando, estaba en aquellos días, cuando me fue encomendada la tarea de hacer una especie de reportaje sobre un espectáculo que se daba en este lugar sobre Justas y Torneos Medievales “con la participación de 200 actores, 24 especialistas y 75 caballos”.
Y allá que me fui con mi magnetófono y mi desconocimiento del tema a la plaza de toros a la espera de poder entrevistar a uno de estos actores. Así tuve la ocasión de conocer el viejo coso y dar rienda suelta a la imaginación. De Lagartijo –pensaba– a El Cordobés, pasando por los otros tres Califas, Guerrita, Machaquito y Manolete. ¡Cuánta historia se ha vivido aquí! ¿Y cómo estaría la plaza aquel 21 de octubre de 1951 cuando, ¡ahí es nada!, aquí se celebró la conocida como “Corrida del Siglo”, en la que hicieron el paseíllo tras el rejoneador Duque de Pinohermoso, Gitanillo de Triana, Carlos Arruza, Agustín Parra Parrita, José María Martorell, Julio Aparicio, Jorge Medina, Capetillo, Anselmo Liceaga y Rafael Lagartijo? Nueve, fueron nueve, los protagonistas de la corrida promonumento a Manuel Rodríguez Sánchez Manolete, que yo supe a través de mis lecturas taurinas? ¿Desde qué barrera presenció Ernest Hemingway la actuación, ¡cómo no!, de Antonio Ordóñez, muy destacada en la prensa taurina de entonces?
En eso estaba, con la imaginación desbordada, cuando hicieron entrada por la puerta principal, que daba a la entonces Avenida del Generalísimo, un tropel de caballistas que venía de hacer promoción del espectáculo por las calles de Córdoba. Pregunté por el responsable y me señalaron a Ricky, una especie de Gran Capitán, que sin bajarse del caballo pareció entender mis torpes preguntas sobre el evento, y que fueron contestadas con unas no menos torpes explicaciones, ya que el jinete, al parecer inglés, hablaba escasamente el español. Y yo, más que nada, pendiente del caballito, que no veas cómo hacía saltar, con su patear, la todavía escasa arena de la plaza. Como adivinarás, aquello fue un desastre.
Pero, bueno, así se hace uno en este oficio de la improvisación. Hasta que Matías Prats me dio un consejo, que conocerás cuando llegue el momento.
Temporada de 1966
Fue mi primera temporada taurina en Córdoba, que viví de forma apasionada e ilusionante. No me olvido de mi primer festejo en Los Califas. Fue el 15 de mayo, un día después de la inauguración de la emisora. Novillada con picadores. He de confesarte que la primera impresión que tuve de la imagen de la nueva plaza de toros fue algo decepcionante. Acostumbrado a la bella arquitectura externa de plazas como La Malagueta (Málaga), Las Ventas (Madrid), las de Albacete, Ronda o Sevilla, esta de Córdoba me resultó de lo más simple. Quizás esperaba algo más a tono con el patrimonio arquitectónico de una ciudad que tiene entre sus tesoros motivos para enriquecer aquella, para mí, insípida fachada. (Algo ha ganado con los retoques que le han hecho posteriormente). De su interior, todo es alabanza. Conocedor de los cosos nombradas anteriormente, este de Córdoba es, sin lugar a dudas, el más seguro y cómodo. Lo que es de agradecer.
Como decía, mi primer festejo fue una novillada con picadores en la que alternaron con ganado del Conde de la Maza Alfonso González Olmo Chiquilin, Pedrín Benjumea y Alfonso Castillero. Me llamó también la atención el escaso público que acudió al festejo, algo así como un cuarto de plaza. Luego supe que esto era lo habitual en festejos de este tipo. Ahí empecé a conocer la realidad de la Córdoba taurina.
CONTROL.-Sintonía de informativos.
LO.- En este momento triunfa el sí en el referéndum de la Ley Orgánica del Estado. Según últimos datos el 91 por ciento del electorado acudió a depositar su voto en la capital. Se han contabilizado un 97,44 por ciento de votos afirmativos.
LA.- Se encuentra en Córdoba el rey Faisal de Arabia Saudí. En su agenda figura visitar la Mezquita -Catedral y el Alcázar de los Reyes Cristianos.
LO.- Se anuncia en el Gran Teatro la actuación estelar del Real Centro Filarmónico Eduardo Lucena, que dedicará un emotivo homenaje al compositor Ramón Medina.
LA.- La ciudad reconoce al hombre que, según dice el periodista Manuel Medina, “lo que él ha escrito está saturado de vida cordobesa en su plenitud lírica. Córdoba entera vibra en sus canciones”.
LA.- El recientemente descubierto busto con su imagen en la plaza de San Agustín hace justicia con este cantor de Córdoba.
LO. - En nuestro informativo les ofreceremos palabras de don Baldomero Moreno y del alcalde don Antonio Guzmán Reina pronunciadas en el acto inaugural de este homenaje.
LA.- Avance deportivo. Se confirma el fichaje del portero del Córdoba C. F. Miguel Reina por el poderoso F.C. Barcelona.
LO.- La empresa Cenemesa construye un transformador de 50.000 Kilovatios con una tensión de 240.000 voltios.
LA.- Estas y otras noticias serán ampliadas en nuestro informativo Aquí plaza de las Dueñas de las dos y treinta de esta tarde.
CONTROL.- Ráfaga resuelve.
No fue muy pródiga mi actividad en la información taurina en mi etapa en Radio Popular, ya que este bloque en nuestra programación estaba cubierto por Rafael Moreno, con quien ya dejé dicho más arriba que solía colaborar en el programa Redondel. Pero sí es cierto que ambos hacíamos una muy buena pareja radiofónica. Fuimos pioneros en la retransmisión de festejos taurinos.
Así, llevamos a la audiencia, con todo lujo de detalles, la alternativa de Agustín Parra Parrita en la feria de mayo de 1976. Rafael ya estaba en Sevilla, pero acordamos compartir las retransmisiones aquí en Córdoba. Y así lo hacíamos.
Pero debido a la realización de mis programas, musicales, culturales, recreativos, etc., lo que era la información taurina diaria la dejé en manos de Pepe Toscano, que si bien colaboraba en la emisora en el programa deportivo dedicado al fútbol modesto cordobés, del querido y recordado Antonio Fuentes, era patente su afición y conocimientos taurinos, como ha venido demostrando hasta nuestros días.
En Antena 3
Con mi pase a Antena 3 de Radio en 1982, y debido a mi nuevo cargo de responsabilidad como jefe de Programas y Emisión, dejé el mundo de los toros algo aparcado en la programación, nunca como espectador de los cortos festejos que la empresa Camará anunciaba.
No recuerdo la fecha, pero sí que a instancias de Antonio Pérez Barquero, integrado en la Empresa Camará, y Andrés Dorado, del Círculo Taurino –donde habían proyectado un serial de festejos menores, cinco novilladas sin caballos y tres becerradas– y junto a otros taurinos más, fui invitado a una reunión donde se creó un frente para activar a la afición taurina cordobesa, muy en decadencia, entre otras causas, por los escasos y poco atractivos carteles que ofrecía la empresa.
La reunión sirvió para reactivar aficiones y establecer compromisos con el mundo de la Fiesta. El mío fue incluir en nuestra programación una emisión taurina semanal. Así nació Coso de los Tejares, nombre que teníamos muy claro, ya que nuestros estudios se alzaban, precisamente, en
el lugar donde había estado el famoso coso del mismo nombre, en la avenida Ronda de los Tejares.
En sus inicios conté con la colaboración y sapiencia taurina de Ángel Mendieta, y posteriormente la de Antonio Noviembre, aficionado que aportó, en su corta presencia, todo lo que había aprendido en las afamadas tertulias madrileñas “Los de José y Juan” y la peña taurina “El 7”.
El programa tomó mucha fuerza con la apasionante presencia de un Paco Ojeda revolucionario y rompedor. Y especialmente con la irrupción de Juan Serrano Finito de Córdoba (1988), que deslumbró en su presentación, aún sin picadores, con un toreo clásico, donde se aventaba una gran personalidad, en septiembre de ese mismo año. Pero hubo más. Apareció la figura de otro incipiente novillero, Rafael González Chiquilin, golpeando la sensibilidad de la afición con un toreo personalísimo y ‘amanoletado’.
Con Finito en los estudios de Antena3
Un año después nace, para gozo de la afición, la pareja de novilleros formada por Finito de Córdoba y Rafael González Chiquilín. Fueron dos mano a mano: 23 de mayo y 22 de junio de 1990. ¡Aquellos llenazos!, ¡Aquel toreo, tan distinto uno del otro! ¡Aquella ilusión! La afición de Córdoba de nuevo en romería a Los Califas. Todo el mundo quería saber qué estaba pasando en Córdoba. El desaparecido Vicente Zabala, padre, no dejaba de pedirme conexión con ellos. Por aquellos tiempos Finito y Chiquilín eran como de mi familia.
Impresionante el llenazo la tarde de la alternativa de Finito, el 23 de mayo de 1991, con Paco Ojeda de padrino y Fernando Cepeda testigo, y que tuve que radiar subido en una silla. Parte de esta retransmisión se ofreció para todas las emisoras de Antena 3 en Andalucía. Algo más cómodo, radié un año después la de Chiquilín. Otro pedazo de cartel, con Curro Romero de padrino y Julio Aparicio de testigo.
Merced a esta ebullición taurina quise reflejar en la programación diaria, buscando ese alimento de la radio que es la publicidad, un programita vendible y de audiencia. Nació así un mini espacio incluido en el magacín Viva la Gente y que no podía llamarse de otro modo que
¡Viva la gente taurina!
Era simplemente un concurso, adobado con música y preguntas de corte taurino. Todo centrado en la torería cordobesa del momento. He aquí, como ejemplo, cinco de las preguntas que los oyentes debían de contestar.
Para continuar con el juego, prueba a contestarlas tú. La solución estará al final de este guion*.
-1.ª ¿De qué color era el traje de la alternativa de Fernando Tortosa?
-2.ª ¿Cuántos trofeos cortaron en total Ruiz Miguel, Dámaso González y Tomás Campuzano a los toros de Victorino Martín, aquí en Córdoba, la tarde del 25 de mayo de 1968?
-3.ª ¿Quién le dio la alternativa a Agustina Parra Parrita la tarde del 27 de mayo de 1976?
-4.ª ¿Qué día y año toreó Martorell vestido de corto, por última vez, en la plaza de los Califas?
-5.ª ¿En qué año tomó la alternativa Fermín Vioque y qué trofeo consiguió?
Los participantes recibían un número para el sorteo de regalos. Las preguntas no contestadas se volvían a hacer al final del programa, o se retomaban para el día siguiente. Esto daba la posibilidad de que los oyentes se informaran. Por aquellas fechas me contaba Fernando Tortosa que fueron varias las oyentes que llamaron a su casa y preguntaban a su mujer por el color del traje de su alternativa. Y así. El caso era hablar de toros.
El indulto a Tabernero
Con la que fue mi última retransmisión de una corrida de toros cierro ya este capítulo sobre mis vivencias taurinas en radio, tan extenso, que, como dije más arriba, llenarían las páginas de un buen libro.
Era 1994, Antena 3 de Radio ya había hecho pis pas (tomémonos a broma el llamado Antenicidio). Un buen compañero en la fenecida emisora era Joaquín Rodríguez, dinámico y eficaz en los informativos –actualmente responsable en Córdoba de la agencia Europa Press–, había recalado como director en Radio Luna, la emisora que la SER tiene en Villanueva de Córdoba. Era por mayo de aquel año cuando me llamó proponiéndome que me encargara de realizar la retransmisión, para su emisora, de las corridas de toros de la Feria de Mayo en Córdoba. Lo hice con mucho gusto, ya que el gusanillo de la radio estaba muy, pero que muy, despierto.
Me detengo en la corrida del 28 de mayo. Concretamente en el quinto de la tarde, un toro que respondía al nombre de Tabernero, de la ganadería de Gabriel Rojas. Al llegar el toro a la faena de muleta nadie apostábamos por él, ya que escaseaba de fuerza y no fue discreta su pelea con caballo. Pero llegó el milagro. Ese que en contadas ocasiones se produce en una plaza de toros. Y es que “se encontraron toro y torero”, como suelen decir los taurinos clásicos. Tabernero era una máquina de embestir, y Finito era lo propio toreando. Faena bellísima, larga, con el
público en pie, emocionado. Al final se produjo el primer indulto de un toro en el coso de Los Califas.
Fuimos la única emisora que llevó a la audiencia este acontecimiento. Guardo la grabación de la faena a ese toro, donde se puede escuchar la emoción de Ángel Mendieta, de Rafael Sánchez González, de Antonio Vázquez, mayoral de Gabriel Rojas, y de muchos más. Como mi tono iba subiendo en emoción según avanzaba la faena, buscaba respiro pasando el micrófono al segundo mayoral de Gabriel Rojas.
–Juan, ¿qué te parece lo que estamos viviendo?
–Lo siento. Yo no hablo. Esto no me lo pierdo –me dijo, con razón.
Y cuando Finito de Córdoba, emborrachado de torear, miró al placo como preguntándole al presidente:
–¿Lo mato o qué?
El presidente, Manuel Rodríguez Moyano, no lo dudó. Y enseñando el pañuelo amarillo indultó, por vez primera en el coso de Los Califas, la vida de un toro. Tabernero y Finito hicieron historia aquella tarde del 28 de mayo de 1994.
Y con esto finalizo lo que te vengo contando sobre mi actividad taurina en las emisoras en las que he desarrollado mi trabajo. Queda pendiente hablarte de las radionovelas que sobre Manolete, Lagartijo, Machaquito y El Cordobés he escrito para Radio Córdoba. Será en otros guiones (capítulos).
Alfredo Asensi presentando en el Círculo de la Amistad la radionovela “Manuel Benítez El Cordobés V Califa” ante la atención de este, José María Montilla y Gabriel de la Haba Zurito
* 1. Celeste y oro.
2. Ocho orejas y un rabo.
3. Curro Romero.
4. 7 de noviembre de 1971.
5. 1984. Trofeo Manolete.
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