LOS CRIMENES DEL “JARDINITO”
La verdadera historia del horrendo crimen cometido en Córdoba a finales del siglo XIX. Descripción real y auténtica de hechos, lugares y personajes.
(2ª Parte)
LA CONDENA DE “CINTAS VERDES” Y SU ENCARCELAMIENTO.-
El día 15 de noviembre de 1890, a las once de la mañana, en la Audiencia de lo criminal de Córdoba, se inició el juicio oral de la causa abierta contra José Cintabelde Pujazón alias “Cintas Verdes”, por los hechos que ocurrieron en la mañana del día 27 de mayo de ese mismo año en la finca del “Jardinito”.
El tribunal estaba compuesto por Don Segismundo del Moral Ceballos, Presidente de la Audiencia y los Magistrados Don Vicente Garzón y don Teófilo Álvarez. El jurado había sido seleccionado entre un grupo de personas designadas por sorteo, compuesto por 19 cabezas de familia y sus respectivos cuatro supernumerarios o suplentes, más 16 candidatos de probada capacidad y sus dos suplentes.
Ante el tribunal y el jurado, han ido pasando los testigos en contra y a favor del procesado, así como los afectados por los hechos acaecidos, o sea los familiares de los fallecidos y la única persona que no resultó muerta el día de autos, Antonia Córdoba García, que estuvo ingresada dos meses en el Hospital de Agudos, a la que le quedó como secuela la pérdida total de audición del oído izquierdo, al margen de la terrible pena de haber perdido a sus dos hijas pequeñas. Por supuesto también intervino en el proceso el propio imputado a través de inquisitivas.
En las conclusiones, el Fiscal de Su Majestad don Francisco Novillo, dio por probado que, por propia confesión, el procesado fue el autor de los delitos descritos en el sumario y, teniendo en cuenta las circunstancias agravantes que concurrieron, a criterio del propio Fiscal, pidió la pena de muerte y, subsidiariamente, la prisión e inhabilitación perpetua, además de la condena a costas y el pago de “cuantiosas indemnizaciones” a los afectados que sumaban en total la importante cantidad de 2.902,25 pesetas (17,44 €).
Por contra, el abogado defensor, Don Julio Valdelomar y Fabregues, en cumplimiento estricto de su deber, aceptó el relato del Ministerio Fiscal, excepto algunas agravantes que consideró no probadas, y aportó, al mismo tiempo y según su criterio, la eximente de perturbación de las facultades mentales, por lo que pidió el internamiento de su defendido en un hospital para tal tipo de enfermedad.
Visto para sentencia y tras la pertinente deliberación, el jurado fue respondiendo a todas las cuestiones que se le habían planteado, de forma positiva a las que imputaban los hechos delictivos al reo y negativamente a las que le eximían de culpa y, por tanto, declararon culpable de todos los cargos al procesado. En consecuencia, el tribunal, formado por los tres magistrados antes citados, a tenor de la culpabilidad declarada por el jurado, dictó como sentencia la condena a muerte al procesado.
La Torre de los Leones y el llamado edifico “casa de baños”, vistos desde los estanques de los jardines del Alcázar, cuando aún eran parte de la cárcel de Córdoba. |
A partir de aquel momento el reo, que había estado en prisión preventiva, pasó a ocupar la celda número 13 de la cárcel municipal que estaba ubicada en los edificios del antiguo Alcázar de los Reyes Cristianos (Ver nota nº 13).
Las primeras noticias que se tuvieron desde la prisión, respecto al comportamiento de “Cintas Verdes”, fueron que, a pesar de la dureza de la condena, su actitud seguía siendo igual de chulesca que la que mostró desde el primer momento de su detención, hacía ya casi seis meses, y de la que mantuvo durante todo el proceso judicial.
Vista del Patio Mudéjar del Alcázar, con los arcos cegados y convertido en patio para recreo de los presos, durante su utilización como cárcel. |
Pero un par de días más tarde, concretamente a partir del lunes día 17 de noviembre, los humos se le empezaron a bajar, porque la dirección de la cárcel dio la orden de que se estableciera una férrea vigilancia sobre el convicto, ya que a dichas instancias carcelarias había llegado una información referente a que el tal “Cintas Verdes” estaba implicado en un intento de fuga. Entre otras medidas se procedió a su incomunicación y a mantenerlo de continuo sujeto a la pared de la celda con una cadena y un grillete cogido a uno de sus tobillos.
La comida se la servían directamente en la celda, y era confeccionada en las cocinas de la propia cárcel, no permitiéndosele recibir comida desde el exterior, ni por parte de familiares ni de amigos.
Solo se autorizaba la visita de su amante María Teresa Molinero Galloso, que era la madre de su hija Magdalena, a la cual tampoco le permitían la entrada en la cárcel, por razones de edad, ya que sólo tenía once meses de vida.
Sí se le permitió, desde el primer momento y valorando que estaba totalmente incomunicado, tener dentro de la celda una perra a la que le cogió mucho cariño y que, según decía el propio preso, era su mejor compañera. Parecía mentira que un sujeto que fue capaz de degollar a dos niñas de seis y dos años, pudiera sentir cariño por un animal…, sería porque su conciencia era similar a la de los que gozan viendo como apalean o matan a un Guardia Civil y, sin embargo, se compadecen y sufren por la muerte de un toro en la plaza.
Pocos días después, Pepillo “Cintas Verdes” cayó en un abatimiento total, porque las esperanzas de que la sentencia pudiera ser modificada, se esfumaron definitivamente, ya que el recurso que presentó su abogado defensor ante el Supremo Tribunal de Justicia, fue desestimado por la más alta instancia y, por tanto, la sentencia quedó ratificada en todos sus términos, y adquirió firmeza la condena a la pena capital. En el momento en que le fue comunicado el fallo inapelable del Supremo Tribunal, las piernas se le aflojaron a Pepillo “Cintas Verdes”, y se desmayó.
A partir de ese día, el comportamiento de José Cintabelde cambió radicalmente. Se volvió sumamente piadoso, y recurría con frecuencia al sacramento de la confesión con el Padre Jesuita Juan Bautista Moga y Mora, al que tomó como director espiritual.
Con frecuencia recibía obsequios de estampas, escapularios y detentes (Ver nota nº 14) que le enviaban desde varios conventos y desde casas particulares que, siguiendo el hermoso lema de “odia el delito y compadece al delincuente”, hacían manifestación de piadoso perdón al reo, sin que por ello olvidasen ni dejasen de condenar los terribles crímenes que cometió el martes 27 de mayo de 1890.
“Cintas Verdes” en “Capilla”.-
El día 5 de junio de 1891 cumplió “Cintas Verdes” 200 días encerrado en la celda número 13 de la cárcel. Ese día a las siete y media de la mañana recibió la visita del Padre Moga que llegó acompañado del director del Presidio, Sr. Navarrete, y de un hermano de la Paz y Caridad (Ver nota nº 15), para comunicarle que el momento final estaba próximo y que tenía que pasar, como era preceptivo, a la Capilla.
Antes de salir de la celda pidió confesión, y recibió el sacramento con ejemplaridad a solas con el Padre Moga. Después un empleado de prisiones se hizo cargo de la perra que lo estuvo acompañando en la celda durante los 200 días que allí permaneció. Por último, le quitaron a Pepillo “Cintas Verdes”, el grillo simple que lo tenía atado a la celda, y le colocaron uno doble que le permitía desplazarse.
A las ocho y cinco minutos, junto con sus acompañantes, se encaminó hacia la Capilla, en cuyo salón previo ya lo estaban esperando el Alcalde de Córdoba, que era el académico y militar malagueño Don Juan Tejón y Marín, y varios miembros de la Junta de Prisiones, además de varios sacerdotes y bastantes periodistas locales y foráneos.
José Cintabelde llevaba en sus manos una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, que besaba con frecuencia, mientras que en su pecho pendían dos escapularios y otros detentes prendidos.
Escapularios de la época con la advocación de la Virgen del Carmen, con la esfinge de la Virgen por lado que se situaba en el pecho y el escudo de la orden del Carmelo por el que caía por la espalda. |
Casi sin hacer caso a las personas que se hallaban presentes, se fue directamente a sentarse en una de las sillas, pidiéndole al Padre Moga que se colocase a su lado.
Sin más preámbulos, pero con voz emocionada y conmovida, el Oficial de Sala de la Audiencia, don José Navarro Coca, dio lectura a la literalidad de la sentencia definitiva. Al terminar le preguntó a Cintabelde si quería firmar, a lo que éste respondió con un lacónico “no, señor”.
A continuación el reo entró en la Capilla, y sin más dilación se hincó de rodillas ante el altar y allí colocó la estampa del Corazón de Jesús que llevaba en sus manos. Se levantó y fue a sentarse en un viejo sillón de terciopelo rojo que había frente al altar, en el lado opuesto a donde estaba la que iba a ser la cama de su última noche. Allí permaneció durante la misa que celebró el Padre Moga, ayudado por los hermanos de la Paz y Caridad, en la que Pepillo “Cintas Verdes” comulgó con mucho recogimiento.
Cuarenta y cinco minutos más tarde, el reo dijo que quería hacer el reparto de estampas y obsequios a las personas que le habían asistido durante su presidio, y para hacer dicha tarea pidió la colaboración del padre Moga, del Hermano Mayor de la Paz y Caridad, Sr. Torres y Torres, y del Teniente Hermano Mayor de dicha Hermandad, don León Abadías.
Aunque se le notaba muy pálido, el estado emocional del condenado era normal, sin que se le notara estar compungido, e incluso él mismo hizo referencia a que prefería ese final al de estar sufriendo de por vida viendo como su hija iba a visitarlo a la cárcel.
Al cabo de un rato manifestó dos deseos: el primero, que quería ver por última vez a María Teresa Molinero Galloso, con la cual se había casado estando ya en presidio, y a su hija Magdalena, petición que, lógicamente, se le concedió; y el segundo, que quería que se retiraran de la Capilla todos los periodistas que allí estaban, y que sólo se quedaran don Emilio Cabezas del periódico Adalid y don Mariano del Diario de Córdoba, petición que también se le concedió.
A media mañana se le sirvió un abundante almuerzo compuesto de tortilla de jamón, pescado frito, asado de carne, entremeses con jamón y salchichón, dulces, almíbares, vino, café y habanos, compartiendo todo con el Padre Moga y el Teniente Hermano Mayor de la Paz y Caridad Don León Abadías.
Después siguieron haciendo el reparto de estampas y obsequios, escribiendo el propio “Cintas Verdes” a lápiz, sobre cada sobre, el nombre de los destinatarios.
A la una de mediodía llegaron su mujer y su hija acompañados por los dos hermanos de María Teresa Molinero. La escena fue tristísima. La esposa lloraba sin consuelo mientras lo besaba, y él reo hacia lo propio con su hija Magdalena, que estaba a punto de cumplir 18 meses, a la que le dijo: “ya no te veré más, toma mi último regalo”, y le entregó una moneda de oro de 25 pesetas. A su esposa también le entregó cuatro sobres, un para ella, otro para la niña y los otros dos para sus cuñados José y Rosario Molinero Galloso. La despedida de la esposa, la hija y los cuñados fue patética, pues mientras estos se iban derramando lágrimas, José Cintabelde exclamaba: “Adiós para siempre, hasta la eternidad”. Después fue calmándose poco a poco, hasta terminar deshaciéndose en elogios hacia el Padre Moga y don León Abadías por lo mucho que le habían ayudado.
A las tres y media de la tarde llegaron a la cárcel el Presidente y Magistrados de la Audiencia que, junto fueron los que dictaron la sentencia de muerte, junto a los jueces de instrucción.
“Cintas Verdes” los saludó y abrazó, uno a uno, como señal de reconocimiento de que habían cumplido con su deber y de que no les guardaba rencor.
Como a las seis de la tarde llegaron el Gobernador Civil, Sr. Castañón, y del Alcalde, Sr. Tejón y Marín, y con ambos estuvo conversando brevemente “Cintas Verdes”. Entre otras cosas, sendas autoridades le transmitieron que el Reverendísimo Sr. Obispo de la Diócesis Don Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros le mandaba la bendición absolutoria de todos sus pecados.
Una hora después, le sirvieron una suculenta cena traída desde el Restaurante de los Hermanos Puzzini (Ver nota nº 16), consistente en sopa de puré, carne con guisantes, pastelitos de carne y sesos, pescado en blanco, lengua con tomate, pollo asado, postres compuestos de pasas, almíbares y quesos, y todo regado con buen vino. Durante la cena lo acompañaron el Padre Moga, el Sr Abadías, los dos periodistas del Adalid y del Diario de Córdoba, y los párrocos de San Lorenzo, San Pedro, Santiago y del Sagrario de la Santa Iglesia Catedral.
A las nueve y media de la noche, el reo rezó el Santo Rosario, junto al Padre Moga, y el Padre Amaya, que es Párroco de San Lorenzo, y al terminar pidió que avisaran al Notario Don Enrique Morón y Cortés, porque quería anular el testamento que tenía hecho ante dicho Notario y sustituirlo por un nuevo.
A las diez de la noche llegó el Sr. Notario, momento en que José Cintabelde supo que en las dos póstulas o recolectas que habían llevado a cabo los hermanos de la Paz y Caridad, una a las ocho de la mañana y otra a las ocho de la tarde, se habían recaudado en total 517,15 pesetas, que junto con las 110,75 pesetas que había entregado a su esposa en la visita de mediodía, sumaba un monto total de 627,90 pesetas que era su herencia y que repartía de forma principal para su hija Magdalena y del resto una mitad para su esposa María Teresa Molinero, y la otra mitad para su padre, que aún vive en Almería. Si bien ordenó que previamente se guardara una parte para limosnas y aplicación de misas por su alma.
Cuando habían pasado 45 minutos de la medianoche, el Sr. Notario terminó su labor y se marchó, y poco más tarde, el reo se acostó y se durmió. Pero a las dos de la madrugada se despertó muy nervioso y sollozando. Poco a poco, el Padre Moga consiguió tranquilizarlo y a las tres volvió a dormirse.
Todo el tiempo estuvo vigilado, desde el punto de vista sanitario, por el médico de la cárcel Sr. Don Pablo García, que le controlaba la tensión y trataba de calmarle el nerviosismo, si bien es cierto que el propio reo le había pedido que no lo drogase.
A las cuatro de la madrugada “Cintas Verdes” se despertó y pidió vestirse para oír misa y comulgar. A las cinco se celebró el Santo Sacrificio por el Padre Moga, que hizo una plática preciosa. A la misa asistieron todos los presentes, incluido el Alcalde Sr. Tejón y Marín, que estuvo toda la noche en la Capilla.
A las siete menos cuarto se sirvió el desayuno al reo, consistente en jamón, salchichón, vino, postres y café, y una hora más tarde llegó a la cárcel el ejecutor de la justicia, Don José Caballero, que fue directamente a la Capilla.
Cuando “Cintas Verdes” lo vio, no dudó en fundirse en un abrazo a él y manifestarle que lo perdonaba de corazón, porque sabía que si él le iba a quitar la vida, es porque era su deber y obligación, y le entregó un sobre con una estampa y un escapulario.
El tiempo de “Cintas Verdes” en la cárcel ya se había agotado, y tenía que ponerse en macha, camino del cadalso.
Le quitaron los grilletes dobles con los que ha pasado la noche en Capilla y le colocaron unas esposas con las que irá hasta el
patíbulo y, en contra de su voluntad y porque así lo establecía la ley, le pusieron la vergonzante hopa negra (Ver nota nº 17) con la que debería ser ajusticiado.
EL ÚLTIMO AJUSTICIAMIENTO PÚBLICO QUE HUBO EN CÓRDOBA.-
A las ocho de mañana del sábado día 6 de junio de 1891, la explanada que existía extramuros del barrio de San Basilio, entre la Puerta de Sevilla y la fachada del Cementerio de la Salud –hoy día ocupada por el principio de la avenida del Corregidor y el final de la del Conde de Vallellano–, estaba llena de un gentío que quería ser testigo, amargo testigo, de la ejecución de un hombre.
Hacía más de 40 años que en Córdoba no se había ejecutado a nadie en público. Los últimos ajusticiamientos con asistencia de personal, fueron los de dos muchachos de 20 y 24 años, condenados a la pena capital por haber robado en pandilla e incendiado, a los cuales se les dio garrote en 1851, en un cadalso que se situó sobre la prominencia del terreno que existía frente a la Puerta de Sevilla, hacia la izquierda de la fachada del Cementerio de la Salud, que es el mismo lugar donde también se levantó el que se emplearía el 6 de junio de 1891 para quitarle la vida a Pepillo “Cintas Verdes”, último ser humano que fue ejecutado públicamente en Córdoba.
Entre aquellos ajusticiamientos de 1851 y el de 1891, hubo otros cumplimientos de penas de muerte, pero no fueron públicos ya que todos los condenados lo fueron en Consejos de Guerra, y sus ejecuciones se hicieron pasándolos por las armas en el interior de los cuarteles. Concretamente los últimos fusilados, antes de 1891, habían sido: un cabo de la Guardia Civil apellidado Rincón y otro número del mismo cuerpo; un bandido criminal apodado “El Taco”; y el último que fue un cabo del Depósito de instrucción y doma de las Caballerizas Reales.
En el caso que nos ocupa, se trataba de ajusticiar al confeso, juzgado y condenado autor del crimen más horrendo que se había cometido en Córdoba desde tiempo inmemorial: el asesino múltiple del “Jardinito”.
Sacaron a José Cintabelde Pujazón de la cárcel provincial que ocupa los edificios del Alcázar de los Reyes Cristianos, las ocho y quince minutos, formando parte de una comitiva que lo conduciría hacia el patíbulo. El reo iba montado sobre un carro, vistiendo la característica hopa negra de los condenados a garrote.
Vista del edifico del Alcázar de los Reyes Cristianos, cuando aún era la cárcel de Córdoba, de donde sacaron a “Cintas Verdes” para darle garrote vil. |
El cortejo estaba formado por: varios guardias civiles que custodiaban al ejecutor o verdugo, Don José Caballero que iba fumándose un hermoso habano; justo por detrás de él, un cuerpo de bayonetas formado por cuarenta soldados del batallón de Cazadores de Cataluña al mando de un teniente, que rodeaban el carro que llevaba al reo esposado. Éste, agarraba entre sus manos un Crucifijo que besaba continuamente. Iba acompañado por el Padre Moga, que había sido su confesor en la cárcel, y por el Sr. Torres y Torres, Hermano Mayor de la Paz y Caridad, que trataban de darle consuelo.
La comitiva caminó por delante de la fachada de las Caballerizas Reales y por la calle Enmedio, hasta salir a la Puerta de Sevilla, donde llegaron a las ocho horas y treinta y dos minutos. Durante todo el recorrido no faltaban paisanos que querían verle la cara al pobre diablo que tan sanguinario crimen había cometido.
Para dejar pasar a la comitiva entre el gentío que ocupaba la explanada de la Puerta de Sevilla, los policías municipales y los agentes del cuerpo de vigilancia habían abierto un pasillo, formando sendos cordones de retención a izquierda y derecha del mismo.
Desde muy temprano, habían estado manteniendo el orden en la explanada donde se iba a llevar a cabo la ejecución, varios guardias civiles a caballo, mientras que la protección del patíbulo corrió a cargo de un batallón de soldados del regimiento de Cazadores de Cataluña.
Cuando eran las ocho y treinta y seis minutos, el carro que llevaba al condenado, paró justo delante de la escalera que conducía al patíbulo. El reo, al que se le veía muy pálido y demacrado, subió por su propio pie, uno a uno y muy lentamente, los escalones que conducían al estrado. Inmediatamente detrás de él, subieron también a la plataforma su confesor, el Padre Moga, y varios hermanos de Paz y Caridad.
Desde arriba del patíbulo, antes de que lo amarrasen al poste de la muerte, el reo intentó dirigirse al público asistente, pero el propio murmullo de la gente impidió escuchar lo que el pobre desgraciado decía, que optó por callarse, quedándose todo el mundo sin saber cuáles fueron o iban a ser sus últimas palabras.
El ejecutor o verdugo, lo sentó en la silla que quedaba en el centro del entarimado, justo delante del poste que sujeta el garrote, y lo ayudó para que la espalda le quedara lo más pegada posible a dicho poste. Sin más preámbulos, abarcó con el collarín el cuello del reo y lo ajustó al mecanismo del garrote. Ya estaba todo dispuesto para ejecutar al pobre criminal y que, de esa forma, quedase cumplida la sentencia.
Eran las ocho y cuarenta y cinco minutos, cuando Don Segismundo del Moral Ceballos, Presidente de la Audiencia, que asistía, junto con los demás Magistrados, como
representantes de la autoridad judicial, efectuó un leve movimiento de cabeza, asintiendo a que se cumpliera la condena de la pena capital, momento en el que hizo acto de presencia el silencio más absoluto.
El verdugo giró el tornillo y de un golpe seco y rápido, hizo que el garrote vil (Ver nota nº 18) tronchara la nuca y acabara con los 27 años, ocho meses y 23 días de vida de José Cintabelde Pujazón, alias Pepillo “Cintas Verdes”.
Foto de una de las últimas ejecuciones públicas llevadas a cabo en España, y dibujo de una ejecución a garrote vil. |
Porque así lo mandaban las ordenanzas aplicables, durante cuatro horas quedó expuesto en el mismo lugar de la ejecución el cadáver de este terrible criminal que, como hombre, no pasó de ser un pobre desgraciado.
Hacia la una de la tarde, los hermanos de la Paz y Caridad vinieron a hacerse cargo del despojo de Pepillo “Cintas Verdes” para velarlo en la Parroquia de San Francisco, donde le hicieron una misa de funeral el lunes día 8 de junio de 1891 y, a continuación, darle sepultura, una hora antes de la caída del sol, tal como mandaban las normas de su Hermandad.
Durante muchos años, aunque hoy día está casi olvidado, cuando se quería tachar de maldad a alguien, quedó en el ideario cordobés el dicho de: “eres más malo que cintas verdes”.
NOTAS (de la 2ª parte).-
13.- Durante la utilización del Alcázar de los Reyes Cristianos como cárcel, concretamente en el año 1820 y bajo la dirección técnica del arquitecto municipal don Pedro de Lara, se hizo una remodelación de algunas zonas, procurando no dañar la estructura original del edificio. La más importante modificación fue la de cegar los arcos del Patio Mudéjar, para aprovechar la galería circundante y ampliar el número de celdas. Después, entre 1951 y 1960, se llevó a cabo restauración general del Alcázar bajo la dirección del arquitecto municipal Víctor Escribano Urcelay, en lo que respecta a los edificios, y por el también arquitecto municipal José Rebollo Dicenta, para la remodelación de los jardines y accesos. En dicha rehabilitación fueron derribadas las celdas construidas en la galería del Patio Mudéjar y abiertos los arcos que lo circundan, como también se abrió el paso debajo de la Torre de los Leones, que estaba igualmente cegado para impedir el acceso al interior por esa puerta que, una vez abierto como monumento visitable, es la principal entrada al Alcázar.
14.- Un ‘Detente’ es una especie de escapulario sencillo que se prende en el pecho, a la altura del corazón, como una piadosa práctica de amor y acercamiento a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Se inició en el siglo XVII en el Convento francés de la Visitación por santa Margarita María de Alacoque, a quien se le apareció Jesús y le prometió que su Sacratísimo Corazón se “dilataría para derramar con abundancia las gracias de su divino amor a quien le rindiese honor y tributo”. Por tal razón el lema de los “Detentes” es: “Detente, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo”.
15.- La primitiva Hermandad de Paz y Caridad se disolvió en el año 1841, cuando aún tenía como sede el Hospital de la Caridad, que después pasó a ser Escuela de Bellas Artes y actualmente forma parte del Museo Provincial de Bellas Artes, en la Plaza del Potro. Posteriormente se refundó, a primeros de abril de 1891, en la Parroquia de San Francisco y San Eulogio en torno a la imagen del Stmo. Cristo de la Caridad, por lo que se puede decir que, aunque no ha existido continuidad, es la antecesora de la actual Real Hermandad del Stmo. Cristo de la Caridad. Entre sus funciones destacaban las de asistencia a reos de muerte, prestando servicios de póstula pública o recaudación de limosnas a favor de los familiares del ajusticiado, encargándose también de auxiliar y reconfortar al condenado en los momentos previos a su ejecución, recoger su cadáver y darle cristiana sepultura una hora antes de que el sol se ocultara, dentro de los seis días siguientes al fallecimiento.
16.- El restaurante de los Hermanos Puzzini, era conocido también como restaurante Suizo, porque lo creó Fuster Puzzini, que era de tal nacionalidad. Estaba situado en la plaza de las Tendillas, antes de que esta tuviera la actual conformación, junto al Hotel Suizo, que en realidad no pasaba de ser una
distinguida fonda, y era regentado por los hijos del fundador, de ahí el nombre de Hermanos Puzzini. Adquirió fama como la mejor casa de comidas de Córdoba en los años finales del siglo XIX. Desapareció antes de 1910, cuando Casa Miguel Gómez cogió el relevo de ser el más conocido y famoso restaurante de Córdoba.
17.- La hopa es una vestidura a modo de sotana o túnica cerrada desde el cuello a los pies, de tejido burdo y basto, que se les colocaba a los condenados, siendo de color negro cuando se trataba de reos de muerte, a la que también se le denominaba “loba” o saco de ajusticiado.
18.- El garrote era el nombre común con el que se conocía al instrumento de ejecución de la pena capital en España y sus colonias. El origen del procedimiento es milenario, pues en el imperio romano ya fue utilizado, aunque en sus inicios era tan solo una soga que pasaba alrededor del cuello y de un poste que servía de apoyo para hacer un torniquete y provocar la muerte por estrangulación. Fernando VII lo adoptó definitivamente en 1832, como un medio de ejecución “más piadoso” que el ahorcamiento, diferenciando el “garrote ordinario” para el pueblo llano, “garrote noble” para los hijosdalgos y “garrote vil” para los delitos infamantes sin distinción. El instrumento como tal sufrió diversas modificaciones, siendo dos modelos los más empleados hasta su abolición definitiva en 1978: el de “corredera”, creado en la audiencia de La Habana en 1880 que producía desnucamiento por compresión; y el de “atrás hacia delante” inventando por el verdugo de Burgos Gregorio Mayoral, hacia 1890, que era más rápido y eficaz, ya que seccionaba la médula espinal y el bulbo raquídeo.
BIBLIOGRAFÍA.-
Diario de Córdoba (de comercio, industria, administración, noticias y avisos) de las siguientes fechas:
- Jueves, 28 de mayo de 1890
- Viernes, 29 de mayo de 1890
- Sábado, 30 de mayo de 1890
- Sábado, 15 de noviembre de 1890
- Martes, 18 de noviembre de 1890
- Miércoles, 19 de noviembre de 1890
- Sábado, 6 de junio de 1891
- Domingo, 7 de junio de 1891
Paseos por Córdoba
Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez
Re-edición de Librería Luque-Editorial Everest – León 1973 (Primera edición 1878)
Ordenanzas Municipales del término de Córdoba.
Apéndice 4º referente de caminos vecinales y veredas pecuarias.
Primero de marzo de 1884.
Crimen de Cintas Verdes perpetrado en Córdoba.
Imprenta Universal de Fernández Hernández
Madrid 1891
Artículos varios de ABC de Sevilla, Libertad Digital y Cordobapedia.
Trabajo de recopilación, ordenación y redacción, realizado por:
Cayetano Melguizo Gómez
Cabanillas del Campo a "28 de junio de 2022"
Jose Luis Cuevas
Montaje y Editor
Escalera del Éxito.254.-
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