lunes, 3 de noviembre de 2025

 LAS MANOS QUE MECEN EL CIELO



Las manos, que ahora mecen el cielo de la Tauromaquia, son las mismas que el 28 de septiembre de 1987 me hicieron alcanzarlo por primera vez, aunque fuera sólo durante unos minutos. Unos instantes eternos. Como lo será siempre la vida de otro torero de leyenda. Fueron unas verónicas, lentas, cadenciosas, suaves, bellas, ajustadas, sublimes, con las que el genio Rafael de Paula acariciaba la cara de un toro de 'Martínez Benavides', de nombre 'Corchero', con el amor, sentimientos y delicadeza que se besa a un niño. 

Fue el día que entendí que el toreo era algo más que un cartel pegado en los cristales de las tabernas de Andújar, donde mi abuelo Tomás solía contar una y otra vez "lo bravo que fue el toro 'Pitillero', de la ganadería de 'Flores Albarrán', lidiado por 'El Viti' en Sevilla en 1966"  o "cómo fueron de majestuosos los lances de Antonio Ordóñez en su debut en Linares el 28 de agosto de 1961". Comprendí entonces que la Tauromaquia es un arte tan soñado como real y una ilusión tan temida como deseada, que te hace llegar al éxtasis más efímero y perdurable, y a la felicidad más breve y duradera a la vez

Los acordes de la música callada del toreo, como la calificó el inolvidable José Bergamín, cada día me resuenan más desde entonces, cuando me vuelvo a sentir el ser más afortunado del Universo. Como lo fui entonces en la andanada del 8 de la Monumental de 'Las Ventas', cuando no quería cambiarme por nadie en el mundo, excepto por ese hombre, vestido de rojo y azabache, que desde el albero me transmitía una marea de emociones, pasión y verdad como sólo puede hacerlo el toreo cuando lo convierten en el más hermoso monumento.

A partir de ahora los sonidos e imágenes de esa única, inimitable e irrepetible creación artística, no me llegarán ya desde esos recuerdos inolvidables del ruedo 'venteño', sino que partirán del paraíso de los artistas elegidos, los imprescindibles, donde se encuentra ya Rafaé, el torero jerezano del barrio de Santiago, el hijo de la gitana Paula. Campanas de gloria ya redoblan por ti, maestro. 

Muchísimas gracias por haberme hecho sentir también eterno, como tú, aunque fuera sólo durante unos momentos, pero unos momentos que bastan para sanar todos mis sufrimientos.


Antonio Cepedello

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