jueves, 28 de mayo de 2020

LAGARTIJO “EL GRANDE"
Primer Califa del toreo 


...y a mí me causa un respeto imponente”…dice una estrofa del poema que el poeta-costumbrista malagueño José Carlos de Luna dedica al gitano Rafael Flores Nieto “El Piyayo”. Y a mí, me ocurre otro tanto de lo mismo al pretender hablar de la figura de Rafael Molina Sánchez “Lagartijo, el Grande”, el auténtico, el primer Califa de la tauromaquia y uno de los grandes pilares básicos de la historia del toreo. Hijo del modesto banderillero Manuel Molina de la Vega (Niño de Dios) y de María Sánchez Serrano hija de Rafael Sánchez torilero del coso de los Tejares, conocido por el Poleo, (apodo fundamental para la historia de la tauromaquia cordobesa).

Rafael Molina Sánchez “Lagartijo” nació en Córdoba en la calle Los Molinos n° 10, del torerísimo barrio del Campo de la Merced el día 27 de noviembre de 1841. Desde muy chiquitito tiene contacto con el ambiente taurino hasta llegar a enrolarse en la cuadrilla de “niños cordobeses” de Camará.
En mi anterior artículo “TOREROS MERCEDARIOS“, explicaba que el barrio de la Merced era un vivero de jóvenes aficionados al mundo del toro. La proximidad del matadero viejo donde la vida de muchas familias cordobesas giraban entorno a él (jiferos, despojeras, carniceros etc.), era lugar donde siempre llegaban para ser sacrificados animales bravos, que los jóvenes aficionados trataban de probarse con ellos. De allí salieron cuadrillas infantiles, para iniciarse en el oficio y hacerse excelentes banderilleros, picadores o matadores de gran fama, la mayoría emparentados unos con otros. Dicen los libros que en ese barrio se daban festejos para que en ellos participaran aquellos jovencitos que querían hacerse toreros. El niño de Manuel Molina “El Poleo" con apenas nueve años comenzó en el oficio de banderillero actuando en la cuadrilla creada, como hemos apuntado, por Camará en un festejo organizado por el Ayuntamiento cordobés, con motivo de la feria de otoño festividad de la Virgen de la Fuensanta (8 de septiembre) del año 1852, para obtener fondos con destino a sufragar la construcción de un murallón junto al río Guadalquivir. Tal fue su portentosa actuación, que tuvo que repetir con la misma cuadrilla el 26 de diciembre de ese mismo año, en la lidia de seis novillos que fueron picados por las señoritas picadoras María Josefa López de Granada y Tomasa García de Jerez de la Frontera. Esta misma cuadrilla, por sus destacados triunfos, tuvo después numerosas actuaciones por distinta ciudades de Andalucía y otras regiones españolas. 


Allá por el año 1856 Rafael ingresa en el matadero para trabajar de mozo de nave, donde el padre del que luego sería famoso torero “Guerrita" era portero del mismo, y es quién eleva una denuncia al jefe de personal en los siguientes términos: “pongo en su conocimiento que el mozo de nave Rafael Molina se permite saltar las tapias de los corrales del matadero para torear las reses bravas destinadas a la venta pública, infringiendo las normas y las órdenes dictadas, por lo que le solicito lo expulse de inmediato prohibiéndole en lo sucesivo la entrada en este establecimiento”….
El 29 de junio de 1861 hace su presentación en Córdoba para lidiar novillos de Barbero formando terna con “El Panadero" y Francisco Rodríguez “Caniqui". Un mes más tarde (25 de julio) vuelve a los Tejares formando parte de la cuadrilla de José Sánchez “El Poleo” y el sevillano Manuel Domínguez en la lidia de seis “becerros de cuatro años” del hierro de Miguel Muñiz. Luego lo hizo en la cuadrilla del infortunado José-Dámaso Rodríguez “Pepete”, y más tarde en 1862 entra a formar parte del
personal subalterno de “El Gordito" el día que éste tomó la alternativa en Córdoba. Ese mismo año, 15 de agosto, recibe su bautismo de sangre en Cáceres al ser herido gravemente en el muslo derecho por un toro de la ganadería de Benjumea. Y sin estar restablecido torea en Bujalance (Córdoba) el 24 de septiembre donde se estrena como matador estoqueando reses de Barbero al frente de una cuadrilla de toreros noveles. En este mismo mes, la reina Isabel II le invita subir al palco de la Real Maestranza sevillana, para hacerle entrega de una cadena de oro como premio por el extraordinario par de banderillas que había puesto al cuarto novillo de la tarde.
Con las banderillas y la espada Rafael Molina logra muchísimos y sonados triunfos que le hacen decidir tomar la alternativa. Ésta tiene lugar en la plaza de toros de Úbeda (Jaén), el 28 de septiembre de 1865, de manos de su maestro Antonio Carmona “El Gordito", quien le cedió la muerte del toro “Carabuja" del hierro de la marquesa de Ontiveros. En la plaza de Madrid el 15 de octubre del mismo año, le fue confirmada dicha alternativa por el diestro Cayetano Sanz, en festejo en el que también actuaba “El Gordito. Le fue cedida la muerte del toro “Barrigón" de doña Gala Ortiz.
A poco, llegamos a una etapa gloriosa en la que dos hombres, uno de Córdoba y otro de la granadina Churriana, van a escribir las páginas más brillantes de la historia del toreo de aquella época: “Lagartijo y “Frascuelo”. Con tantos toreros como había, a su alrededor, ninguno tenía la capacidad ni la calidad para enfrentarse a los dos colosos. Unicamente el llamado Francisco Arjona Reyes “Currito", hijo de “Cúchares", sobrino nieto de “Curro Guillén", tenía los recursos técnicos de su progenitor pero realizaba un toreo más reposado, severo y preciso aunque se le apoderaba la abulia y la apatia con mucha más frecuencia que la deseada. Según “Don Ventura” eso fue, lo que le impidió enfrentarse a la pareja “Lagartijo y “Frascuelo".
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EL PRIMER CALIFA 


Rafael Molina y Sánchez “Lagartijo". ¿Quién fue el que lo elevó al trono árabe del Califato cordobés? El excelentísimo señor de las letras, Mariano de Cavia “Sobaquillo", el primero de los periodistas en aplicarle esa hipérbole taurina para probar, el sentido universal que tienen los aragoneses. 



De Curro Romero se ha dicho, alguna vez, que merece ir a la plaza por verle hacer el paseíllo -yo lo he dicho de Rafalito Soria Molina “Lagartijo”, sobrino-bisnieto del primer Califa- y los más recalcitrantes hasta saben los pasos que da, cuando recorre desde la puerta de cuadrillas hasta la presidencia de la Real Maestranza. Pero el honor primero de semejante confesión de fe partidista corresponde a aquél Rafael Molina y Sánchez “Lagartijo". Era tal la elegancia, la apostura, el bien andar y mejor vestir del cordobés, que los “lagartijistas", se conformaban con solo eso, con verle hacer el paseíllo. Claro que, para fortalecer esa fe, en muchas ocasiones, luego venía todo lo demás: “el valor rozando la temeridad, el estilo puro, grave y florido a la par, gentil, flexible, sobrio y afiligranado al mismo tiempo”. Además, empezó siendo un buen estoqueador y acabo con sus famosas “medias lagartijeras" que eran un recurso como demostración de su conocimiento del peligro y de la técnica y no de el pasito atrás tan traído y llevado que le censuraban sus enemigos. Este “defecto” lo convierte en virtud el “partido” “Lagartijista", el más fanático que torero alguno haya tenido y de ahí nace el mito de la “media lagartijera".
Su ejemplo lo siguieron años después Marcial Lalanda y su poderdante Pepe Luís Vázquez.
Pero “Lagartijo" fue mucho más. Dada su elegancia incopiable, su apostura y dignidad, lograba un estilo de belleza en los lances que el público captaba como un halago que transfiguraba la fiereza de la fiesta. Hay una anécdota que confirma esa impresión del público. Toreaba Rafael Molina en Madrid y se disponía a banderillear un toro, suerte en la que fue incomparable. Para esperar que los subalternos colocaran al toro en suerte salió al medio del redondel. Allí quedó, ligeramente curvada una pierna, y las banderillas, cogidas con una sola mano, apoyadas en la cadera. Era una estatua en la que el escultor había acertado plenamente con la postura. El público lo sintió así y rompió en una cerrada ovación, como si hubiese acabado de practicar la suerte más arriesgada. Este tipo de belleza en la plaza hace presentir un fondo de arte que “Lagartijo" impone, arrastra a sus fanáticos y logra que la espuma de la afición, escritores, artistas plásticos y los aficionados más exigentes se le entreguen.
La muestra inapelable de la categoría técnica de “Lagartijo" es que en sus veintiocho temporadas completas como matador de toros solo sufrió un percance más que grave, una cornada en el brazo derecho que le produjo el toro “Charratelo", de Bermúdez, lidiado en Madrid el 22 de junio de 1873. 


El primer Califa se retiró del toreo en el año 1893 en cinco corridas que se celebraron en Zaragoza, Valencia, Bilbao, Barcelona y Madrid. En la de Zaragoza lidió toros de Espoz y Mina, antes ”Carriquiri", el 7 de mayo, y en las siguientes, todas de la ganadería de Veragua, el 11 del mismo mes en Bilbao, el 21 en Barcelona, 28 en Valencia y el 1 de junio en Madrid. Siempre en solitario. Dio la casualidad que ese día 1 de junio era la fiesta del Corpus y que la procesión se celebraba a la misma hora que la corrida. Se imaginan ¿cual fue la solución? Pasar la procesión a la mañana de aquel esplendoroso jueves que no lo fue tan brillante en lo artístico para un preclaro artista. Algunos se conformaron con su peculiar “larga cordobesa". Inimitable como aquel quite del perdón del Sócrates de San Bernardo o la media verónica con la que el toro “Picoco" dejó a Curro Romero en la Maestranza de Sevilla.
Rafael Molina y Sánchez “Lagartijo" falleció en Córdoba el 1 de agosto de 1900. A lo largo de sus veintiocho temporadas de matador de toros actuó en 1.632 corridas, de ellas, 404 en Madrid, y mató 4.687 toros. Muy cordobés en todo, en su toreo, en su forma de andar, divertirse y hasta sentenciar. “Valía dinero verle hacer el paseíllo", comentó “Guerrita", repito. Elegante, gracia grave, reposada, leve y enérgica . Y es que ser cordobés presta carácter. Se cuenta que la cabeza de la escultura ecuestre que tallara en mármol blanco el escultor Mateo Inúrria para Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán) situada en Plaza de las Tendillas de la ciudad de la Mezquita, era la que el escultor había esculpido para un monumento en memoria de “Lagartijo".
También se dice que la duquesa de Osuna, parecía que había heredado la sensibilidad de su antepasada, porque le regaló en 1884 una petaca de oro y brillantes. ¿Y de sus amores que se sabe? Pues, no es que haya muchas noticias. Sabemos que era bromista con sus amigos piconeros del barrio de Santa Marina, en cuya Iglesia fue bautizado. Y muy juerguista, pero muy al estilo cordobés…sin dar publicidad a sus correrías. Se casó con Rafaela Romero, de Bujalance (Córdoba), y su matrimonio no fue desde luego una balsa de aceite. Cuando ya llevaban unos cuantos años de unión, la esposa, de la mano de su padre, inició un proceso de separación que terminó con la demanda de los bienes gananciales por parte del suegro, a lo que “Lagartijo", mirándole de soslayo y de arriba abajo, le comentó: “No sabía que durante todos estos años le he tenido, a mi lado en los ruedos matando toros". Hubo una separación civilizada y los últimos años de su vida Rafael Molina vivió con Dolores Bejarano, con la que no se casó pese haber enviudado de la tal Rafaela.

Dolores Bejarano era hermana de Antonio un banderillero cordobés al que apodaban “El Carrana" unos y “La Pasera" otros. Y ella fue la que le cortó la coleta al primer Califa a la sombra de las encinas de la finca “Las Pendolillas", propiedad del torero y sin testigo alguno. Solo Dolores en aquella soledad del campo junto al héroe, al que ella iba a dedicar sus desvelos una vez que había abandonado el escenario de sus grandes triunfos; el ruedo. Pero hubo una foto posterior que se realizó en el domicilio de Dolores en Córdoba capital, en la calle Domingo Muñoz, en la que, aparentemente, el barbero Miguel Carrasco cercena el más ilustre símbolo torero de nuestra historia porque un “lagartijista" quería tener semejante documento gráfico.
De sus devaneos y aventuras en sus años gloriosos no hay mucha documentación escrita aunque puede ser un botón de muestra la anécdota que contaba el periodista Antonio Bellón en uno de sus últimos escritos publicados en la revista Aplausos: “Lagartijo" había sido invitado a cenar a casa de una adinerada familia y, al ser recibido por la señora de la casa, esta le dio toda clase de explicaciones porque el marido no se encontraba con ella.
-“No sabe lo apenada que estoy, mi marido ha tenido que salir de viaje”. Así, una vez y otra repitió su lamento plañidero para lo que “Lagartijo" no tenía ninguna contestación. Al fin, aquella mujer, un poco desconcertada por la falta de respuesta, le espetó la siguiente pregunta:
-¿Usted Rafael, no dice nada?
Y Rafael, muy serio y cauteloso, como siempre fue, pronunció esta sola palabra:
-“Esnúate”.
Lo cierto es que la seriedad y la mesura de Rafael Molina “Lagartijo" tenía su válvula de escape en numerosas fiestas y francachelas en las que él era prodigo con sus dineros y versátil con sus amoríos.
El 29 de septiembre de 1887 Rafael Molina le concedió la alternativa a su sucesor en el Califato, Rafael Guerra Bejarano “Guerrita", sucesor también de “Frascuelo" en ese trono que compartía la pareja más definida y longeva de la historia del toreo y, el 24 de octubre de ese mismo año, una señora que había tratado de entrevistarse con “Lagartijo" sin conseguirlo, le esperó a la puerta de su casa y le disparó un tiro de revólver, sin que, afortunadamente, hiciera blanco. Alguien pensará en otra aventura amorosa, pero, aquella señora lo que quería era pagar con un asesinato frustrado, una deuda que tenía con “Lagartijo", de no pocos miles de duros y que éste, en su legítimo derecho, reclamaba judicialmente.
Para finalizar solo un matiz: reiterarles una cualidad que han notado cuántos de su arte trataron y que merece consideración especial: su elegancia. Ella se impuso siempre y brilló hasta en sus fracasos. Decidles además, que con “Lagartijo" se empieza hablar de toreo artístico, y que ese elogio coincide con el sentir popular de los aficionados selectos, conocidos en el mundo de las letras y de las artes. No se trata ya del “arte del toreo", sino de la aparición de cualidades plásticas en él, aparte de las emotivas que nunca se le negaron y que aspiraban hacer considerada como elementos de una bella arte. El arranque de esta consideración artística fue sin duda la figura y la apostura de Rafael Molina Sánchez “Lagartijo". Por ellas es el cordobés el primer torero que hace pensar en incluir el toreo entre las Bellas Artes.

Antonio Rodríguez Salido.-
Compositor y letrista.- 
Escalera del Éxito 176.-



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