DON PÍO BAROJA Y CÓRDOBA
Leyendo un artículo de Joaquín Pérez Azaústre, me llamó la atención el recuerdo que hace de la estancia de don Pío Baroja en nuestra ciudad, a la par que describe la supuesta vinculación que tuvo con la antigua taberna de “El Tablón”, probablemente entre 1904-05. Lo explicaba así :
Quise ver la mesa que cita Azaústre y visité “El Tablón”. Saludé a Rafael (+), dueño y conservador de uno de los muchos rincones entrañables de Córdoba, que el tiempo ha paralizado. Y dialogamos, sobre todo del espacio perfumado por vinos de solera, que arropan a los recuerdos y que los mecen en un calendario centenario. Allí, efectivamente, estaba la mesa, decimonónica, típica de las tabernas antiguas. En el mármol blanco que la corona, primero Baroja, después otros escritores, y hoy Azaústre, han vapuleado las cuartillas para cuadrarlas, repletas de apuntes y sentimientos. De todas formas, como las fechas y las situaciones vividas antiguamente en tan ilustre taberna, nos quedan un tanto confusas, es hora de contar lo que se conoce de la historia real de tan peculiar establecimiento.
Parece ser que en 1897 fundó la taberna una familia de gallegos, que tenía otra en el Puerto de Santa María. Ambas fueron bautizadas con el sonoro nombre de “EL TABLÓN”. El fundamento de la denominación, según algunas versiones, es que del techo, los propietarios colgaron un tablón procedente de los restos de un naufragio. Esta distinción visual la disponían ambos establecimientos.
Otra versión es que esta familia de gallegos, compró la taberna en 1925, y nombraron como encargados o mozos de la taberna al matrimonio formado por Micaela y José.
José González Torrecillas (1941), nacido precisamente en la casa que estamos recordando, recuerda haber oído de su familia, que el establecimiento de bebidas que tenía su abuelo (Ángel González León), resultó expropiado para ampliar el recinto de la Puerta del Puente. En alguna que otra fotografía antigua, se ve esta taberna debidamente rotulada: “CASA ANGEL-Café y Cerveza”.
Por tal motivo lo primero que se monta en la dirección de Cardenal González, en sustitución del antiguo “El Tablón” es “Casa Angel” (1934).
En 1941 Victoria y su marido, compraron a los gallegos la casa. Al fallecer el marido de Victoria, ésta se hace cargo del negocio y más tarde cede a su sobrino Rafael Moreno Moyano. Vuelve a titularse este rincón “El Tablón”.
En 1943 se hizo cargo del negocio Rafael Moreno Moyano (+). Al fallecer Rafael, lo regentó Carmen Moreno Romero (+). Después de muchos años de lucha, cedió la dirección empresarial a su hijo Rafael (+).
Pío Baroja, además de las supuestas visitas para tomar algún vasito de vino en la taberna que recordamos, también visitaba con frecuencia el Café Suizo, instalado en la calle Ambrosio de Morales (antigua Cabildo Viejo). También solía visitar el Real Círculo de la Amistad.
Don Pío Baroja, estuvo en nuestra ciudad, digamos que cómodo, tranquilo, envuelto en una telaraña social estancada, que le permitió darle una vida muy aproximada, a los personajes de la novela. Entraba en el Café Suizo y en el Círculo de la Amistad citados, compartiendo con amigos cordobeses, conversaciones entrañables y profundas. Entre esas buenas amistades, consta que le acompañaban: Julio Romero de Torres, con el que también se encontraba en Madrid; el refinado y culto óptico Agustín Fragero Serrano, el librero Pedro de Vegas, y algunos años después mi tío Antonio Losada Campos, con el que pateó culturalmente Córdoba. Por cierto que en una entrevista que le hicieron en 1960, hizo sobre el particular el siguiente comentario:
…”Un día, hallándome en la “Librería de ocasión” de mucho abolengo en Córdoba, en la plaza de San Salvador, entró don Pío con su inconfundible estampa e indumentaria característica de bufanda, boina y paletó. El librero (su amigo de Vegas) se apresuró a saludarle, a la vez que se sirvió presentarme al mismo. Después charlamos y el joven aprendiz de escritor, que entonces era yo, le fue simpático al ya célebre novelista. Salimos a la calle con nuestras respectivas compras de libros raros. Tomamos café con solemnidad ritual – don Pío hacía de este acto un verdadero rito-, y después paseamos por las calles más apartadas y silenciosas de Córdoba, de esa Córdoba callada y discreta que él había visto y descrito magistralmente. Otras tardes tomamos café…”
Losada dejó escrito para el recuerdo, en el Diario Córdoba de los sesenta, una serie de artículos bajo el epígrafe de: Mis paseos con Baroja.
El escritor vasco también saludó a cordobeses en Madrid, como fue el caso del reconocido pintor Antonio Povedano, quien contaba con su gracejo habitual, que fue un día – recomendado por Camilo José Cela – a casa del escritor vasco y los recibió así:
- Pasen, pasen –dijo sin preguntar quiénes éramos- .
- ¿No serán ustedes de esos tipos que con sus aparatos lo recogen todo?...
- No don Pío, somos cordobeses.
- ¡Ah Córdoba! De allí escribí una “novelucha” que no sé si la habrán leído. Estuve en una pensión de la calle Gondomar, que se llamaba Peninsular.
En esa novela, calificada de “novelucha” por el autor, intervienen en la trama, como ya he apuntado, personajes de la tierra muy conocidos. Por ejemplo el bandolero ecijano Pacheco, amigo nocturno de los toreros “Bocanegra” y “Lagartijo” (supuestamente más con Bocanegra), quienes se reunían para tomar unas copas, amparados en la noche y en estrictas medidas de seguridad, en una taberna de la calle Mayor de Santa Marina. Baroja, ya se sabe, ambientó la novela muy poco antes de la revolución social de septiembre de 1868, más o menos, cuando el joven “Lagartijo” ya saboreaba rotundos triunfos taurinos.
En uno de los pasajes de la obra, relata el liderazgo de Pacheco al frente de los revolucionarios:
…”Quintín comenzó a ver a dos jinetes que marchaban al frente de las turbas. Uno de éllos era Pacheco; el otro su hermano.
¡Viva la libertad! ¿Viva la revolución! – gritaba el bandido levantando el brazo en el aire. Y la gente repetía sus vivas con entusiasmo y añadía después: ¡Viva el segundo Prim! ¡Viva el general Pacheco!”...
No obstante, al margen de la ambientación, el hilo conductor de la novela es Córdoba y sus habitantes, durante buena parte de 1904, y fue traducida a varios idiomas. Mezcló certeramente, creo, los personajes con los que estructuró la obra, con los propios y reales de una ciudad, – en aquella época – tan gris como interesante por la atractiva idiosincrasia de los cordobeses, que nos abre una ventana de aire fresco, cuando en la misma novela figura una frase de esperanza en su futuro:
…”Esto está muerto…(argumenta Quintín)
- No, no, eso no. (contesta Springer hijo) Esto no está muerto; Córdoba es un pueblo que duerme”…
Este supuesto Springer, corresponde a la intervención figurada en la novela, de su amigo real, el suízo Schmitz.
Pablo García Baena, contestando a una pregunta que se le hizo al respecto, confirma que Baroja entendió de forma brillante el carácter cordobés, tratándolo de forma acertada en los distintos pasajes de la novela. Y describe rincones con total naturalidad y conocimiento, tales como: la Corredera, el santuario de la Fuensanta, la plaza de la Almagra, Las Tendillas, Gondomar, etc.
El escritor, en las conversaciones con su biógrafo Juan Sebastián Arbó, comenta lo siguiente:
…”Decidí marcharme a Córdoba. Tenía cincuenta o sesenta duros de varios artículos que había cobrado. Por entonces me escribió Darío de Regoyos, diciéndome que marchaba a Gibraltar, por si quería ir con él. Le contesté que yo había pensado quedarme en Córdoba. Llegué a esta ciudad y fui a un hotel de la calle Gondomar…/…Con las impresiones de Córdoba escribí mi novela La feria de los discretos”…
Y no es la primera vez en la que Córdoba es protagonista, hubo una segunda ocasión, si bien menos notoria, en otra de sus novelas: “Los visionarios”, en la que explícitamente trata de los desequilibrios sociales que se producen en la época, justificando de alguna forma, los actos de bandolerismo propios de aquellos momentos, sin duda injustos y que Baroja los aborda con sinceridad, pero de una forma discutida y polémica. La novela aparece en el mercado en el año 1932, con escaso interés por parte de sus lectores habituales. Este resultado negativo fue sin duda provocado, porque el tejido social que retrata, no tuvo el interés que Baroja creyó podría despertar. Y también, por el posicionamiento del autor con respecto a estos problemas. Algunos capítulos de “Los Visionarios”, probablemente los recreó, basándose en pasajes de la vida real del librero Vegas.
Por cierto, que en esta segunda visita, cuando amigos de la tierra, acudieron a despedirle a la estación, se sintió halagado y muy emocionado, comentó a los que le rodeaban:
…”gente amable, esta gente cordobesa”…
FRANCISCO BRAVO ANTIBÓN
Jose Luis Cuevas
Montaje y Editor
Escalera del Éxito 252
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