Paco Ojeda
Revolucionario y torero apasionante
Pronto hará un año que padecemos esta maldita pandemia del Coronavirus o Covid-19. Pero un año da mucho de sí, sobre todo, ofrece tiempo de sobra para reposar, pensar, comparar y también para analizar sin apasionamiento ni prejuicio alguno las cosas que fueron y casi no nos dimos cuenta de como fueron, de su apabullante dimensión y, en consecuencia, su trascendental importancia para el futuro.
A finales de los años setenta cuando la alternativa de Paco Ojeda, el que suscribe no tenía acceso a estos tipos de acontecimientos; es más, la plaza del Puerto de Santa María donde se doctoró este torero, solo la conocía por la prensa o alguna revista como Aplausos. Por tanto, aquél evento extraordinario estaba fuera de mi alcance, como padre de familia numerosa que era. No obstante, por referencias de toda solvencia Paco Ojeda me tenía prendado y prendido. Y eso que solamente lo había podido ver por fotografías y las pocas imágenes que ofrecía la televisión de entonces…¡Como toreaba ese tío! ¡Qué forma de plantarse ante la cara del toro!
Más tarde (1985) pude disfrutarlo en directo en Málaga, (un cara a cara con Curro Romero) al año siguiente fui a verlo a Madrid (con Manzanares y Emilio Muñoz) y como no, en Córdoba (cuando fue padrino de alternativa de Juan Serrano “Finito de Córdoba” siendo testigo Fernando Cepeda).
Es verdad que a lo largo de la historia del toreo ha habido muchas y grandes figuras. Toreros artistas, clásicos, técnicos, ortodoxos, hondos, pintureros, profundos, tremendistas… Todos representantes de los más variados estilos y formas de entender, sentir e interpretar el difícil arte de torear.
Estos son: dos sevillanos y dos cordobeses. Los cuatro diferentes, los cuatro únicos, los cuatro genios del toreo.
Juan Belmonte García “El Pasmo de Triana”. Fue el artífice fundamental de la revolución del toreo moderno. Encontró el sitio y la distancia con el toro e impuso la quietud y el temple para hacer el toreo de cintura y muñecas, haciendo olvidar la lidia defensiva y simplemente preparatoria de la muerte a estoque de la res: EL DESCUBRIDOR.
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez “Manolete", (IV Califa). Representó la revolución vertical con su toreo de quietud temple y ligazón, añadiendo personalidad, belleza y emotividad a sus pases, consiguiendo reducir aún más
las distancias entre toro y torero, logrando hacerle faena a la mayoría de los toros: EL MITO.
Manuel Benítez Pérez “El Cordobés" (V Califa). Protagonizó la revolución social del toreo. Popularizó la fiesta, arrastrando hacia las plazas a una masa de espectadores que nunca antes había mostrado interés por los toros. Buen conocedor de la técnica, aprendió con facilidad por su innata capacidad, habilidad y extraordinario valor. Superó en popularidad, cotización y “tirón taquillero" a todos los toreros clásicos de su época, y de todos los tiempos. Además de lograr una subida general de los honorarios de todos sus compañeros, LA LEYENDA.
El ultimo gurú de este trío, conocido como los inductores del toreo moderno es, sin duda: Francisco Manuel Ojeda González “Paco Ojeda" a quien bautizaron como “El Tartésico", el hombre que anuló los terrenos del toro y al propio toro, una bestia que hipnotizaba al animal con un empaque descomunal y una ligazón que asustaba. Un terremoto imposible de resistir e incluso para él mismo. La revolución que impuso este hombre, se basó en acortar las distancias a lo más inverosímil, ligando faenas de máxima quietud, verticalidad y sincronía de los pases como nunca nadie logró hacerlo y, además, en un palmo de terreno.
Paco Ojeda fue un torero dotado de fuerte personalidad con gran carisma, que transmitía la emoción a los tendidos logrando una magia y fantástica conexión. Sus grandes virtudes fueron la quietud, la ligazón y el valor. Toreó con naturalidad, templanza, enjundia y con mucho empaque, hondura y sentimiento. Con el capote jugaba los brazos con suavidad, llevando las manos muy bajas, cargando la suerte, y sometiendo al animal tras citarlo de lejos exagerando, a veces, el hecho de abrir mucho el compás.
Garboso y eficáz trincherazo de Paco Ojeda. |
Magníficas las series de derechazos y naturales ligados con el doble pase de pecho, memorables sus trincheras, circulares y redondos. En la suerte de matar, en ocasiones, tenía dificultades al no bajar lo suficiente el engaño. Pese a ello, demostró siempre tener un tremendo valor a la hora de volcarse sobre el morrillo de los toros”.
Paco Ojeda nació en la localidad sevillana de la Puebla del Río en octubre de 1954, donde su padre trabajaba como guarda y vaquero en una finca. Era el más pequeño de ocho hermanos y, pronto, junto a sus padres marchó a vivir definitivamente al pueblo gaditano de Sanlúcar de Barrameda, instalándose en el barrio de “El Pino", muy cerquita de la actual plaza de toros. Con ocho años de edad se dedicó a ayudar a su padre en las faenas del campo y más tarde se empleó de aprendiz en un taller mecánico. A mediados de los años setenta, sueña con ser figura del toreo. Diariamente, al finalizar su jornada de trabajo, se une a las cuadrillas de aspirantes a toreros que cruzan el río de madrugada para intentar torear a las vacas de media casta. Unas veces solo, otras acompañado de su hermano Antonio que es quien le ayuda a separar las reses. De carácter tímido y, a la vez, amante del riesgo, pelea por aprender el difícil oficio de torear en aquellas furtivas incursiones a las dehesas marismeñas, lo que le lleva a vestir el traje de luces, por primera vez, el 20 de abril de 1975 en su pueblo adoptivo, anunciándose con el apodo de “El Latero", oficio de su abuelo materno.
Pasa el tiempo, y sin vacas que tentar opta por enseñar a su caballo a embestir. Así lo cuenta el torero: “ Un día le empecé a hablar, le enseñé la muleta, pero me llevó tiempo. Poco a poco se fue centrando. Y después, cuando me veía con la franela, en la mano, empezaba a temblar y brincaba como un loco. Yo sabía que quería jugar al toro. Un día, serían las tres de la madrugada, me empeñé definitivamente y embistió. Ahora es un buen caballo de rejoneo”…
Pero hubo un taurino providencial Juan Belmonte Fernández, que no perdió la fe en el antiguo “Latero” (su apodo de las primeras novillada), y el 13 de mayo del año 1982, Paco Ojeda actúa en Jerez, donde corta una oreja, sustituyendo a “Espartaco" herido. Esto hace que confirme la alternativa en Las Ventas de Madrid dos meses más tarde, el 25 de julio, teniendo de padrino a José Luís Parada y en presencia de “Gallito de Zafra" con ganado de Cortijoliva. A pesar del poco rodaje, esa tarde impresiona gratamente a los aficionados, logrando dar la vuelta al ruedo tras una valentísima faena a “Canastillo” el toro de su confirmación.
Después va a Beziers (Francia) y triunfa con corte de tres orejas y, de nuevo, vuelve a la misma situación de antes…parado. Como las empresas siguen sin llamar, a su apoderado se le ocurre, para revertir aquella desesperante situación, hacer algo especial. Habla con los Herederos de José Luís Osborne y le apalabra, una corrida de seis toros ensabanados cuya lidia, entiende, constituiría por su originalidad, todo un acontecimiento que transcendería a todos los rincones del planeta taurino. Era la ocasión propicia para romper con fuerza.
Para ello, busca la ayuda de su buen amigo Enrique Barrilero, empresario de la Plaza del Puerto de Santa María, al que le solicita que le alquile la Plaza, para que su torero se encierre con los seis toros blancos de Osborne. Pero al final por unos consejos que recibió el matador con respecto a los toros que iba a lidiar que no le favorecían, se desistió del intento.
La peculiar corrida se lidió más tarde el 21 de agosto con otro cartel: Manolo Vázquez, José Luís Galloso y Paco Ojeda que es quien logra un importantísimo éxito al cortarle al toro “Chulón" las dos orejas y el rabo, tras una faena antológica. Después cumple en Jerez, Barcelona, Madrid y Francia, (Beziers y Nimes), con notable éxito.
Pero tal fue el éxito artístico, que le vuelven a contratar para matar seis toros del hierro de Manolo González en la misma plaza obteniendo de nuevo, un éxito tan rotundo (cuatro orejas) que le consagra ya como figura indiscutible del toreo, logrando al fin, abrir la ansiada Puerta del Príncipe. Se acabaron los sinsabores de la fiesta, ahora había conquistado al público más exigente de Sevilla. Su vitola de figura del toreo lo ratifica poco tiempo después, en la última corrida de la feria de la vendimia de Jerez, cortando tres orejas y un rabo, confirmando con ello que sería un torero de época.
Va a Barcelona, y forma un lío gordo al cortarle a un toro las dos orejas. En los mentideros taurinos ya no se habla de otra cosa que no sea de Paco Ojeda y de sus resonantes éxitos. El empresario Canorea, aprovecha el momento bueno por el que atraviesa el torero de Sanlúcar, para darle otra oportunidad, la de torear un mano a mano con Manolo Vázquez en la tradicional corrida de la Cruz Roja sevillana. Su apoderado le consulta y el torero acepta, siempre que sea él quien se encierre en solitario con los seis toros.
Esa tarde en Sevilla se acaba el papel y el público que llena completamente la Maestranza se muestra expectante ante lo que va a suceder. Paco Ojeda no les defrauda y corta otras cuatro orejas saliendo, otra vez, a hombros, por la Puerta del Príncipe.
Paco Ojeda ya torea lo que quiere y donde quiere, pero a pesar de haber sido el torero revelación, esa temporada de 1982, no le queda ni un duro en el bolsillo. José Luís Marca, astuto ganadero y empresario aragonés estaba a punto de aparecer en su vida con el famoso maletín para sellar un apoderamiento que acabaría convirtiéndose en relación familiar. Aprovecha la ocasión y se reúne con el torero, a espalda de su todavía apoderado, y le ofrece un contrato en exclusiva para torear, al año siguiente, 30 corridas de toros por la cantidad de 25 millones de las antiguas pesetas, percibiendo en el momento de la firma un adelanto de 10 millones. Paco más tieso que la mojama, ni se lo piensa y firma aquél contrato. El plante de Ojeda a Juanito Belmonte creó cierto malestar en la prensa y en todos los ambientes taurinos. Aquél hombre no se merecía ese desaire de su torero, por ser la única persona que había confiado en él, hasta el punto, de jugarse un dinero que no tenía. Ojeda quiso justificarse: “Él nunca interfirió en mi toreo y lo supo ver. Otros apoderados de mis principios no lo vieron así, no querían entender mi forma de torear: que si codilleaba, que si esto, que si lo otro… ¿ pero hay algo más bonito que traerse a la fiera y sentir su calor cerca? Rememoraba el diestro…
De entre ese gran número de actuaciones, habría que recordar la corrida que toreó el día 30 del mes de mayo en que en tarde memorable, logra abrir la Puerta Grande de “Las Ventas" de Madrid, al cortar dos orejas a un toro de la ganadería de la Quinta, teniendo como compañeros a Luís Francisco Esplá y Emilio Muñoz.
El 17 de mayo de 1987, próximo a su retirada, torea en la feria de Jerez con Rafael de Paula y José María Manzanares estando torpe y mal con la espada. De regreso al hotel Paco, enfadado consigo mismo, lo reconocía, en declaraciones a un periodista: “Lo que no puede ser es que yo, que tengo valor para estar un cuarto de hora delante de un toro, no sea capaz de seguir unos segundos más a la hora de entrar a matar". “No puedo seguir pegando petardos con la espada y me voy ya".
Al año siguiente (1988), Paco Ojeda abandona los ruedos cansado que sus triunfos no tuviesen el suficiente reflejo en los medios de comunicación. La pregunta era ¿Cuántas y cuántas faenas catalogadas como históricas fueron emborronadas por culpa de la espada?...
Los periodistas y críticos lo achacaban a sus maneras de torear, destroncaba tanto a los toros, que la mayoría de ellos se le rajaban y se les descolgaban demasiado a la hora de entrar a matar. Puede que esto también explique la irregularidad de su espada.
Conclusión: lo que tendríamos que hacer los buenos aficionados es apreciar, recordar y agradecer a Paco Ojeda, que sus triunfos han servido para enriquecer la historia del toreo. Al toro bueno se lo bordaba, al malo lo aguantaba hasta que le podía y lo rompía. Esa emoción la transmitió a los tendidos y esa dramática y sublime angustia cautivó a los aficionados más exigentes consagrándose como un número uno… como un nuevo revolucionario que levantó la Fiesta cuando más decaída y aletargada estaba.
De ahí la importancia fundamental y la transcendencia de su paso por el toreo.
Compositor y letrista.
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