lunes, 27 de junio de 2022

 LOS CRIMENES DEL “JARDINITO”

La verdadera historia del horrendo crimen cometido en Córdoba a finales del siglo XIX. Descripción real y auténtica de hechos, lugares y personajes.

(1ª Parte)


Puerta de entrada a la finca del “Jardinito”, situada en la margen izquierda de la carretera de Obejo –también conocida como carretera de los Villares–, más arriba del hotel Los Abetos del Maestrescuela.

EL AMBIENTE DE LA FERIA DE MAYO EN LA CÓRDOBA DE FINALES DEL SIGLO XIX.-

Corría el mes de mayo de 1890. La ciudad tenía bastante más bullicio del acostumbrado en sus tediosos días ordinarios. Eran jornadas festivas y quienes bullían por las calles de Córdoba no parecían ser unos “discretos feriantes” (Ver nota nº 1).


Aspecto cotidiano de las calles de Córdoba a finales del siglo XIX. A la izquierda: la calle de la Feria. A la derecha: las esparterías que había en las llamadas “casas de Doña María Jacinto”, el único edificio del siglo XVI de la plaza de la Corredera.


La prensa local, en su edición del miércoles día 28 de mayo, se hacía eco de la cantidad de gente que había llegado a Córdoba desde que, el domingo 25 por la mañana, entró el primer tren especial de la Compañía MZA a la terminal situada en la Ronda de la Estación –hoy día Avenida de América–, entre la avenida del Gran Capitán y los Jardines de la Agricultura. También incluían en esa edición del Diario de Córdoba una escueta nota sobre un crimen cometido en la finca del “Jardinito”, cuya noticia ampliarían en las siguientes ediciones.

Lo cierto es que no sólo el domingo, sino que también el lunes 26, llegaron más y más gente en tren, tanto a la estación central como a la de Cercadilla, que correspondía a la Compañía de Ferrocarriles Andaluces (Ver nota nº 2).


Estación de Córdoba, que entró en servicio el 25 de abril de 1859. Arriba según un grabado de 1861, y abajo en una fotografía de 1867 del reportero malagueño José Spreáfico Antonioni. Esta estación mantuvo su actividad durante 135 años, hasta el 9 de septiembre de 1994, en que pasó a ser sede de la delegación de la Radio Televisión de Andalucía.


Las calles y los monumentos más notables de la ciudad; los hoteles y las fondas; los cafés, las tabernas y los restaurantes, estaban repletos de gente que iba y venía, sobre todo a las horas de las visitas turísticas y de las comidas y las cenas.

Por el paseo de la Victoria y los jardines que bajaban hasta donde estaba el abrevadero y el principio de la huerta del Rey –lo que actualmente es toda la zona de Dr. Fleming y Vallellano–, circulaban los forasteros entremezclados con guapas cordobesas, que lucían batas de volantes, y mozos con traje corto y sombrero de ala ancha. Y unos y otros se entrecruzaban con carruajes enjaezados y caballistas, algunos llevando a elegantes señoritas con falda talar típica cordobesa y sombrero calañés, montadas a la grupa.


Postal del Paseo de la Victoria sin asfaltar, donde, desde 1820 hasta 1994 en que se trasladó al Arenal, se instalaba la Feria de Nuestra Señora de la Salud. En el centro se ve la “tienda” –o caseta– del Círculo de la Amistad, y hacia la izquierda la del Ayuntamiento. Al fondo, de derecha a izquierda, los pabellones militares, los cuarteles de la Victoria y de San Rafael y el primitivo Hospital Militar.


Todo ese bullicio de gente alegre, transitaba por delante de una interminable fila de casetas con juguetes, chucherías y baratijas, que se extendían a un lado y otro del largo Paseo de la Victoria. Había puestecillos de turrón de Jijona y peladillas; otros que perfumaban el ambiente con el olor dulzón de las almendras garrapiñadas y de las arropías; tenderetes que vendían bocas de la isla “frescas del día”, botijos de la Rambla, cocos, avellanas “cordobesas”, garbanzos tostados con su blanca capa de yeso y otras chucherías (Ver nota nº 3).

En la suntuosa “tienda” del Círculo de la Amistad –así es como se les llamaba entonces a las casetas de feria–, con su estructura metálica de estilo modernista, inaugurada algunos años antes (Ver nota nº 4), había animados bailes amenizados por las mejores orquestas del país, llegadas directamente desde Madrid o Barcelona. Esa “tienda” era un lugar confortable, donde los socios, en su mayoría de clase pudiente y acomodada, pasaban alegremente los días feriales.


La “tienda” o Caseta del Círculo de la Amistad, con los toldos corta vientos, tal como lució desde su inauguración en mayo de 1877 y hasta 1993. Actualmente está ocupada por el espacio gastronómico denominado Mercado de la Victoria.


Hacia el norte, a escasos metros de la del Círculo, se alzaba la más pequeña pero esbelta “tienda” del Ayuntamiento, también conocida como quiosco de la música. Entre ambas, algunas buñolerías y pequeñas tabernas ambulantes, donde se servían toda clase de vinos de la tierra a muy buen precio.

La Feria de Nuestra Señora de la Salud, que desde 1820 había venido instalándose en el marco incomparable de esta zona de expansión de la Victoria y sus jardines, no había tenido nunca antes tanta concurrencia, lo que viene a demostrar lo acertado que había sido pasar ese año el inicio de la misma al día 25 de mayo, en vez de hacerlo pisando el mes de junio.

Ningún cordobés se explicaba por qué había llegado tanto forastero ese año a la feria, cosa que si era normal que ocurriera en la de Sevilla. No pareciera que fuese porque se había montado una hermosa arcada árabe que, siguiendo el modelo artístico del mihrab de la sin par Mezquita, se levantaba majestuosa en la puerta de Gallegos como entrada principal al recinto ferial.

Tampoco parecía suficiente motivo la atrayente y moderna instalación de iluminación a gas que se había instalado desde el cruce de Ronda de los Tejares hasta la puerta de Almodóvar. Ni siquiera que fuera por la importante exposición de ganados, plantas, flores y maquinaria agrícola que había promovido la Diputación.

Nada de eso justificaba el bullicio de esos días en nuestra antigua capital del califato. Lo que sí podía contribuir a que llegara tanto foráneo eran los carteles de las tres corridas de toros que se habían compuesto como feria taurina de ese año que, sin duda, tenían atractivo suficiente para llenar los tendidos del coso de Los Tejares y para que vinieran a Córdoba cientos de paisanos de las proximidades y alrededores de nuestra ciudad.


LA FERIA TAURINA DE CÓRDOBA EN 1890, Y NUESTRO PERSONAJE: “CINTAS VERDES”.-


La tarde del domingo día 25 de mayo, a pesar de toda la expectación que había por ver a Rafael Molina “Lagartijo” y a Manuel García “El Espartero”, la corrida no resultó del agrado de nadie: ni del empresario porque llenó la plaza pero no colgó el esperado cartel de “no hay billetes”; ni de los toreros, porque el ganado de los hermanos Benjumea, Don Diego y Don Pablo, no dieron el juego apetecido –baste decir que entre los seis astados sólo mataron siete caballos–; ni del público asistente, que tan sólo vieron, como digno de mención, un magnífico estoconazo de “Lagartijo” al quinto de la tarde.


Cartel anunciador de las tres corridas de toros a celebrar en el coso de “Los Tejares” los días 25, 26 y 27 de mayo de 1890.


Sin embargo, la corrida del lunes 26, sí constituyó todo un éxito. El ganado de Don Rafael Molina Sánchez fue muy bravo y con mucho poder, tanto como que hacía años que no se veía un comportamiento similar en “Los Tejares”, lo que, sin duda, prestigiaba a “Lagartijo” en su papel de criador de reses bravas. El espectáculo que ofrecieron sus reses tuvo tanta importancia que, en total, fueron 22 los jamelgos que quedaron para el arrastre. Con ganado de tal calibre “El Espartero” naufragó, pero Rafael Guerra “Guerrita” triunfó, dando muestras de ser un torero poderoso y un extraordinario estoqueador.

Esa actuación de “Guerrita”, caldeó el ambiente para la corrida del día siguiente, martes día 27. Casi “ná”, en el mismo cartel “Lagartijo”, “El Espartero” y “Guerrita”: el actual “Califa” y los dos toreros que, en esos momentos, tenían más proyección y atractivo. Los tres, enfrentándose a seis toros del multimillonario malagueño Don José Orozco. Pura competencia entre dos cordobeses y un sevillano que presagiaba un lleno hasta la bandera de la plaza de los Tejares, porque ningún buen aficionado de la ribera del Guadalquivir, desde Andújar hasta Sevilla, quería perderse esa extraordinaria corrida de toros.

Tal era el caso de un tal José Cintabelde Pujazón, –aunque a éste no le encajase lo de “buen aficionado”–, conocido como Pepillo “Cintas Verdes” que, para su desdicha, llevaba un tiempo sin encontrar trabajo –al que, dicho sea de paso, era poco adicto–, con el agravante de que, desde hacía cinco meses, era padre una niña, fruto de su amancebamiento con una parroquiana de Santa Marina llamada Teresa Molinero, lo que vino a complicar su escasa economía.

José Cintabelde Pujazón era un bracero, que había nacido en Almería, a las ocho de la mañana del día 14 de septiembre de 1863, hijo de una tal María Pujazón Garijo y un albañil llamado Juan Cintabelde Lázaro. Fue bautizado en la parroquia de Santiago de la capital almeriense, con los nombres de José Miguel Alejandro, y ya de mayor se había afincado en Córdoba donde sólo tuvo un único oficio conocido: haber pertenecido a un extinguido Cuerpo de Seguridad que creó un comandante llamado José Echeverría, del cual fue expulsado por jugador y pendenciero. Tenía, además, el antecedente penal de haber sufrido un arresto de un mes y un día, y una multa de 125 pesetas por practicar juegos prohibidos.

“Cintas Verdes” sabía que para hacer realidad sus deseos de sentarse en el tendido de la plaza, había que tener los cuartos suficientes para comprar una entrada, y él no tenía ni siquiera para comprar la de andanada de sol. Pero es que, además, su problema no era sólo que estuviera pasando una mala racha de trabajo, si no que, cuando tenía algo, se lo gastaba en chicuelas de aguardiente, apuestas en juegos furtivos y otras cuestiones prescindibles e innecesarias que le fueron creado fama de derrochador, y ya nadie le fiaba ni quería prestarle dinero.

En aquellos momentos estaba sin blanca y, aunque su enfermiza obsesión por asistir a la anunciada corrida de toros de ese martes 27 de mayo, era cada vez mayor, conforme se acercaba la fecha…, no lograba saber ni dónde ni cómo podría conseguir once reales y diez céntimos para comprar la entrada y calmar su “angustia”.

El domingo 25 anduvo toda la tarde a la búsqueda de conocidos que pudieran prestarle algún dinero, sin ningún éxito. Y el lunes 26 siguió buscando por las tabernas que solía frecuentar, a ver quién podía dejarle las dichosas dos pesetas y ochenta y cinco céntimos que costaba un tendido de sol…, pero anocheció y no encontró a nadie que le fiara.

Tan obsesiva era su desesperación, que se planteó seriamente que si, para antes de que abrieran las puertas de la plaza de Los

Tejares el martes 27, no había conseguido reunir el dinero necesario, no le quedaría más remedio que robarlo.

Nunca nadie, en su sano juicio, puede justificar la comisión de un delito por un desmesurado interés en ver una corrida de toros. Un verdadero aficionado taurino, siempre preside sus actos con buena educación, respeto y, sobre todo, cumpliendo la ley. Sólo el mal aficionado incumple las reglas de convivencia social.

Pero peor es que un “mal aficionado” sea, además, “malo”, como era el caso de “Cintas Verdes”, que era tan canalla que se dejaba llevar por sus banales e irrefrenables impulsos. Tenia ganas de asistir a una corrida de toros, y con tal de cumplir su deseo, fue capaz de cometer el crimen más execrable de la historia de nuestra ciudad.

CÓMO SE PERPETRÓ EL CRÍMEN DEL “JARDINITO”.-


Postal de la Carretera de Villaviciosa, a primeros del siglo XX –lo que hoy día es la Avenida del Brillante, vista desde la Huerta de la Reina–. Antes de iniciarse la primera cuesta, sale hacia la derecha el antiguo camino de Obejo –hoy día carretera de Calasancio–. Justo ese sitio era conocido como “el puentecillo”, lugar donde la carretera cruzaba el arroyo del Moro.


Aproximadamente a las nueve de la mañana del día 27 de mayo de 1890, tercer día de la Feria de Nuestra Señora de la Salud, el conocido como Pepillo “Cintas Verdes”, provisto de una afilada navaja y de un revolver de dos cañones, so pretexto de que alguien pudiera asaltarlo por el camino, salió a pie por la carretera de Villaviciosa, para tomar después el camino de Obejo, también conocido como de Scala Coeli o de la ermita de Santo Domingo, en dirección a la finca del “Jardinito”, propiedad del Sr. Duque de Almodóvar del Valle, que está situada en la margen izquierda de dicho camino, a poco más de una legua del centro de Córdoba.

El “Jardinito” –lugar que aun existe– era más una finca de recreo que de carácter agrícola o ganadero, aunque tenía fama de producir cantidad de naranjas de muy buena calidad.


Vista aérea de la casa principal y de los guardas, de la finca de el “Jardinito” lugar donde ocurrieron los hechos que se narran. 


“Cintas Verdes” iba con la idea de pedirle al capataz de la citada finca, Juan Castillo Laín, que le prestara unos cuantos reales para ir a la corrida que, en la tarde de ese día, se iba a celebrar en la Plaza de Toros de Los Tejares.

La relación de “Cintas Verdes” con los capataces de la finca del “Jardinito”, o sea con el mencionado Juan Castillo y su esposa Antonia Córdoba García, tenía su origen en que Teresa Molinero Galloso, novia o amante de “Cintas Verdes”, había sido ama de cría de una de las hijas de los citados capataces. Pero tal relación se había enfriado unos cinco meses atrás, cuando Juan Castillo y Antonia Córdoba se negaron a apadrinar a la hija que tuvieron Teresa Molinero y “Cintas Verdes” y, por tal razón, éstos dejaron de ir por el “Jardinito”.

Sin embargo, el domingo día 25 de mayo, volvió a aparecer por allí Pepillo “Cintas Verdes”, que fue a comprar unas naranjas. Juan y Antonia, olvidando lo pasado, lo invitaron a almorzar y le regalaron docena y media de naranjas. En la conversación, entre otras cosas, le comentaron que habían vendido a muy buen precio un par de vacas, lo que hizo suponer a “Cintas Verdes” que podrían prestarle las pesetas que “tanto necesitaba”.

Con tal idea, volvió al día siguiente, lunes día 26, so pretexto de comprar más naranjas. Pero como el capataz estaba ausente, le pidió el préstamo de las tan “necesitadas” pesetas a la capataza, y ésta se las negó.

Durante la noche del 26 al 27 de mayo, Pepillo “Cintas Verdes” dio mil vueltas a su cabeza pensando de donde podía sacar aquellas malditas pesetas que “tanto necesitaba”, llegando a la conclusión de que sólo podía conseguir ese dinero si se lo prestaba Juan, el capataz del “Jardinito”, o robándoselo si llegara el caso. Y dicho y hecho, nuevamente se encaminó hacia allá, confiando en que el préstamo que le negó Antonia, se lo concedería Juan.

Llegó a la finca hacia las diez de la mañana, y se encontró a Antonia, que estaba con sus dos hijas, Magdalena de seis años y María Josefa de tan solo dos, y con el guarda de la finca, José Bello, todos sentados a la puerta de la casa.

“Cintas Verdes” se dio cuenta de que Juan Castillo, el capataz, volvía a estar ausente, lo que echaba por tierra la posibilidad de que le prestara las malditas pesetas, y disimuló su decepción diciendo que venía a por otras cincuenta naranjas. José Bello, el guarda, le dijo que le saldrían a seis reales el medio centenar. En un aparte y en voz baja, Antonia la capataza, le comentó que a otras personas se las vendía a cinco reales y medio.

La capataza con sus dos hijas, el guarda y “Cintas Verdes” fueron hasta el naranjo donde debían cogerse los frutos pedidos, pero como en ese momento llegó el arrendador de la finca, Rafael Balbuena y León, Antonia Córdoba con sus dos hijas regresaron a la casa con él, quedando solos “Cintas Verdes” y José Bello, que estaba subido en una escalera para alcanzar las naranjas requeridas.


Vista de la puerta de entrada a la casa del “Jardinito”, y del azulejo que existe en su fachada, dedicado al Cristo de San Álvaro de Scala Coeli, Santuario próximo a dicha finca.


En ese momento, Pepillo Cintabelde le echó en cara al guarda que le cobrara medio real más que a otros y, sin mediar más palabra, sacó la navaja y acometió al guarda tirándole dos navajazos, que José Bello trató de eludir con una mano, mientras que con la otra sacaba su pistola, momento en el que “Cintas Verdes” le propinó otro golpe de navaja en el cuello que hizo caer de la escalera al guarda. Una vez en el suelo le asestó hasta un total de seis navajazos en distintas partes del cuerpo, de las que José Bello quedó tal mal herido que el propio agresor lo dio por muerto.

Cometido el primer crimen, “Cintas Verdes” de dirigió a la casa, donde estaban Antonia Córdoba con sus dos hijas y el arrendador Rafael Balbuena. Entró sin levantar sospecha alguna y sin mediar palabra sacó la pistola de dos cañones y le disparó un tiro a la capataza, que estaba de espaldas, entrándole el proyectil por el pabellón auricular izquierdo saliéndole por la mejilla del mismo lado, cayendo la mujer desplomada al suelo.

El arrendador, Rafael Balbuena, sorprendido, recriminó la acción e hizo ademán de ir a quitarle la pistola a “Cintas Verdes”, al tiempo que pedía auxilio al guarda, ignorante de que el pobre de José Bello era ya medio cadáver. En ese momento “Cintas Verdes” le tiró un navajazo a la cara, hiriéndolo en el labio superior y, a continuación, le descerrajó un tiro que le atravesó el hemisferio cerebral derecho, muriendo el tal Rafael Balbuena en el acto.

Magdalena, la hija de seis años, ante tales horrores, salió corriendo, llorando y dando gritos, hacia donde creía que estaba José Bello, pidiendo auxilio al guarda. “Cintas Verdes” siguió a la chiquilla, y Antonia Córdoba, que estaba mal herida pero no muerta, se levantó del suelo y fue tras ellos, pudiendo ver como el criminal alcanzaba a su hija y de un solo tajo le rebanaba el cuello con la navaja, llegándole hasta las vértebras, o sea degollándola casi en su totalidad.

Antonia Córdoba horrorizada volvió hacia la casa, y tras ella “Cintas Verdes” que al tenerla a tiro le descerrajó otro disparo que sólo le rozó el lóbulo de la oreja izquierda, haciendo arder el pañuelo que llevaba anudado al cuello. En ese momento “Cintas Verdes” le preguntó a Antonia que donde tenía el dinero de la venta de las dos vacas, y esta debió de decírselo tratando de evitar una nueva agresión. Pero no fue así, ya que le detonó un nuevo disparo que le impactó en la región parotídea, del que la víctima quedó exánime, aunque no llegó a morir.

Antes de hacerse con el botín, el atroz criminal fue hacia la puerta de la casa, donde se encontraba María Josefa, la niña de dos años que lloraba sin entender nada de lo que estaba pasando, y la llevó a dentro de la casa, donde la degolló de un navajazo, causándole la muerte al instante.

Se dirigió después a la alcoba de los capataces, donde halló el arca de guardar ropas y la llave para abrirla, que era donde estaban los dineros. En su interior encontró un bolso con 25 duros de plata (Ver nota nº 5), y un portamonedas con otras 20 pesetas en calderilla de los que se apoderó. Sin embargo, no se llevó el resto de monedas que estaban sueltas entre las ropas y que en total sumaban 20 pesetas en monedas de medio duro, 25 en monedas de duro y otras 37 en monedas de una y dos pesetas.

Con el botín conseguido, se dispuso a regresar a Córdoba, momento en que vio que, desde un otero relativamente cercano, un pastor miraba hacia la finca y, posiblemente, podía haber visto lo que allí había ocurrido, motivo por el que “Cintas Verdes” tomó una escopeta que se encontraba en la casa, propiedad de Francisco Gavilán Merino, el esquilmero (Ver nota nº 6) de la finca del “Jardinito”, y realizó varios disparos que, por suerte, no le dieron al pastor que emprendió rápidamente la huida.

Sin más dilación tomó el camino de vuelta deshaciéndose, en diferentes sitios, de los objetos y armas que pudieran delatarlo. El portamonedas vacío lo tiró en el cauce del arroyo de las Piedras, que pasa por la huerta de la propia finca, donde fue posteriormente encontrado. La escopeta del esquilmero, que se la había llevado, también apareció tirada en las proximidades al camino de Obejo, más abajo de la finca. Sin embargo no se encontraron ni la pistola ni la navaja que, posteriormente, el propio “Cintas Verdes” confesó haberlas tirado a un cuarto de legua más abajo de la casa del “El Jardinito”, entre la maleza del arroyo de las Piedras, a la altura del molinillo de Sansueña.


Óleo de Ángel María de Barcia Pavón (sobrino de Francisco Borja Pavón), pintor cordobés nacido en 1841 y fallecido en Madrid en 1927. Representa al desaparecido Molinillo de Sansueña, que estaba situado en las inmediaciones de la actual plaza de Sansueña en Calasancio.

Al llegar “Cintas Verdes” al puentecillo (Ver nota nº 7), se quitó la camisa y la lavó en el arroyo del Moro, y con ella mojada, continuó su camino hasta llegar al número 5 de la calle Empedrada, cerca de la Fuente de la Piedra Escrita, casa de la madre de la mujer con la que cohabitaba. Allí comió y a continuación se fue a su casa en el barrio de San Agustín, concretamente en la calle Humosa, donde se cambió de ropa, cogió el dinero suficiente para ir a los toros, guardando el resto de lo saqueado, y se marchó tranquilamente a la Plaza de los Tejares a ver a Lagartijo, a El Espartero y a Guerrita.

CÓMO SE DESCUBRIÓ AL AUTOR DE LOS HECHOS Y DÓNDE SE LE DETUVO.-

Por pura casualidad, el mismo martes 27 de mayo, sobre las 12 de mediodía, salió en caballerías hacia la finca del “Jardinito”, el esquilmero, Francisco Gavilán Merino, junto a un carguero de naranjas forastero y la hija de éste, que habían venido a provisionarse de cítricos.

Al llegar a su destino, hacia la una de la tarde, se encontraron en la explanada de delante de la casa el cadáver del arrendador de la finca, Rafael Balbuena, y el cuerpo mal herido de la capataza, Antonia Córdoba. Al pasar por detrás de la casa hallaron el cuerpo sin vida de la hija mayor de los capataces y, a unos 20 metros, al lado de un granado, el del guarda, José Bello, al que aún le quedaba un hilo de vida y exclamaba “¡me ha matado!”. El esquilmero le preguntó “¿quién ha sido?”, y al pobre guarda sólo le dio tiempo de decir “el que estuvo aquí ayer”, antes de expirar.

Francisco Gavilán, horrorizado y sin saber qué hacer, fue a la huerta del “Maestrescuela” (Ver nota nº 8), y le pidió ayuda a su capataz, Antonio Pérez Rubio. Éste a su vez pasó por la finca de la “Viñuela baja” (Ver nota nº 9), e hizo lo propio con el arrendatario de la misma, José Millán Gómez, y la mujer del guarda de las cabras, que se llamaba María Aragón Collado, y ambos le acompañaron. Cuando todos estuvieron en la finca del “Jardinito”, decidieron que: Francisco Gavilán fuera a dar aviso al Juzgado de Guardia y a la autoridad policial; mientras los demás, sin tocar a nada ni a nadie, trataran de mantener con vida y dar consuelo a la capataza, Antonia Córdoba, que se encontraba muy mal herida y sufriendo.

Francisco Gavilán fue a todo galope hasta la casa-cuartel de la Guardia Civil, y refirió la situación encontrada en la finca del “Jardinito” al teniente Don Vicente Paredes Maroto que le pidió al Sr. Gavilán que diera parte al Juzgado de Guardia que se encontraba en el Real de la Feria mientras que él, acompañado de dos números a caballo y otros dos a pie, partiría sin más dilación y a todo correr hacia el “Jardinito”.

Francisco Gavilán dio parte de lo ocurrido al Sr. Juez del distrito de la izquierda, Don Manuel Serna Hidalgo, que era el que está de guardia, y éste ordenó la constitución inmediata de todo el operativo judicial compuesto por: el Fiscal Don Ricardo Muñoz; el Escribano Don Juan Antonio Montero; el Médico Forense Don Antonio Izquierdo y el Alguacil Don Rafael Fernández, y todos partieron hacia el “Jardinito” a efectuar las diligencias preceptivas.

Antes de que el Juzgado de Guardia en pleno llegara a la finca, el teniente Paredes había confirmado la existencia de cuatro cadáveres y una persona herida de extrema gravedad, a la que preguntó repetidas veces “¿quién la ha herido?”, y siempre respondía: “cinta verde”, sin que pudiera deducir a qué o a quién se estaba refiriendo.

Cuando llegó al “Jardinito” el Juez de Guardia, Sr. Serna, se hizo cargo de la situación y ordenó las investigaciones pertinentes, reconocimientos forenses, levantamiento de los cadáveres, el traslado de los mismos al Cementerio de San Rafael, y el de la mujer herida, en camilla improvisada, a brazo y caminando hasta el Hospital de Agudos (Ver nota nº 10).

Por su parte, el teniente Paredes regresó a Córdoba para dar cuenta de lo acontecido al Sr. Gobernador Civil, Don José de Heredia, el cual le pidió que realizara toda clase de pesquisas para dar con quién era ese desconocido y terrible criminal.

El teniente Paredes fue a la Plaza de Toros de Los Tejares (Ver nota nº 11), porque la corrida prevista estaba a punto de comenzar y tenía que dar órdenes oportunas a los números allí destacados. Comentó con éstos, y con los restantes miembros de los servicios de seguridad allí destacados, todo lo ocurrido en el “Jardinito”, y al decir que la mujer gravemente herida solo repetía que había sido “cinta verde”, un agente municipal le dijo que él conocía a un tal José Cintabelde al que todos llamaban Pepillo “Cintas Verdes”, que vivía en la calla Humosa del barrio de San Agustín.


Vista de la fachada principal, y parciamente del interior, de la Plaza de Toros de “Los Tejares” de Córdoba.


Hacia allá partió el teniente Paredes y cuando llegó a la casa en ella sólo estaba la ya mencionada Teresa Molinero que manifestó ser la mujer de José Cintabelde, y que éste no estaba porque se había ido a ver la corrida de toros. El teniente ordenó el registro de la casa y encontraron una chaqueta y un pañuelo con restos de sangre, y un bolso con unos cuantos duros de plata, cuya existencia desconocia la mujer, e ignoraba su origen.

El teniente no dudó un momento y marchó a toda prisa hacia la Plaza de Toros, y cuando llegó, dio órdenes estrictas para qué, al término de la corrida, sólo se abriera una puerta de forma que todo el público, tanto de sombra como de sol, tuviera que salir por allí donde estaría el agente municipal que dijo conocer al tal Pepillo “Cintas Verdes” para poder señalar, de esa manera, al presunto criminal.

La estrategia dio resultado y los agentes municipales Manuel Hidalgo y Francisco Villalva detectaron la presencia de José Cintabelde Pujazón. Le pidieron ayuda a una pareja de la benemérita, que detuvo a tal individuo y lo condujeron a la casa-cuartel. El teniente Paredes lo interrogó y el malhechor, sin dar muestras de arrepentimiento alguno, confesó ser el autor del terrible crimen del “Jardinito”.

Era tal la desfachatez y chulería de este sanguinario criminal que cuando, el oficial de la Guardia Civil, le preguntó que cómo pudo matar a una niña de tan solo dos años, su respuesta fue: “porque también tiene ojos y lengua”.

Desde la casa-cuartel lo condujeron de inmediato a la cárcel del Alcázar (Ver nota nº 12), donde quedó en prisión preventiva, como autor confeso de tan horrible crimen, a las órdenes del Juzgado correspondiente y en espera de que el procedimiento judicial fuera pronto, rápido y concluyente, porque nunca jamás se había conocido en Córdoba un crimen de tal calibre.

Terminemos la primera parte de este relato, con la letrilla que circuló por nuestra ciudad en los últimos días de mayo de 1890:

“Ya las huertas de la sierra,

un punto negro manchó

y de una escena de crímenes,

da el Jardinito razón”


NOTAS .-

1.- Pío Baroja escribiría 15 años más tarde, o sea en 1905 su famosa novela “La Feria de los discretos”, ambientada en las calles de Córdoba, durante los días de su feria de Nuestra Señora de la Salud.

2.- La Compañía del Ferrocarril de Córdoba a Sevilla fue creada, como filial de la Compañía de Ferrocarriles del Centro-Norte, para trazar la vía desde la capital hispalense hasta la ciudad de la Mezquita, y construir una estación en Córdoba, que se inauguró el 25 de abril 1859, cuando llegó el primer tren en pruebas procedente de Sevilla. Fue un día grande en Córdoba, con repique de campanas, adornos e iluminaciones especiales en las calles, bailes populares, banquete con invitados importantes, comidas especiales en los centros benéficos y reparto de pan y potaje para los pobres, y hasta de monedas de un real, por parte del Ayuntamiento y la Diputación. Sin embargo hasta el día 2 de junio no se estableció un servicio regular de trenes. Seis años más tarde, la compañía de Ferrocarril de Córdoba a Málaga, terminó la línea férrea de la capital califal a la de la costa del sol, y otra estación en Cercadilla –que ya no existe al haber quedado dentro de la Estación del AVE–. La de Cercadilla fue inaugurada el 15 de agosto de 1865, y ese mismo año la compañía MZA (Madrid, Zaragoza, Alicante) terminó la vía desde Alcázar de San Juan hasta Córdoba, uniendo Andalucía con la Meseta Central. En 1875 la Compañía MZA se hizo cargo de la Estación Central de Córdoba, mientras que la Compañía de Ferrocarriles Andaluces operaba desde Cercadilla las líneas Córdoba a Málaga y Córdoba a Belmez. Desde el primer día los cordobeses consideraron que la estación estaba “muy lejos” de la ciudad y que su construcción obligó a derribar gran parte de la muralla para crear la Carretera de la Estación –lo que hoy es la Avenida de Cervantes–, y mejorar los jardines de la agricultura, además de que las vías creaban una barrera para el paso a los barrios del norte y para el crecimiento de los mismos, situación que se alivió con la creación del viaducto del Brillante en 1920, que estaba situado a la altura de la Ermita del Pretorio y hoy está totalmente desaparecido.

3.- Las arropías eran una especie de caramelos artesanales hechos con miel de caña de azúcar. Tenían un color pardo oscuro y una forma irregular. Eran muy populares en Córdoba y también en la costa oriental malagueña, donde se pregonaban como: “arropías, dulces y retorcías”. Las avellanas “cordobesas”, son las mismas avellanas que las de cualquier otro lugar, pero como en Córdoba también se denominaban avellanas a los cacahuetes,  se añadió lo de “cordobesas” para diferenciar las autenticas de las “falsas” o cacahuetes.

4.- La Caseta de Feria de El Círculo de la Amistad de Córdoba, se construyó en el año 1877, sobre terrenos de los jardines de la Victoria cedidos por el Ayuntamiento. El uso y disfrute de la misma en los días de Feria era exclusivo

para los socios de la entidad, si bien la propiedad del suelo seguía siendo municipal. En 1993, al trasladarse la Feria al Arenal, dejó de tener vigencia el fin objeto de la cesión del suelo, y la estructura de la caseta la cedió la entidad al municipio para el uso que creyera conveniente. El Ayuntamiento decidió rehabilitarla para eventos y actividades culturales, bajo el nombre de Sala Victoria, invirtiendo dos partidas de 627.120 € y de 1.107.412 €, pero tuvo escaso éxito y pasó a ser el primer Mercado Gastronómico de Andalucía bajo el nombre de Mercado de la Victoria, que se inauguró el 30 de abril de 2013.

5.- Los “duros” eran las monedas de cinco pesetas, equivalentes a 0,03 €. En total el “botín” por el que “Cintas Verdes” mató a cuatro personas e hirió gravemente a una tercera, sumaba 175 pesetas que equivalen a 1,05 €.

6.- Se le llamaba “esquilmero” a quien se dedicaba a recolectar la producción de naranjas, limones o pomelos. Normalmente era un subcontratado del arrendador o propietario de fincas que tenían producción de cítricos.

7.- El “puentecillo” era el lugar donde el arroyo del Moro cruzaba por debajo de la carretera del Brillante. Es justo donde hoy está el entronque de la carretera de Calasancio y la entrada al Tablero.

8.- En el apéndice 4º de las Ordenanzas Municipales del término de Córdoba de primero de marzo de 1884, referente de caminos vecinales y veredas pecuarias, describe el camino nominado como nº 39 de la Sección de la Sierra, diciendo: “… del Molinillo de Sansueña, continuando por terrenos pertenecientes a las huertas de Saldaña, la Palomera, Maesrtre Scuela, el Jardinito,…”, lo que evidencia la proximidad entre la huerta del Maestrescuela (actual hotel Los Abetos) y la finca del Jardinito.

9.- En el mismo apéndice de las Ordenanzas de 1884, en el descriptivo nº 40 habla de un camino que “… partiendo de la dehesa de la Palomera se dirige al Santuario de Santo Domingo atravesando el haza nombrada de los Carriles, la Viñuela alta… “, lo que da idea de que la huerta de la Viñuela, estaba también muy próxima al Jardinito.

10.- El Hospital de Agudos o del Cardenal Salazar, recibió el nombre de su promotor, el cardenal Pedro de Salazar y Gutiérrez de Toledo, que nunca llegó a verlo terminado. Este prelado cordobés adquirió en 1701 el solar de la casa palaciega que existía frente a la iglesia de San Pedro de Alcántara, con la idea de crear allí un colegio para acólitos y coro de la Catedral. Pero en 1704 hubo una epidemia de peste que hizo cambiar de idea al promotor y hacer un hospital, encargando el proyecto al arquitecto Francisco Hurtado Izquierdo. Pero el Cardenal Salazar falleció en 1706 sin llegar a conocer su obra, que fue continuada por su albacea y sobrino Pedro Salazar Góngora, que la concluyo en 1724, para enfermos pobres, dementes y presos, si bien después fue destinado exclusivamente para enfermos de mayor gravedad, pasando a ser conocido como el Hospital de Agudos hasta el año 1969 en que dejó de funcionar como tal, pasando a ser sede de los Colegios Universitarios de Derecho y Filosofía, dependientes de la Universidad de Sevilla. Cuando en 1972 se creó la Universidad de Córdoba pasó a ser, y sigue siendo, Facultad de Filosofía y Letras. Como antecedente de su actividad universitaria, hay que decir que desde 1871 y hasta 1874, sin dejar de ser Hospital de Agudos, fue sede de la Facultad de Medicina de la entonces existente Universidad Libre de Córdoba.

11.- La Plaza de Toros de Los Tejares, que estaba situada en el nº 30 de Ronda de los Tejares, esquina al Gran Capitán, coincidente con el solar que ocupa hoy día El Corte Inglés. Fue el primer coso taurino de obra que existió en Córdoba. Anteriormente hubo otro en el Campo de la Merced, que era totalmente de madera. La plaza de Los Tejares se construyó según proyecto del arquitecto Manuel García del Álamo y bajo la dirección de obra de José Sánchez. Inicialmente tenía 8.278 localidades y un ruedo de 52 m. de diámetro. Fue inaugurada el día 8 de septiembre de 1846 corriéndose ocho toros de Doña Isabel de Montemayor (Lesaca) que lidiaron José Redondo “El Chiclanero” e Isidro Santiago “Barragán”, si bien antes de concluirse las obras, en los días 31 de mayo y 2 y 3 de junio de ese mismo año, ya se corrieron toros. El último festejo celebrado fue una novillada el 18 de abril de 1965 en la que actuaron Agustín Castellano “El Puri”, José María Susoni y Antonio Sánchez Fuentes, aunque la despedida oficial había sido una corrida goyesca, celebrada el 13 de octubre de 1963 con toros de Isaías y Tulio Vázquez, para Antonio Ortega “Orteguita”, Antonio Medina y Vicente Fernández “El Caracol” (después se dieron hasta 23 festejos más).

12.- El Alcázar de los Reyes Cristianos, que tradicionalmente era conocido por los cordobeses de antaño como el Alcázar Viejo –e incluso, mal pronunciado, como “la casa er viejo”–, pasó a ser Cárcel Municipal en 1812, sustituyendo en tal uso al Mercado de Sánchez Peña, edificio central de la plaza de la Corredera. En 1920 se modificaron algunas zonas del Alcázar, para poder ampliar el número de celdas, sin que tal remodelación destruyera ninguna zona o parte importante del edificio. El Alcázar estuvo funcionando como cárcel hasta 1941, a pesar de que diez años antes, o sea en 1931, había sido declarado Monumento Histórico y se había destinado como destacamento militar pero, de hecho, siguió sirviendo de cárcel hasta que terminó de construirse la Cárcel Provincial que se ubicó junto al paso a nivel de la carretera de Almadén de la vía férrea de Madrid a Cádiz, frente a la fábrica de cemento en terrenos que hoy día están integrados en el barrio de Fátima.

(CONTINUARÁ)

Trabajo de recopilación, ordenación y redacción, realizado por:



Cayetano Melguizo Gómez

Cabanillas del Campo a "28 de junio de 2022"




Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

Escalera del Éxito.254.-

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