domingo, 31 de octubre de 2021

 

Muere Manuel Mart, cantante de la banda cordobesa Estirpe

CANTANTE DE ESTIRPE Y PRODUCTOR MUSICAL

Manuel Ángel Mart: «Me han enseñado siemprea tener los pies en la tierra»

Renunció a cuatro letras de su apellido para forjar una carrera sin ataduras. Ser hijo de una leyenda del rock andaluz puede tener sus ventajas pero también sus contratiempos. He aquí la prueba



Manuel Ángel Mart, en su estudio de grabación - ABC

Nada más abrir los ojos ya se dio de bruces con una batería. Y en el salón de casa ensayaba la banda de papá, un grupo que hizo historia en aquello que se vino en llamar rock andaluz, uno de los movimientos más genuinos del pop nacional contemporáneo.


 


Manuel Ángel Mart, hijo de Manuel Martínez, líder indiscutible de Medina Azahara, es, por lo tanto, un chico privilegiado. No todos los días se nace en el epicentro de un terremoto creativo que aún hoy, 35 años después, sigue generando energía. Pero Manu se ha currado su propia biografía y aquí está, al frente de Estirpe, una banda con cinco discos ya en el mercado y una onda expansiva que alcanza de lleno el otro lado del Atlántico.

Lo suyo, por lo que se ve, viene de Estirpe.

–La verdad es que sí. He tenido una educación de la que me enorgullezco. No me han dado lujos pero sí una filosofía de vida. Me han enseñado a tener los pies en la tierra y valores que no se aprenden en la escuela.

O sea: de tal palo, tal rockero.

–Me siento privilegiado por haber nacido de un músico que me ha hecho vivir una experiencia muy grande.

Manuel Ángel Mart (Córdoba, 1976) asume sin jactancia su pasado y se esfuerza por reivindicarse más allá de su propio apellido. Tanto, que le ha amputado cuatro letras como para evidenciar que quiere competir en la jungla musical desnudo. Sin adherencias de ninguna clase. «Medina Azahara era entonces un grupo de amigos, gente joven que vivía realmente el rocanrol. Yo me sentaba allí y veía lo que hacían, vivía en primera línea el comienzo de una banda que luego se ha hecho muy importante. Parte de los miembros residían en un chalé y tocaban en un gran salón».

¿En plan comuna?

–No (risas). Muchas veces me dicen: «Tú eres el hijo de los Medina». Bueno, no: yo soy el hijo de uno de ellos.

Ése fue el universo en que se crió Manuel Ángel Mart. «Estaba rodeado de muy buena onda y un ambiente de creación y arte. Un día llegó Pablo Rabadán, el teclista, con un cacharro nuevo de donde salían sonidos de pajaritos o de instrumentos de cuerda sintética. Eso era el top de la novedad. Yo tenía cinco o seis años y decía: «Esto tiene magia». Todos alucinábamos. También vivían allí Miguel Galán (guitarrista) con su novia y, como mi hermana y yo éramos los únicos niños, nos trataban muy bien. Mi padre viajaba mucho y siempre me traía regalos. Un día apareció con un Exin Castillos, como los Reyes Magos».



¿Su padre es su mejor fan o su crítico más implacable?

–No ha perdido la objetividad. Él siempre está muy al margen, no quiere entrar, pero yo sé por otros lo que piensa de mi trabajo.

Le da su opinión por persona interpuesta.

–Sí. Me dicen: «Tu padre dice por ahí que tú eres un genio. No veas como habla de ti». A él le gusta lo que hacemos y asegura que somos de los grupos más grandes, que sólo necesitamos un poco más de suerte. Lo fácil sería hacer una gira con Medina Azahara. Son de los que más trabajan en España. Muchísimo. Pero me cuesta. Cuando vienes de una familia de músicos es muy fácil que te etiqueten. Es que es el hijo de tal. Y eso es muy duro.

¿Qué le enseñó el patriarca?

–A ser humilde. Lo he visto en él. Saber estar, cuidar a las personas, tener los pies en la tierra, no ser un desfasado por muy rockero que seas. Que ser músico no significa sexo, drogas y rocanrol.

–Su padre declaró en una entrevista: «Aún tengo alma hippie». ¿Y usted?

–Yo creo que aún tengo al niño que fui.

¿Y cómo era el niño que fue?

–Tranquilo, con ilusión, con creatividad y eso es fundamental.

A los ocho años se matriculó en el Conservatorio, pero la experiencia resultó un fiasco. Apenas duró un curso. «Estudié piano pero me frustró mucho. Hacía cola con otros niños y el profesor nos corregía delante de todo el mundo con un lápiz tocándote los dedos. Empezó a crearme miedo y comencé a faltar. Lo veo un sistema muy equivocado». Con 14 años se arrancó a componer sus primeras canciones y a sacar acordes por su cuenta en la guitarra. Su amigo Javier Estévez se unió a la aventura. No tenía ni idea de cómo tocar un instrumento y Manuel Ángel le dio unas pautas simples de batería. Poco después se integró José Miguel Panadero, otro profano en música, que se hizo cargo del bajo sin haber visto uno en toda su vida. «Las letras eran horribles. La música era horrible. Pero ésa fue la inocentada de mi vida que hoy me ha hecho ser músico». Así empezó Estirpe hace casi 20 años.

En la web de la banda se lee: «Rock mestizo e inconformista». ¿Con qué no se conforma?

–Con encontrar una fórmula que sólo dé dinero. Nosotros pensamos un poco más allá. Queremos aportar, que toda la locura creativa de nuestra cabeza se lleve a la música. No podemos poner un tope. Hay que evolucionar, experimentar. Yo me siento así, no sé dentro de 50 años.

¿Qué hay que cambiar del mundo?

–Está clarísimo. La base política está mal.

Y después de la política, ¿qué?

–Es que la política es todo. El hambre es algo que los gobiernos podían hacer por intentar exterminar. Cada vez estoy más desencantado con este mundo y gracias a Dios tengo un medio para desahogarlo.

–Por lo que se ve, es usted un ciudadano indignado.

–Totalmente. Me indigna cómo estamos en una sociedad donde los poderes no están separados. La Justicia está con el partido que gobierna, me da igual de izquierdas o de derechas. La Justicia debe ser imparcial.

¿Qué queda del espíritu del 15M?

–Ese movimiento ha hecho bastante en esta sociedad. Yo admiro lo que está haciendo la gente en Madrid. Es el movimiento del pueblo, del ciudadano. Tenemos que decir no a ciertas cosas y me da la sensación de que hay un pueblo que no se va a parar.

Acaba usted de citar un lema de los setenta: «Sexo, drogas y rocanrol». ¿Sigue vigente?

–El rocanrol es una filosofía, una actitud, no un estilo. Tener rocanrol en el cuerpo es tener una potente iniciativa de hacer ciertas cosas musicales. El sexo es algo que comparto y las drogas no son mi punto. Quiero tener la cabeza sana para crear música.


Nos recibe en su estudio de grabación del polígono industrial de Pedroches. Dos pequeñas habitaciones contiguas llenas de instrumentos y desorden. En una están grabando su último trabajo y en la otra se encuentra la mesa de control. Manu es un joven espigado y afable. Se ve que está abducido por este universo eléctrico y trepidante que lleva en la sangre desde que nació. Aquí la banda pule su material sonoro y Manuel Ángel produce trabajos para otros grupos de Córdoba y el resto del país.

–¿Qué detesta del negocio?

–Hay mucha gente que se dedica al negocio y en lo último que piensa es en la música. Piensan en engañar y en cómo pillarte los dedos en el contrato. He tenido grandes enfrentamientos con gente de la industria por discos que se han quedado ellos y no he visto un duro. Es parte del cáncer de la música.

Y si la industria discográfica descarrila, ¿por qué vía va a circular la música?

–Por las redes sociales, por las plataformas como Atrium o Spotify. Nosotros venimos de una época en que comprábamos vinilo pero la herramienta de internet es la vía.

–Nadie quiere pagar por internet.

–Hay países donde esto ha subido mucho. En España, no. Aquí desconfiamos de las compras por la red. Atrium ha revolucionado las descargas de canciones por 99 céntimos.

–Vuestro último disco se llama «Buenos días, voluntad». ¿Para conjurar la pereza?

–Es nuestra filosofía de enfoque, de cómo hacer las cosas. Para nosotros es muy importante las iniciativas, las prioridades, los sacrificios. Es como levantarte y tomarte ese zumo, ese café, ese desayuno y empezar el día con muchas horas por delante.

¿Y qué quiere ser de mayor?

–Quiero ser padre. Ése es uno de mis objetivos.

–Querrá un niño desmelenado y rockero.

–Lo cuidaré para que no sea músico. Es un oficio muy difícil. Como pegarse contra un muro. Y tienes que tener un caparazón fuerte para que no te destruya.

¿Usted lo tiene?

–Sí.

O sea, va a resistir.

–Sí.

Le viene de estirpe.

–Pues sí.

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