OCHENTA AÑOS SIN “EL GUERRA”
Evocación del Segundo Califa de la torería
(Continuación – 2ª Parte)
EL DESENCUENTRO CON EL PÚBLICO
Pero pronto las cañas se volvieron lanzas, porque el 12 de mayo de 1890, se celebró en Madrid la corrida de despedida de Salvador Sánchez Povedano “Frascuelo”, festejo en el que participó “Guerrita”, llegando incluso a banderillear los toros del maestro que se retiraba, y eso enfureció a los partidarios de “Largartijo”, enemigos irreconciliables de “Frascuelo” y convencidos, hasta ese momento, de que Rafael Guerra era el discípulo predilecto del primer Califa y, por tanto, contrincante del viejo torero que ahora se cortaba la coleta.
Los “lagartijistas” eran legión y bien pronto empezaron a hacer campaña contra el “traidor” “Guerrita”, que se vio envuelto en una disputa que, desde hacía dos décadas, tenía dividida a la afición. Con el grave hándicap de que los “frascuelistas” no reaccionaron con igual fuerza a favor de él, tan sólo las revistas “La Lidia” y “El Toreo”, que eran descaradamente partidarias de “Frascuelo”, trataron partir lanzas a favor del nuevo valor de la torería, pero sin apenas resonancia, porque eran medios de poca influencia, frente a la gran difusión que tenían los que idolatraban a “Lagartijo”.
Tan fuertes fueron las protestas que recibió en sus actuaciones en la capital, que después de una corrida, llegó a decir “en Madrid que toree San Isidro”, a pesar de lo cual, siguió toreando en la capital de España, donde llegó a hacer 136 paseíllos como matador de toros en las 13 temporadas que duró su vida activa: dos, diecisiete y nueve de los tres primeros años ya comentados; veinte en 1890; diecinueve en 1891; dos en 1892; diecisiete en 1893; catorce en 1894; uno sólo en 1895; dos en 1896; doce en 1897; catorce en 1898 y siete en 1899.
Desde Madrid, la inquina hacia “Guerrita” se extendió a los públicos de muchas otras ciudades, sobre todo de la mitad norte de España, como Salamanca, Valladolid, Zaragoza, San Sebastián o Bilbao. Se le acusaba de: ser un “avaro”, porque ganaba mucho dinero –solía cobrar unas 6.000 pesetas por actuación (36,06 €)–; de ser un “déspota” cada vez que cambiaba a alguien de su cuadrilla; de ser “cobarde” si una herida, que el público consideraba de poca importancia, le impedía continuar la lidia; y el culmen llegó cuando lo tacharon de “ingrato” porque no toreó en la despedida de “Lagartijo”, sin considerar que habían sido los propios partidarios del maestro los que habían provocado una enemistad que nunca debió existir. Y la cosa llegó hasta tal punto que “Sobaquillo”, que había dicho maravillas del él, lo llamó “sub-cordobés” con la intención de herir el sentimiento de su origen y naturaleza.
La intransigencia del público, hizo que cada vez le resultara más insoportable vestirse de luces para ir a la plaza a aguantar improperios e injustificadas broncas, máxime cuando había conseguido todo lo que cualquier torero ansía: fama, prestigio, dinero y poder.
Dos fotos de “Guerrita, de joven y de mayor, con posturas y aposturas similares, que delatan su arrogancia, su seguridad y autosuficiencia que, sin duda, estaban fundamentadas en su valía.
Su labor, por meritoria y brillante que fuera, no la reconocía el público, mientras aplaudía y alababa las vulgaridades de otros coletudos, con el objetivo de agraviarlo. Y eso, a un torero tan ególatra y soberbio como “Guerrita”, tan seguro y convencido de sus propias cualidades y calidades, le pareció injusto, intolerable e inaguantable.
Lo curioso es que el público reconocía su superioridad y acudía en masa a las plazas cuando él toreaba, pero, al mismo tiempo, no le perdonaba su altanería y quería “bajarle los humos”. Los aficionados querían ver a “Guerrita” en actitud de humildad y súplica. Y ese pulso entre la soberbia del torero y las ganas de doblegarlo del público, lo resolvió el propio torero, porque se fue sin aviso previo
Para entender su prepotencia y el auto convencimiento de su valía y primacía, baste con recordar la frase que pronunció cuando le preguntaron que a cuál de sus compañeros consideraba su competidor, a lo que contestó: “Primero yo, después de mi nadie, y aluego el Fuentes” refiriéndose al sevillano Antonio Fuentes y Zurita.
UNA RETIRADA A TIEMPO, UNA VICTORIA
En Madrid tanto llegó a ser de insostenible la situación, que el día 11 de junio de 1899 oyó una tan injustificada como descomunal bronca y, al término de la corrida, dijo: “No toreo más en Madrid ni para el beneficio de María Santísima”. Y, sin duda, tal estado de ánimo pesó mucho para que, en Zaragoza, el 15 de octubre de ese año de 1899, después de recibir una sonora bronca, y aún estando en plenas facultades físicas y en la cúspide de la tauromaquia, mató el último el toro de su vida, que se llamó “Limón” y pertenecía al hierro de Jorge Díaz.
Dicen que lloró cuando se despidió de su cuadrilla mientras les decía “Yo no me voy de los toros, me echan”, y efectivamente así fue, porque la inmensa página escrita por “Guerrita” en el libro de la tauromaquia, tiene un denominador común: la permanente lucha entre su fuerte carácter y el de un público que quería verlo humilde y humillado.
Aparentemente, ese pulso lo había ganado el público, pero lo cierto es que Rafael Guerra Bejarano, salió triunfante como persona porque, después de que el día 17 de octubre de aquel 1899, en su casa de la calle Góngora, su esposa Dolores Sánchez le cortara la coleta, disfrutó durante más de cuarenta años de una vida plena, familiar y social, llena de satisfacciones, entre otras la de ver que conforme pasó el tiempo, su figura como torero se fue agigantando.
Rafael Guerra y Bejarano, en su casa de la calle Góngora nº 34, junto a su esposa Doña Dolores Sánchez Molina –con la que se había casado el 17 de enero de 1889–, cuatro de sus hijos, amigos y empleados de su hogar, poco tiempo después de su retirada.
El resumen numérico de Rafael Guerra “Guerrita” se concreta en haber estoqueado 2.339 toros, en las 892 corridas en las que intervino, a lo largo de los 12 años y 16 días que estuvo en activo como matador de toros.
Curiosa evocación portuguesa de “Guerrita”, datada en Lisboa el 28 de junio de 1944, en la que aparecen varios datos erróneos, como por ejemplo: que toreó 887 corridas cuando fueron 892; que mató 2.547 toros cuando en realidad fueron 2.339; que falleció en Cordova (Zaragoza); confunde a Eduardo Palacios “Sentimientos” con “Sobaquillo”, etc., etc.
(Propiedad del autor)
Con la visión reposada que sólo el tiempo permite ejercer, el periodista y escritor Néstor Luján y Fernández, analizó y explicó, bastantes años después, la sorprendente retirada de “Guerrita” con las siguientes sabias palabras: “La historia de la retirada de Guerrita es curiosa y triste. Hacía mucho tiempo que el público le escarnecía en cada corrida. Era demasiado fácil su problema plástico ente los toros, y el público puede soportar todos los matices en la lucha contra la muerte, menos el de la sabiduría que trae como secuela una facilidad inmutable. La serenidad que resulta de un dominio absoluto de las suertes, es insoportable para el público, aunque sea por conseguir la elegancia o por dorar con purpurina la hojarasca de la vistosidad. Lo que no tolera es la tragedia no formulada, el dominio natural y sencillo. No tolera que al salir el torero a la plaza se sepa todo lo que hará, aunque sea perfecto y aunque se vaya cumpliendo punto por punto, sin tropiezo. El público quiere que la pechera de su héroe esté mojada, en algún momento, por la rosa trágica, palpitante y muda, del miedo. Y el Guerra, con la cabeza alta, llevaba siempre los ojos claros y secos, sin el ramaje del pánico ni de la emoción”.
Y el ilustre director de La Lidia, Antonio Peña y Goñi (1846-1898), lo definió, cuando “Guerrita” estaba en la cúspide del éxito, con las siguientes palabras: “…es, en mi opinión, el torero más grande y completo de cuantos he conocido, ninguno ha tenido sus facultades ni podido, por tanto, aplicarlas con más eficacia y más brillantez a las múltiples suertes que constituyen la lidia de reses bravas… Después de Lagartijo y Frascuelo ha llenado una época; no ha sido mono de imitación, no ha copiado a nadie, ha aprendido de los dos lo que le ha parecido más conveniente, que ha sido mucho, para amoldarlo a su temperamento y alcanzar luego sobresaliente personalidad”
El crítico taurino Ventura Bagués Nasarre de Letona “Don Ventura” (1880-1973), dijo de “Guerrita”: “El equilibrio de los tercios, la extensión de conocimientos y disposiciones, la plenitud de aplicación de las normas que estableció Paquiro, culminan con Guerrita y hacen de él un torero cuya potencia mental y cuyo contenido superan a cuantos valores le precedieron. Maestro insuperable en los tres tercios de la lidia y con espléndidas facultades físicas, todo se juntó en él para acrecentar su celebridad, y por hacerse dueño de la situación y ejercer una hegemonía que ningún otro torero tuvo se vio combatido con acritud, cuya animadversión precipitó su retirada…”
SU TAUROMAQUIA Y 40 AÑOS DE PAZ
Emulando a José Delgado “Pepe-Hillo” y a Francisco Montes “Paquiro”, en 1896 “Guerrita” quiso dejar por escrito y para la posteridad, su Tauromaquia, que escribieron el periodista y poeta Leopoldo López de Sáa y el escritor taurino Luis Bandullo, bajo la dirección técnica del Rafael Guerra y compilado por el también escritor taurino Leopoldo Vázquez y Rodríguez. En esta obra aporta sus visiones sobre técnicas y prácticas, como por ejemplo sobre la verónica, que contra el concepto viejo de que se debe ejecutar de frente, él la pone de costado y sin mover los brazos a la vez, sino que se debe vaciar trayendo la mano izquierda al costado derecho, alargando el brazo derecho y viceversa, lo que le dará profundidad y compás frente a la rigidez de las formas antiguas. También explica su concepto del pase natural, en el que se debe adelantar la pierna correspondiente al lado por el que se ejecuta, así como la ligazón o unión de un pase con otro sin solución de continuidad, rematando a base de girar y estirar el brazo hacia atrás, imprimiendo a los pies el movimiento justo para quedar de nuevo en posición de dar el siguiente pase. En definitiva, deja plasmada lo que se puede considerar como la génesis del toreo moderno.
Especial importancia adquirió para Rafael Guerra el Club Guerrita, que se fundó el 18 de julio de 1896, inicialmente en la taberna de San Miguel, aunque el día de su santo de ese mismo año, se trasladó a un local por encima del, entonces, café La Perla, en la calle Gondomar, donde tampoco duró mucho, ya que el 20 de mayo del año siguiente, se trasladó a La Cervecería (de la que desconozco su ubicación), hasta que el 19 de mayo de 1902, retirado ya del toreo activo el titular del Club, este pasó de forma definitiva a un local a ras de acerado en el número 19 de la calle Gondomar.
Rafael Guerra en su Club Guerrita, donde casi a diario mantenía tertulia con socios y otros toreros cordobeses. En la primera foto se puede ver a “Manolete” (padre) y Antonio de Dios Moreno “Conejito”. En la segunda, también está “Manolete” (padre) y “Guerrita” se asoma al ventanal.
Y allí estuvo, y allí acudía casi a diario Rafael Guerra a reunirse con sus amigos y compañeros de profesión, hasta que el 28 de febrero de 1941, justo a la semana de fallecer “Guerrita”, se reunieron los socios y, según lo que tenían acordado de antemano, procedieron la disolución del Club y al cierre definitivo del local.
Tarjeta de invitación del Club Guerrita, a la comida de homenaje a su Presidente Rafael Guerra y a los intervinientes en Becerrada (en el tarjetón dice “corrida de Toretes”) Homenaje a la Mujer Cordobesa de 1902. El precio fue de 11 pesetas (0,07 €) y se celebró en el restaurante de Miguel Gómez en la calle Morillos, hoy día calle morería, esquina a Marqués del Boil.
(Propiedad del autor)
Estando aun en activo, en mayo de 1898, el Segundo Califa de la torería, instauró la costumbre de costear el desarrollo de una becerrada en la plaza de los Tejares, a la que estaban convidadas como invitadas de honor, todas las mujeres cordobesas. Se denominó, desde ese primer año, como “Becerrada de homenaje a la mujer cordobesa” y, de forma ininterrumpida, el propio torero presidio el espectáculo en un palco de la plaza, hasta el año 1940.
Pero Rafael Guerra Bejarano no sólo se dedicó a su familia y su Club, sino que cultivó otras muchas actividades desde que inició su retiro taurino.
Una de ellas fue la caza, que solía practicarla en la zona de Hornachuelos, cuyos cotos también frecuentaba el Rey Don Alfonso XIII, con el que tenía una fluida relación, hasta tal punto cordial y cercana, que Rafael tenía el privilegio de ser “caballero cubierto ante Rey” y éste, como prueba de su confianza con el torero, lo nombró Consejero del Banco de España, cargo que “Guerrita” ostentó de forma vitalicia aun después del advenimiento de la II Republica, salvo el periodo de la Guerra Civil que quedó latente, volviendo a adquirir tal condición a partir de abril de 1939 y hasta su fallecimiento.
Otras actividades que nunca dejó de practicar fueron las labores de campo relacionadas con la Fiesta Nacional. Era normal encontrarlo en la Finca “El Capricho” en Alcolea, propiedad de su hermano Antonio, que había sido el puntillero de su cuadrilla durante todos sus años de actividad. En esa finca inició la andadura ganadera Don Antonio Guerra Bejarano, labor que hoy día continúan sus herederos los hermanos Centeno-Guerra bajo el nombre de Ganadería Toros del Capricho. Allí estuvo presente en tientas, herrados, capeas y otras labores de campo el Segundo Califa de la torería.
(Fotografía hecha el 26 de mayo de 1909)
Tampoco dejo nunca de ir a veranear a San Sebastián, donde solía coincidir y compartir con los toreros que acudían a la semana grande de agosto. Y, por supuesto, siempre mantuvo especial relación con su ahijado Rafael “El Gallo” y una indisimulada predilección por su hermano José Gómez Ortega “Joselito” o “Gallito”, del que fue admirador hasta el 16 de mayo de 1920 en que el toro “Bailador” sesgó su vida en Talavera de la Reina.
En el mismo año en que estableció la becerrada para la mujer cordobesa, o sea en 1898, “Guerrita” compró la casa de la calle Góngora nº 34 –anteriormente, desde que se casó, había vivido en la Plaza de Capuchinos nº 1–, una hermosa mansión que tenía fachada, además de a la citada calle Góngora, a la calle Eduardo Lucena y a la de Conde de Robledo. Allí disfrutaron de su infancia y juventud todos sus hijos: Dolores; Juana, Rafael
(único hijo varón); Emilia; y una hija natural reconocida por el torero que se llamó Rafaela Guerra Ordoñez. Y allí nacieron sus hijas menores: Pilar; María Luisa; Carmen; Rosario y Josefa.
SU FALLECIMIENTO Y ENTIERRO
En esa casa, el día 21 de febrero de 1941, a las 19,40 horas, falleció Rafael Guerra y Bejarano, faltándole 13 días para cumplir los 79 años de edad. Estaba acompañado de su esposa, sus hijos, hijos políticos y nietos, y del párroco de San Nicolás de la Villa, Don Paulino Seco de Herrera que era su confesor y director espiritual.
Según el doctor Don Antonio Manzanares Bonilla, su médico de cabecera, que fue quien le siguió en todo el proceso de su enfermedad y quien certificó su fallecimiento, la causa de la muerte fue un epitelioma de cuello, recidiva de una cornada que sufrió muchos años antes, concretamente el día 1 de enero de 1888 en La Habana, en la que entró el pitón por el lado derecho del cuello y afectó a toda la parte externa del maxilar inferior. Opinión que fue compartida por otros especialistas, que consideraron que era probable que el tumor cancerígeno fuera producto de una cornada. Bien es cierto que en el mismo sitio y con posterioridad a la cornada de La Habana, recibió otra en Murcia el 7 de septiembre de 1893, causada por el toro “Bragadito” de la ganadería de Don Agustín Solís, que tan solo fue un puntazo corrido de 4 centímetros de longitud y 3 de profundidad, pero justo en el ángulo derecho del maxilar inferior, que es donde se le produjo el tumor que lo llevó a la tumba.
Al conocerse la noticia del fallecimiento, se personaron en su domicilio el entonces alcalde de Córdoba Don Antonio Torres Trigueros, el gran matador de toros cordobés, ya retirado, Rafael González Madrid “Machaquito” y en representación del Club Guerrita, su presidente Antonio Alarcón Zeedor y el tesorero Amador Naz Román. La capilla ardiente se colocó en su propia casa, desde donde salió el cortejo fúnebre hasta San Nicolás de la Villa y de allí al Cementerio de la Salud para que quedara sepultado el cadáver en la capilla-panteón que lleva su nombre.
Allí reposa hasta la eternidad el más grande torero de España de la última década del siglo XIX y uno de los más poderosos lidiadores de la historia de la tauromaquia: el cordobés Rafael Guerra y Bejarano “Guerrita”.
BIBLIOGRAFÍA:
“Guerrita” de Antonio Peña Goñi.
Imprenta de la Viuda de J.Ducazcal – MADRID 1894
“El Toreo en Córdoba: Historia del toreo” de José Luis de Córdoba.
Editorial Nebrija – León 1980
“Dos siglos de tauromaquia cordobesa (Siglos XVIII-XIX) de Rafael Sánchez
González y varios más.
Imprenta San Pablo – Córdoba 1990
“Guerra Bejarano, Rafael” de José Luis Ramón Carrión Real Academia de la Historia – Pag. Web https://deb.rah.es>biografias
Nota aclaratoria.-
En la primera parte de este trabajo –apartado 1º “SUS ORIGENES” al final del párrafo 2º -, dice: “… firmando el contrato para torear en la vieja plaza de la Puerta de Alcalá, también llamada de los Campos Elíseos…” y es erróneo, ya que la plaza de la Puerta de Alcalá no era la de los Campos Elíseos (ver croquis adjunto), aunque estaban muy próximas y convivieron once años (de 1864 a 1874). Se subsana este error gracias a la aclaración y aportación del buen aficionado alcarreño Manuel López Rodrigo.
José Luis Cuevas
Montaje y Editor
Escalera del Éxito 254.-
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