martes, 28 de noviembre de 2023

 

Las fatigas de un maletilla (III)



Las primeras capeas

Para la mudanza a Valencia, nos llevaron los muebles unos que los llamaban “los Crispines”, en un camión en el que transportaban fruta, que era a lo que se dedicaban.

En el camión nos fuimos mi madre y yo. Mi padre y mis hermanas se fueron en un tren que cogieron en Valdepeñas. Total, que fuimos a vivir a Játiva.

Allí, nada más llegar, conocí a una familia de  paisanos, de Infantes. Los llamaban “los relojeros”.

Eran muy pobres, mercheros, pero muy honrados. Buenas personas. Vivían en un pueblo cerca de Játiva que se llamaba Llosa de Ranes. Uno de los hermanos estaba en una obra de Játiva, y me fui a trabajar con él.

En la vida he trabajado más duro.

Me pusieron a llenar pilares y vigas de hormigón a base de calderos a mano. La de calderos que tuve que echar…

Llegaba a mi casa a comer reventado. Me tumbaba en la cama y caía rendido. Me tenía que llamar mi madre para volver al tajo por la tarde. Me decía a mí mismo “Este trabajo es más duro que el de mi pueblo”. Y a lo peor era verdad, pero aquí ganaba más.

En Játiva estuvimos un año.

Allí de torear nada. No había ambiente taurino. Pero en la feria estuve viendo como disfrute una corrida de toros buenísima. El cartel era Antoñete, El Cordobés y Ricardo de Fabra.

De Játiva fuimos a Valencia capital. Y ahí empezó mi carrera taurina.

Mi hermano y yo nos pusimos a trabajar en una fábrica de madera. Se llamaba Gasisa. Estaba al lado de donde salían los trenes para Torrente. Nos metió en la fábrica un paisano de Infantes.

Ya en Valencia empecé a interesarme por buscar el ambiente taurino, y di con el Club Taurino.

Allí iba los fines de semana y empecé a conocer a novilleros, matadores, banderilleros y picadores. Por decir algunos, conocí a Ricardo de Fabra, José María Memvibres, los novilleros con caballos Santiago López, Julián García “Chavalo”, Antonio Arroyo “Larita”, Amadeo Hornos, y sin picadores conocí al “Melenas”, Curro Valencia, “El Gateras”, Vicente Luis Murcia, y a otros como yo que andaban por las capeas; por ejemplo “El Tumbao”, Valentín Pedrajas, Curro “El Gitano”, Manolo Sevilla, de Écija, de quien nos hicimos muy buenos amigos. Y digo “nos” porque el destino hizo que en Valencia me volviera a encontrar con mi paisano Curro Torrijos.

Al ir mucho por el Club Taurino, por unos o por otros, me fui enterando de los pueblos en los que echaban vacas de capeas. Pero vacas toreadas.

Al principio iba con Manolo Sevilla, con mi muleta liada, pero no salía porque eran vacas muy grandes y yo no había toreado casi nunca. Sin embargo, a base de ir a tantos pueblos aquellos fines de semana, un día dije que al próximo saldría.

Por aquellas capeas de Valencia y Castellón iban siempre Valentín Pedrajas, El Melenas, El Trueno de Almería, Curro Valencia y Curro Torrijos. Y como había dicho, al siguiente pueblo me propuse salir.

Fue en Cheste, y salí a una vaca muy grande y muy toreada.

Le di dos muletazos y al tercero me cogió. Me tiró para arriba cinco o seis veces y me pegó una paliza grande de verdad. Me dejó todo el cuerpo lleno de heridas y la ropa rota por completo. Estuve una semana hecho una piltrafa.

Cuando me vieron mis padres la bronca llegó, pero como no dejaba de trabajar ya se iban callando algo más.

Un día, pasando el tiempo, estaba yo en el Club Taurino y un banderillero valenciano, que se llamaba Alejo Oltras, me preguntó: “Tú, chaval, ¿quieres ser torero?” Y yo le respondí “Claro que sí.”

Al parecer me había visto por los pueblos.

Me dijo que con esas vacas no se podía torear como yo quería hacerlo. Y me sugirió que no fuera a esas capeas porque iba a aprender a defenderme, no a torear.

Sin embargo, como apenas se daban novilladas sin picadores por Valencia en aquellos tiempos, no había otra opción que estos sitios si querías ver un pitón de cerca. “Vete por Albacete y por Cuenca –me dijo-, que echan novillos y toros sin torear. Con esos animales aprenderás a torear, porque van a la muleta, no al cuerpo,  como hacen las vacas de estas capeas. Así, cuando te salga una novillada y un buen novillo para torearlo bien, tendrás oficio y sabrás cuajarlo.”

Cuando le pregunté por esos pueblos manchegos me aconsejó que le preguntara a “El Tumbao”, a “El Melenas” y a Curro “El Gitano”.

Al poco tiempo coincidí con ellos en el Club Taurino. Ya nos conocíamos de vernos en las capeas.

Les invité a tomar algo para sacarles los nombres de los pueblos, y El Melenas me los dijo todos. Pero me los dijo porque él no iba por ellos, que si no….

Él se entendía muy bien con las vacas toreás; las toreaba y las brincaba, y se llevaba muy buenos guantes con ellas.

Los guantes, por cierto, se llama a cuando se termina de torear en la plaza del pueblo y pasas con el capote extendido para que la gente te eche dinero.

Aquella información era muy valiosa para quien quería hacerse torero en aquellos tiempos, en los que no había los medios de comunicación de hoy día ni nada parecido a las Redes Sociales.

Y no solo me dijo los nombres de todos los pueblos de Albacete y Cuenca, sino también las fechas en las que se soltaban toros.

El primer pueblo del que me habló fue Bogarra, en agosto, pero las fechas en las que soltaban toros caían entre semana, y yo tenía que trabajar. Empecé a darle vueltas a cómo podía hacerlo. Pensé “Igual por esas capeas me sale un apoderado como a El Cordobés.”

Ya no tenía dudas; me iba a Bogarra, y después seguiría por las capeas.

Ahora, el problema gordo, pero gordo, era decírselo a mis padres. Y la ocasión surgió así: estábamos cenando un día y lo solté.

Se lio una muy grande. Mi madre llorando, mi padre echándome en cara que nos habíamos ido del pueblo para darnos un mejor porvenir a los hermanos, y que ahora el golfo (yo), para no trabajar, se iba de maletilla.

Pasado el revuelo inicial mi padre sentenció que si salía por la puerta para irme de maletilla, me olvidara de que tenía padres y que por allí no volviera en la vida. Y yo callado, pero con la intención clara de irme.

Tenía una afición fuera de lo normal. Me daba igual la familia. Solo pensaba en torear.

Y llegó el día.

Antes salí a comprar un pañuelo de esos que había visto en el cine que llevaban los maletillas al hombro con sus cosas.

Llegué a mi casa sin que estuviera mi padre, que ya se había ido a trabajar y no se había despedido de mí. Metí las cosas en el pañuelo y me lo eché al hombro. Solo estaba allí mi madre.

Qué mal lo pasó la pobre. No paraba de llorar. Decía que no me fuera, que me iba a matar un toro…

Le dije “No llore usted, madre, que voy a volver con un Mercedes.”

Me acompañó hasta la puerta la pobre, pidiéndome que la escribiera para que supiera por dónde estaba. Mi pensamiento era que iba a triunfar como Palomo Linares. Estaba mentalizado al 100 por 100 que iba a volver con un cochazo, como un gran torero. No tenía la menor duda.

Y así me fui a la estación del tren.

La plaza estaba –y sigue estando- al lado de la estación de ferrocarril. Cogí un tren para Albacete, y llegué ya anocheciendo.

Al día siguiente era la capea.

Me tomé un bocadillo en un bar que estaba al lado de la plaza de toros. Lo llamaban El Parra. Estaban todas las paredes llenas de fotos de toreros de Albacete: Pedrés, Montero, Chicuelo II, y de novillero Dámaso González, Antonio Rojas, Sebastián Cortés, Juan Luis Rodríguez…

Pedí al camarero si podía dejar allí el maco para dar una vuelta por la zona, y me dijo que sí muy amablemente.

Al volver a por el maco le dije que al día siguiente iría a Bogarra. Me respondió que lo suponía, porque sabía que al día siguiente empezaban los toros allí.

Como le vi puesto, aproveché y le pregunté si sabía algún sitio en el que pudiera dormir, y me dijo que en el parque de la Fiesta del Árbol, que no lo cerraban en toda la noche.

Era donde entrenaban los toreros. Y allí me fui a pasar mi primera noche, con mi capote y mi muleta.

Al día siguiente me levanté loco por llegar a la capea de Bogarra.

Hice el maco y me fui a tomar café con leche al bar donde me tomé el bocadillo por la noche. El camarero me preguntó que cómo había dormido y le dije, de cachondeo, que el colchón un poco duro. Frío no pasé porque era agosto.

Me tomé el café. Le pregunté por la estación de los autobuses, me despedí del camarero del bar El Parra (se llamaba José y no me cobró el café), me dijo “Suerte, chaval”, y me fui.

Aparte de por las fotos que había en el bar, por cómo hablaba, debía de ser aficionado.

Total, llegué a la estación donde salían los autobuses para Bogarra.

Había uno a las 10 de la mañana. Yo llevaba el maco al hombro. Cuando subí al autobús, al ir a pagar, el chófer me dijo que los maletillas no pagaban porque esa línea de autobuses la había puesto Pedrés, quien en su día había ido de maletilla a Bogarra. Allí lo cogió un toro, lo dejó desnudo, y una familia lo ayudó.

Esta familia le dio ropa y de comer, y Pedrés les prometió que si algún día llegaba a figura del toreo, haría algo por ellos.

Y Pedrés fue figura del toreo y les puso una línea de autobuses en el trayecto de Albacete a Bogarra, pero les pidió que no cobraran a los maletillas. Por eso a mí, como me vio con el maco, no me cobró nada.

Llegué a medio día al pueblo. Lo primero que hice fue ir a ver la plaza de toros. Era de carros, en la plaza mayor. El piso era de adoquines.

Y llegó la hora.

Echaban dos toros, una vaca vieja y una becerra. Había cuatro o cinco cinco maletillas, todos de Albacete. Estaban también El Vitín, El Tarta, El Peseta y Perea.

Yo nunca me había puesto delante de toros sin torear, siempre había estado por Valencia con vacas toreadas.

Salieron los dos toros y la vaca vieja, y salí a los toros y a la vaca.

No me lo podía creer, viendo cómo les pegaba pases con los pies quietos, y además ¡el toro iba a la muleta!

¡Cómo me aplaudía la gente! En esos momentos me sentía como nunca. Era el hombre más feliz del planeta.

Pasamos el guante y ¡tocamos a 4.000 pesetas cada uno! Eso, en el año 1968, era un dinero.

Yo me sentía feliz y torero. Había pegado pases muy buenos a los toros y a la vaca.

Los toros eran de Manuel Flores y salieron extraordiarios.

Para colmo de felicidad, después de cenar algo, fuimos El Tarta, El Perea y yo al baile. Y me pasó una cosa muy bonita.

Había una muchacha morena, tendría como yo, 17 o 18 años, y le pregunté que si quería bailar.

Era bastante tímida, igual que yo. Me preguntó que si bailábamos agarrados, y yo le puse mi cara junto a la suya. Me di cuenta de que le gustó. Qué bonito.

Parece mentira lo que voy a decir, pero nos enamoramos.

Los dos éramos unos críos por entonces. En esos años los jóvenes éramos más tímidos que ahora.

Estando bailando la besé. Eso sí, en la cara. Y se echó a reír.

Total, llevábamos dos o tres horas juntos, cuando sin saber lo que hacía, me estaba enamorando. Y le pregunté que si quería ser mi novia.

Me quedé de piedra cuando me dijo que sí.

Madre mía ¡qué papeleta!

Cuando me habló de presentarme a sus padres yo no sabía dónde meterme. Hasta que le dije a Loli, no se me olvidará nunca el nombre, “No puede ser Loli. Si me presentas a tus padres me tendré que quedar aquí, en Bogarra, a vivir. Y yo quiero ser torero.”

La pobre se puso a llorar.

Le dije “Loli, me dejas tu dirección y yo te juro que te escribiré.”

Me apuntó su dirección, nos abrazamos un buen rato, la besé y ella a mí, y nos despedimos. Los dos enamorados.

Yo me fui para Albacete con Antonio Perea, que me llevó a su casa a dormir.

Fui un guarro. Nunca la escribí. Pero claro, es que mi vida era ir de capea en capea, y yo solo pensaba en torear.

Aun así, la tuve mucho tiempo en la mente. Me acordaba mucho de ella. Pero pensé en olvidarla para no hacerle daño, y para no atormentarme yo más. Se acabó Bogarra.

La siguiente capea fue Paterna del Madera. Allí tuve una de cal y otra de arena.

Llegué a Paterna el mismo día de los toros, a media mañana, haciendo autoestop desde Albacete.

Por entonces a los maletillas nos subían fácilmente. Todos nos decían lo mismo, ¡por lo menos a mí!: “¡A ver si llegas a ser como El Cordobés!”

Llegó la hora de los toros. Echaban un toro con seis años, tuerto, un eral (novillo con dos años), y una vaca. Recuerdo que estaban dos novilleros de Albacete, Antonio Rojas y Juan Luis Rodríguez.

Total, soltaron primero el novillo y lo toreamos los tres, pero yo le pegué una tanda de derechazos y un pase de pecho que fueron de los mejores que yo he pegado en una capea, y eso que he estado por toda España de capeas, y hasta en Portugal, como contaré más tarde.

Aquel novillo de Paterna me enseñó a torear. Con qué clase embistió…

La gente me aplaudió mucho con los derechazos que pegué.

Seguidamente soltaron el toro con seis años y tuerto. Los toros eran de un ganadero que le llamaban el Quinquillero de Albacete. Llevaba los toros a los pueblos andando por mitad del monte.

Total, soltaron el toro y se plantó en los medios. Se puso a escarbar, y no salía nadie a por él. Estaba toda la gente subida en los carros con caras de terror. El toro escarbando se comía la tierra.

La gente empezó a preguntar que dónde estaban los maletillas, que habían salido al toro pequeño (se referían al eral) pero que a este no se atrevían.

Yo estaba asustado. Nunca había visto un toro tan grande, y encima tuerto.

La gente comenzó a insultarnos. Y cuando miré hacia donde estaban los otros maletillas, resulta que se habían largado. Estaba yo solo, igual que el toro en los medios.

Empezó la gente a amenazarme con garrotas y palos. Si no salía… Menuda papeleta. Yo allí solo, y la gente en aquellos años era muy bruta.

Así que me mentalicé, empecé a convencerme y me dije “Si quiero ser matador de toros y no salgo a este toro es que no sirvo”. Y monté la muleta.

Los que antes me querían pegar empezaron a aplaudirme.

Me fui para el toro, que seguía en los medios. Cuando me vio no había ni una persona en el ruedo.

Se vino para mí como una bala. Le di un muletazo por alto por el pitón derecho, me tiró un derrote que casi me dio en la cara, y al segundo, por el pitón izquierdo, por el que estaba tuerto, me cogió. Y ya no me acuerdo de más.

Pasó un rato y recuerdo que me preguntó un médico que cómo me llamaba, y le dije que no me acordaba. Un médico le dijo a otro, “Este ha perdido el conocimiento.”

De lo que sí me acuerdo es de que en la enfermería me sacaban chinas (piedras) de la nuca. Tenía una herida tremenda en la nuca y en los hombros. Me curaron y salí mareao, pero ya me acordaba más de las cosas.

Ahora venía otro problema; ¿dónde iba a dormir?

Me salí a las afueras. Estaba anocheciendo, y me fui del pueblo porque había mucha gente y mucho ruido, y yo me encontraba bastante mal.

Total, en un huerto comí algo de fruta, y a la salida del pueblo había una obra a medio hacer. Estaba a un kilómetro más o menos. No me lo pensé. Me dije “Aquí voy a dormir”.

Y pasé una noche criminal, durmiendo en el suelo. Apenas pegué ojo. Me dolía mucho la cabeza.

El problema vino cuando me levanté. Casi me caigo. Tuve que sentarme para ver si se me pasaba.

En ese momento pensé en lo duro que era querer ser torero. Más de lo que me había imaginado.

Me encontraba mareao. Pensé en volverme para mi casa. Estaba echando sangre por la nuca, sin dinero, y ya no había toros. Pero yo tenía una afición fuera de lo normal. Dije, “De volver nada”.

Me preparé el maco con el pañuelo, que estaba lleno de sangre, y salí de la obra.

Iba muy mal, con la cabeza dándome vueltas y sin fuerzas.

Me fui a otro pueblo que se llamaba Fábricas de Riópar. Me montó un coche. Aquel hombre me dijo que me había visto cómo me había cogido el toro, y me dio una servilleta. Me dijo “Límpiate la nuca, que vas echando sangre.”

Me preguntó que a dónde iba y le contesté que a Fábrica de Riópar, “Que hoy hay toros.” Y él, sorprendido, me preguntó “¿Pero cómo vas a salir a torear estando como estás?” Le dije que si no toreaba no podía pasar el guante.

Y el hombre se apiadó y me dio 500 pesetas.

Me advirtió “Te las doy para que hoy no salgas a torear, y cuando llegues al pueblo vayas a que te vea un médico.”

Le di las gracias de corazón, porque yo no llevaba ni un duro.

Llegué al pueblo, me fui al médico, me miró la nuca, me curó, y me puso un vendaje.

Me dijo que ni se me ocurriera salir a torear. Le contesté que tenía que estar muerto para no salir.

“Allá tú muchacho”, fue su contestación. El hombre no lo entendía.

Echaban tres novillos y tres vacas, y había cuatro o cinco maletillas, entre ellos El Tarta, El Peseta y El Perea.

Total, estuve dos días en la capea y salí a todos los toros y a las vacas.

Los dos días pasé el guante. Me llevé 6.000 pesetas, que me vinieron de lujo.

Ya no estaba tan mal. Mucho menos mareao, y con 6.000 pesetas en el bolsillo. Encima toreé bastante.

Quiero aclarar que las 6.000 pesetas fueron de lo que repartimos del guante que pasé con los otros maletillas en los dos días.

Fui a todos los pueblos que hacían capeas: Liétor, Molinicos, Aina, Elche de la Sierra, Villaverde de Guadalimar, y muchos más.

En todos los pueblos toreé mucho.

En Elche de la Sierra me cogió un toro. En Villaverde otro. Pero solo me rompieron la ropa.

Yo, cuando dicen que el futbolista va a la moda con los vaqueros rotos, para mí me digo que yo iba a la moda hace ya muchos años.

La última capea que hice fue la de Villaverde de Guadalimar, y después no sabía para dónde tirar.

CONTINUARÁ

Jose Luis Cuevas

Montaje y Editor

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