domingo, 31 de marzo de 2019

El Fino, torero para pintores



Castellón, tarde final de feria. El cielo encapotado de nubes grises y algodonosas repletas de lluvia que se fueron vaciando poco a poco sobre el rubio albero, cual lágrimas de La Magdalena entristecida por el final de las fiestas con que la capital mediterránea la agasaja cada año cuando comienza a florecer la primavera. Y en el ruedo, un torero que más que torear levitaba desgranando gracia y torería. El Fino de Córdoba –me niego a llamarle Finito porque es mucho más- explicando su lección magistral con unas muñecas privilegiadas de las que brota un toreo alado que es la euritmia de la belleza en su máxima expresión artística. ¡Ay, quien supiera pintar! Porque en vez de estas torpes palabras ahora estarían ustedes contemplando diez o doce lances de capa de singular belleza, abrochadas con tres o cuatro medias verónicas engarzadas en oro y brillantes y quince o veinte naturales de terciopelo carmesí, interpretación exclusiva de ese monumental torero que es Juan Serrano, nacido por una travesura del destino en Sabadell pero que es oro de ley de la joyería cordobesa. Y es cierto que una imagen vale más que mil palabras... ¡Ay, si yo supera pintar!
La espada no funcionó, pero ahí quedó eso. ¡Qué más da! ¿Vamos a cambiar el aplauso sincero y espontáneo de una plaza en pie, rendida a la torería de un artista soberano, por unas vueltas al ruedo con los despojos auriculares sanguinolentos en las manos? No y mil ves no. Lo que a mí me ha quedado en el recuerdo no lo cambio ni por un millón de orejas ganadas por el acierto con la espada... Ni aunque fuera obra del maestro Luna. Ni aunque El Fino se hubiera tirado a matar con la espada del Cid... Del Campeador, digo.
Al lado tienen ustedes la crónica de la tarde castellonense. Cayetano, dos espadazos y dos orejas. Varea me huele más a Fino que muchos otros que van de artistas, y la espada hizo saltar una oreja a sus manos. Hay que esperarlo, puede valer la pena. Pero me perdonarán si me voy a la cama a cuidar el resfriado y, en vez de borreguitos como me enseñaron en mi infancia, cuento verónicas de alhelí y naturales de terciopelo. Y es que hoy he vuelto a ver al Fino. Sí, al de Córdoba, pero... ¿Es que hay otro?

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