jueves, 15 de octubre de 2015

Carmen Acosta Alvares "Carmeluchi"

La tarde del 24 de septiembre Carmen Acosta Álvarez, conocida como Carmeluchi por los vecinos de Santa Marina, había piropeado y gritado fervorosos vivas a las imágenes de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad cuando en procesión pasearon por las toreras calles del barrio.



Después, con su hija Angustias, acompañó el traslado de sus queridos titulares a la iglesia de Santa Ana y a la Catedral, donde tendrían lugar los actos de celebración del CCL aniversario de la fundación de la Hermandad, a la que pertenecía como hermana como del mismo modo lo era de las del Señor Resucitado y Nuestra Señora del Carmen.

No pudo resistir su cansado y herido corazón tantas emociones. Horas después, en la madrugada del viernes, entregaba su alma al Padre para agradecerle sus 84 intensos años de vida y llenar el cielo con su alegría, bondad y gracia.

Conocí a Carmeluchi en noviembre de 2014, con motivo de la visita a la Tertulia “Tercio de Quites” de Córdoba del periodista Federico Arnás y María José, su esposa, con quienes visité la taberna La Sacristía, en Santa Marina, junto a Rafael Alonso y José Luis Cuevas, para gozar de un lugar donde se respira la historia del toreo y se rememoran faenas con sorbos del buen vino que sirve Paco Pérez. Allí nos esperaba una inmensa sorpresa: la presentación de Carmen Acosta, que para demostrar al señor de la televisión su admiración le había llevado el último capote de brega que usó Manolete, otro sin estrenar, los fundones, con las espadas y ayudas, del Monstruo y Manolete padre, conocido por Sagañón, reliquias que veneramos con admiración y profundo respeto.

“Carmeluchi”, que nos había acercado el recuerdo de Manolete como nunca pudimos imaginar, contó que su madre sirvió en la casa de Sagañón y vio nacer a Manuel,  como éste la vio nacer a ella y trabajar en su hogar durante los dieciséis años que la conoció. Recordaba como su madre le contaba que siendo Manuel un chiquillo escondía trapos y palos, con los que se hacía muletas para torear escondido en el “cuarto de los secretos”, habitación donde la madre del torero guardaba bajo llave todo lo relacionado con la profesión de sus maridos. Un día que el nene toreaba creyendo que nadie lo veía, la madre de “Carmeluchi” miró por el hueco de la cerradura para ver qué hacía y quedó sorprendida por los pases que dibujaba aquella muletilla tan “planchá”. Algo debió presentir cuando fue en busca de doña Angustias y le dijo: “Señora, su hijo va a ser un torero muy grande”.

Descanse en paz Carmeluchi, que con su sencillez, gracia y torería nos hizo gozar de uno de los momentos más entrañables que como aficionado hemos tenido la suerte de vivir.



       Antonio Luis Aguilera



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