martes, 7 de julio de 2020

La Córdoba de mi tiempo (I) 



En este periodo de confinamiento he tenido tiempo pa' to': para pensar, para leer, para escribir e incluso para hacer limpieza en mis viejos estantes donde reposan varias docenas de libros, la mayoría de temática taurina y como no, algún que otro más, relacionado con “usos y costumbres” de nuestra tierra. Pero mi sorpresa de hoy ha sido darme de bruces con uno de esos ejemplares, que a veces, nos regalan, luego leemos, después guardamos y…si te vi no me acuerdo. Tiene que ocurrir éstas cosas que nos está pasando, para que dediquemos un tiempecito en organizarnos y en repasar todo aquel tesoro literario que con tanto amor y celo hemos ido acumulando en nuestros anaqueles a lo largo de nuestras vidas. Este libro al que antes me refería, fue escrito por un brillante personaje muy querido por la sociedad cordobesa, pontanés de nacimiento y que vivió con nosotros en nuestra Córdoba desde la corta edad de sus 11 años hasta el día 9 de noviembre de 1989, fecha de su fallecimiento. Su nombre completo: Luís Melgar Reina, extraordinario conferenciante, publicista y comentarista de temas diversos, habiendo obtenido varios galardones por entidades españolas y extranjeras, destacando el Premio Nacional “Ricardo Molina" instituido por el Ayuntamiento de Córdoba y ser además, el fundador, entre otras, de la Peña Flamenca de Córdoba y la de ¡Ole! y ¡Olé! en los altos de la cervecería “El Coto” que regentaban, por aquellos años, los hermanos Ramón y Pepe Arránz. Este magnífico escritor, en su juventud, tuvo inquietudes artísticas llegando a formar parte del Teatro Español Universitario y del Cuadro Artístico de la Emisora E.A.J. 24 Radio Córdoba. En el año 1956 y durante varias ediciones, fue miembro del jurado del Certamen Nacional de Flamenco de nuestra ciudad. Fundador del “Aula Flamenca" en la Voz de Andalucía y de la página flamenca del diario CORDOBA, llamada “Café Cantante”. Creando junto a su inseparable amigo Ángel Marín Rújula la página semanal flamenca “Arte, Genio y Duende” que durante muchos años, vino publicándose en el diario Córdoba.
Luís Melgar Reina escribió y colaboró en los siguientes libros y publicaciones: “Córdoba”, “La Saeta”, “El Cante Cordobés”, “Saetas, Pregones y Romances Litúrgicos”, al alimón con Ángel Marín Rújula. Y finalmente el libro de bolsillo “Cosas de Córdoba, Anécdotas, Vivencias, Nostalgias, que define la vida provinciana de los cordobeses, rindiendo homenaje a sus “cosas", sus costumbres y tradiciones, especialmente de aquellos hombres populares que vivieron en las décadas comprendidas entre los años cuarenta a los setenta del pasado siglo XX.


Córdoba ha sido siempre rica en hombres populares, hombres sencillos, de aptitudes singulares, de desbordante personalidad en su modestia; hombres que brillaron con luz propia dentro del marco, a veces demasiado estrecho, de la sociedad en que les tocó vivir; hombres que dejaron un anécdotario tan copioso que, se podrían llenar varios libros con sus lances y hechos a cual más peregrinos. Todos los singulares personajes que se citan en el mencionado libro gozaron de una gran y justa notoriedad. 
Infinidad podíamos evocar, como aquel pobrecito llamado “Blas” que imitaba el ruido del tren y tuvo la desgracia de morir atropellado por un automóvil; o “Patasfinas”, gracioso hasta con su propia muerte. 
Tan fue así que un día, bajando por la calle de la Feria se encaminó al Guadalquivir. Cuando llegó a los barandales de la Ribera se subió a ellos con ánimo de poner fin a su vida. La gente, ante tan trágica e insólita situación, se aglomeró en torno a él, que enarbolaba un cuchillo de grandes dimensiones para impedir que nadie le sujetara. Sin dar ninguna explicación que justificara su suicidio y con toda tranquilidad del mundo, se dirigió a los presentes preguntándoles: “¿Queréis argo pa' Sevilla?”… Acto seguido se arrojó al río ahogándose, sin que a nadie de los presentes les diera tiempo a socorrerlo. 










En Córdoba existen tres frases muy populares que aún se usan en la actualidad: frases que no tienen ningún sentido a no ser que se conozcan las raíces u orígenes de las mismas. Hace años en Córdoba, había un magnífico artesano, estuchista, oficio de raigambre local que creemos ya habrá desaparecido y que dio origen a una de dichas frases. 

Este artesano “Zabala" de apellido, tenía una poblada barba y no menos frondosa cabellera que le daba un aire de profeta bíblico; tanta abundancia de cabellos tenía que dio motivo a este dicho popular: “!Tienes más pelos que Zabala!”. Otro que dio lugar a la creación de otra frase común fue “Mediaoreja" a quién también se conocía por “Peñitas" ya que vendía piñas y también hierbas aromáticas que se suelen criar en buena parte de nuestra Sierra cordobesa: romero, tomillo, poleo, orégano, hierba Luisa, etc, y como tenía más concha que un galápago, el pueblo, siempre sabio, creo la frase: “!Tienes más orégano que Mediaoreja!”. Buena prueba del orégano o intención no clara que tenía lo demostraba con este pregón que decía, cuando pasaba por su lado alguna sirvienta guapa, con la compra hecha de la plaza de la Corredera: “!Niñas esoyarse er conejo, que yo me llevo el pellejo!” “!Se com…pran!”. Otro de sus pregones era: ¡Niños, niñas / tirarse al suelo / romperse el babero / pedirle a la madre / que os dé dinero / pa' piñas comprarle / a este piñero. El pregón lo remataba con una frase que se hizo muy popular: “!Ni…ña! ¡A las buenas piñas! ¡Con su rabito y to’!



El tercer personaje que motivó la formación de otra frase popular fue “El Puntas" carpintero de profesión, vecino del Alcázar Viejo y que se pasaba la mayor parte del día “pegándole al cristal" en “Casa Adriano" de la calle La Pierna y cogía unas “curdas" tan gordas que fue la causa de esta frase: “!Eres más borracho que “El Puntas!”. 


Un caso curioso fue el cordobés que murió de pena al no tener, durante unos días, tabernas donde ir a tomarse unos medios. Y es que todas las tabernas cerraron cinco días seguidos, en tiempos de la dictadura de Primo Rivera. Este hombre se llamó José Gálvez Martínez más conocido por “El Grillo" buen aficionado al cante llegando a intervenir en espectáculos de verano en los kioscos de bebidas. Era de oficio encalador, estaba casado con Encarnación, castañera, que tuvo muchos años el puesto en la plaza de Almagra y que los días que había festejos taurinos plantaba el puesto de agua fresca frente a las puertas de la antigua y desaparecida plaza de toros “Los Tejares". El matrimonio vivía en la conocida Casa de las cancelas, en la plaza de la Paja n° 2. 


Y al hablar de “curdelas" de categoría no podemos olvidar a: Julio “El Pescué", betunero que vivía en la calle Horno 24. Paco “El Tigri" su compañero de oficio.”El Cisqui" charolista, que vivía en el barrio del Alcázar Viejo. “El Petotes" y “La Petota" pareja que iba por las tabernas pidiendo las escurriuras. “Petotes" fue vecino mío de barrio. Vivía en Siete Revueltas en la casa de “El Sótano”, y conozco algunos abusos del que fue triste protagonista ésta infeliz, noble e inculta persona. El pobre Petotes solía hacer su vida diaria en la llamada Plaza Grande de la Corredera. Hacía mandados, se cargaba bultos, limpiaba algunos puestos, recogía los desperdicios…y, por razones de su edad, tenía el pobre hombre “el muelle flojo" y constantemente se hacía pis encima. Olía mal, un poquito? a “zorruno”. Pero había gente que no tenía ningún reparo en dañar aún más su imagen e incluso su delicada salud. Por un vaso de vino le hicieron tragarse un ratón vivo previamente remojado en la bebida. Eso eran abusos y falta de corazón de aquellos que ayudaban a ese pobre infeliz hacer “cosas" semejantes.
A otro que le llamaban “Dos duros" y trabajaba de enterrador, en sus efluvios etílicos, aseguraba ser Labrador de Tierra Santa. 

Coronamos estos breves recuerdos sobre los “tajarinas” más populares de Córdoba, plasmando en nuestras páginas el grato recuerdo de una persona harta cariñosa, de nombre: Manuel Ceular y de apodo “El Directo" gran admirador del más grande torero de aquella época . Sabido es que el matador de toros Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, arrasó con su arte y se llevó a su favor multitud de aficionados que le seguíeron como el ídolo que era y, como no podía ser de otra manera, Manuel Ceular “El Directo" fue uno más de los que no se perdían por nada del mundo una corrida del “Monstruo”, aunque no dispusiera de medios económicos. Su amistad con el diestro le soslayaba tan grave inconveniente, ya que el generoso torero le regalaba la entrada.

Si “Manolete" toreaba en plazas alejadas de Córdoba “El Directo" se las valía como podía para desplazarse a la población que fuese. Su admiración hacia el torero rayaba en lo paranoico y ello le invitaba a realizar actos increíbles, así se asegura que una vez que el diestro de Córdoba toreaba en Barcelona se presentó allí dispuesto a presenciar la corrida. “¿Pero tú como has venido hasta aquí?” Le preguntó José Flores Camará en la puerta del hotel donde se vestía “Manolete". “!En los topes de un mercancias don José!” le contestó Manuel Ceular. Y era verdad, apoyándose como pudo y sujetándose con la fuerza suya, aguantando el calor, soportando el viento y sorteando los peligros constantes, “El Directo" recorrió nada más y nada menos que cerca de ¡novecientos kilómetros!
Manolo “El Directo” tenía un defectillo que le gustaba siempre tomarse una copita de más. O sea, que su afición por el “veinticuatro” corría pareja con la que sentía por “Manolete” y los toros. Eso sí, que aunque estuviese “mamao" jamás se metía con nadie. No le importaba el sitio donde realizar su “faena”, lo mismo le daba una calle, una plazuela o en medio de la vía pública. Él se quitaba su chaquetilla y se ponía a torear en mitad de la carretera a los coches que por allí pasaban y en alguna ocasión estuvo a punto de ser atropellado por más de un vehículo a los que sorteaba dándoles pases de muleta. Él iba a lo suyo: más
serio que un ajo y más derechito que una vela, realizaba la parodia de una corrida de toros, desde el paseíllo hasta el arrastre. A veces la chavalería le jaleaba la faena y le tocaba hasta las palmas y él correspondía saludando con una imaginaria montera en mano. Fue nuestro hombre una persona tranquila que no pretendió nunca molestar a nadie con sus “cosas”. Si no gustaba lo que hacía y alguien le recriminaba su actitud lo dejaba y se marchaba, sin decir ni pío, a otro sitio donde se lo permitieran. Tanto era así que un día que se encontraba dando unos pases en la plaza de San Agustín, llegó un gracioso que animado por unos cuantos amiguetes suyos, sacó de la taberna de La Paz, una cubeta con agua y se la arrojó a la cara empapándolo de arriba a bajo. Manuel paró su faena, y con mucha parsimonia, sin cambiarle la cara siquiera, miró su ropa mojada y echándose la chambra, que le había servido de muleta, al hombro izquierdo dijo mientras se alejaba, marcando el paso como si hiciese el paseíllo… “!Señores! Se suspende la corrida por lluvia”.
Yo fui amigo personal de sus dos hijos, Manuel (que trabajaba de escayolista con Zurita en la calle Reyes Católicos durante el día, y por la noche, excelente bailaor. Manolo pertenecía desde muy jovencito al grupo de baile de la Sección Femenina de Educación y Descanso de Córdoba. Su hermano Rafael brillante bailarín de danza española formaba pareja de baile también con la estupenda bailarina cordobesa Angelita de las Heras. Con los años dejó el baile y se dedicó por completo a atender su pequeño negocio de hostelería de la avenida de Los Almogávares. De todo esto, creo yo, que lo más destacable del célebre Manuel Ceular “El Directo" fue, que todo su arte se lo transmitió a sus dos hijos varones que fueron dos “peasos” de artistas. 

Cambiamos de tercio para recordar con añoranza, aquellos otros personajes que se hicieron muy populares en Córdoba, a mediados del pasado siglo XX, y que se buscaron la vida con la venta ambulante. Quién de aquellos que hoy tienen cincuenta o sesenta años no recuerda aquél buen hombre, más que maduro rayando en la vejez, que tocado con el clásico sombrero cordobés pateaba la ciudad desde el barrio más humilde hasta la zona más céntrica, ofreciendo riquísimos pestiños que portaba en una bandeja redonda de cartón pregonando: “!Pero que ricos están! ¿No queréis más?”. Ni al también castizo vendedor de hojaldres, que con las primeras sombras de la noche salía con su hornillo portable de latón voceando su dulce mercancía: “!Hojaldres calien…tes!”. Ni tampoco al “Tío del Mantillo”, que iba con un saco al hombro, gritando en forma de pregón: “!Mantillo pa' las mace…tas!”, era digno de figurar también en la galería de los grandes bebedores ya que, a medida que vendía su mercancía, iba trasegando medios del dieciséis.
Antonia “La de los caracoles”, iba en verano a las cuatro de la tarde, con dos ollas llenas de moluscos gasterópodos, pregonándolos por las calles de Córdoba: “!Caracoles “guisa…os”! Y los chavales le contestaban: “¡Muertos y espachurra…os!”… Ella volvía la cara y les respondía “!Tu puñetera madre si que está espachurrá!”.
Conocidísimo igualmente fue “Pablito el de los Piñones", siempre vestido con su camisa a cuadros blancos y negros, pantalón de pana y cubierto con una boina negra con la que jugaba continuamente sin dejarla quieta ni un solo instante. Un día apareció en la plaza de Las Tendillas, esquina de la calle de La Plata, vendiendo piñones tostados a los que unía para más comodidad para abrirlos un clavito convertido en lanceta. Su popularidad fue enorme; hasta el periódico “Córdoba" le llegó a entrevistar. Cuando Pablito desapareció se rumorearon las cosas más peregrinas, desde que los piñones no eran sino una simple tapadera para encubrir actividades delictivas, hasta que dejó el negocio porque ya había logrado una considerable fortuna vendiendo sus piñoncitos. 





Entre los vendedores ambulantes que existían, había uno muy popular, conocido como “El Tuerto los calcetines". Éste ofrecía su mercancía en una especie de batea cuadrada colgada al cuello, sujeta por medio de una banda o cinta ancha. En ella llevaba: corbatas, gafas, baratijas y como no, lo que le dio el nombre: “calcetines”. Solía establecerse en la zona entre Las Tendillas y la calle Gondomar. 


Un día el maestro Rafael Guerra Bejarano tuvo la necesidad de enviar un galgo verdino como presente y regalo a un amigo que vivía en el pueblo cordobés de Cabra. Pero le preocupaba que al tener el perro hechuras de campeón, tal vez, sería una temeridad enviarlo facturado por ferrocarril ya que había que hacer un transbordo en la estación-apeadero de Campo-Real y se corría el riesgo de que el chucho se perdiera. Pensaba en ello “El Califa”, cuando desde el patriarcal sillón que a diario ocupaba en el Club del que era titular, vio pasar, pregonando su mercancía, “Al Tuerto los calcetines". Rápidamente decidió que lo mejor y más seguro era encomendarle al vendedor ambulante la misión de entregar al perro.
Encantado “El Tuerto los calcetines" cumplió con prontitud y esmero el encargo. Cuando volvió a Córdoba visitó al viejo torero en su casa de la calle Góngora. “Ya está “entregao” el perro, don Rafael. El viaje de ida y “güerta” han “sío” siete “pejetas” y diez céntimos, como osté me dio dos duros aquí tiene lo sobrante”. ¡Muy bien! Muchacho. Dijo el maestro mientras se guardaba el dinero en el bolsillo de su chaleco…quedóse el hombre esperando que el dadivoso torero le diera una buena propinilla por el encargo, no fue así, sino que se dio media vuelta y con ese aire marchoso con el que siempre andaba se fue a su Club, no sin antes despedir al mandadero con una palmadita en la espalda, que muy contrariado se marchó. Desde entonces cuando diariamente pasaba, por donde se encontraba “Guerrita" sentado a la puerta de su Club, lo miraba de reojo y vociferaba con más fuerza de lo habitual. “!!Corba…tas!!...Pañue…los!!... “!!Y por mi madre que ya no llevo más galgos a Cabra!!”. 


Otro popularísimo personaje fue Antonio Carrasco Martín al que toda Córdoba conocía por “Marchena el de la Arena", que la vendía mediante un pregón con jipios flamencos. “!Arena, niña larena! ¿Quién quiere larena? ¡Que la llevo fina y buena! ¿Quién la quiere ? ¡Que la vende Marchena! ¡Niña larena! ¡Ven, cómpramela! ¡No tiene chinos y limpia más! ¡Ni…ña larena! ¡Qué limpia y que buena! ¡Tengo larena! Y de esta forma iba repitiendo su pregón por todas las calles de la ciudad.
Si Córdoba siempre fue tierra de toreros y de pintores, también albergó en su seno a gentes menos brillantes que ocuparon un lugar en la historia de la ciudad aunque como los siguientes, su popularidad fuese adquirida por su “mala cabeza”. A estos les decían “Los Guillaos”… pero tenían nombre y apellidos: Manuel Pérez Garrido, zapatero remendón de la Puerta de Almodóvar y al que se conocía como Manolillo “El Loco". Su locura se manifestaba al entablar diariamente conversación en voz alta con Dios, al que imploraba misericordia y perdón por lo pecados propios y de sus vecinos. Su éxtasis se calmaba cuando se trincaba unos cuantos medios de vino de Montilla. Había otro majara al que le llamaban: “El Señor Barranco”. Ésta persona estaba convencida de tener la Mengemor entera dentro de su cuerpo y ser capaz de transmitir electricidad estática, con el solo contacto de sus manos. Los chavales le seguían “la corriente" y con gran regocijo hacían como si se quedaran pegados en los hierros de una reja, después de sufrir las tremendas descargas eléctrica que mandaban las manos y brazos del Señor Barranco, quien sonreía satisfecho cuando tal cosa ocurría.
Teníamos también a “Cagalejos” que recogía cuantos papeles se encontraba tirados en la calle y los iba guardando debajo de su enorme gorra. Su madre tenía un puestecito de flores en la plaza de Aladreros y el hijo traía, a su pobre madre, a mal traer. Se cuenta que este hombre sufrió un fuerte ataque epiléptico que le produjo una muerte aparente, al extremo de ser depositado en el cementerio; por la madrugada se despertó y viéndose en aquella situación salió corriendo a su casa donde le estaba velando su madre quien al verle entrar por la puerta le dijo: “!Hijo mío! Eres tan malo que ni en el cementerio te quieren!”. 

Artistas callejeros hubo muchos pero vamos a citar solo a dos ellos que fueron los más populares: la señorita Emma Álvarez tonadillera era la vedette de la canción. Actuaba en velaillas como la Fuensanta. No lo hacía tan mal del todo sin embargo el respetable nunca llegó a tomarla en serio, ya que cantara como cantara, lo hiciera bien o mal, el público la premiaba con una lluvia de hortalizas: tomates, pimientos, berenjenas, coles, cardos…que ella gustosamente recogía del suelo del escenario como si fuesen fragantes claveles. Su pasión por el arte fue tan grande que llegó a perder totalmente el sentido del ridículo. Estaba casada con otro personaje singular el Cabo Parrilla.
Artista popular que merece nuestro recuerdo fue “Alicates” cupletero, entrado en años, que visitaba los Patios de vecinos y aquellos otros lugares en que se podía formar bulla y jarana, cantando con voz peculiarísima y sin más acompañamiento musical que el de unas enormes castañuelas cascadas, los cuplés de moda sin que faltara nunca “La hija de don Juan Alba” que había popularizado Concha Piquer y del que “Alicates” hacía una auténtica creación. El mote le venía de tener las piernas tan zambas que apenas podía andar sin muletas.
Curiosísimos eran los apodos con que se conocían a los cocheros de punto cuando, allá por la primera y segunda década del pasado siglo XX, tenían sus paradas oficiales en: el Gran Capitán, delante de la fachada del Gran Teatro; en la Plaza de la Compañía y en la calle Capitulares, que en aquellos tiempos se llamaba Joaquín Costa. Los carruajes que más predominaban eran los llamados Milord y Manolas; la tarifa que regía en el año 1918 era “Tres pesetas hora, por cuatro plazas".

He aquí los nombres con lo que eran conocidos algunos cocheros célebres: “Maltequieres", tan aficionado a los caballos era que llego a vender un rentable puesto de huevos que tenía para comprarse un coche. “Gelera", padre del que fue mozo de espadas Paco Fernández. “Malpiensa", le llamaban así por la postura tan relajada que cogía cuando esperaba en la parada. “Malagana”, porque siempre ponía inconvenientes para cumplir el servicio. “Quemecago" por la postura en que iba sentado en el pescante. “El empalmao”, por ser muy alto de estatura. “Comedurse", porque la mayor parte de lo que ganaba se lo gastaba en la confitería La Perla o en Casa Mirita. “La Browi", por un defecto de sus dedos que parecía que empuñaba una pistola. “La Mecedora", por su evidente cojera, se balanceaba al andar. Célebres también fueron: “El Sacri", “El Cantaor", “El Bolote", “El Comparito", “El Cebollo" y “El Calderas" entre otros. 


“La decencia” es una norma moral que en aquellos años no solían cumplir aquellas jóvenes muchachas que se buscaba la vida entregando su cuerpo a un hombre a cambio de dinero. Una de estas señoritas era “La Pichichi”, sevillana de nacimiento, que tenía su negocio, el más caro y famoso de Córdoba, en la calle Hermanos González Murga, en un edificio ya desaparecido. Se dice que no era guapa, aunque sí muy resultona, simpática y con trapío como decimos los taurinos. “La Casa de la Pichichi" era una institución. De su dueña se cuenta una anécdota que demuestra su popularidad y los conocimientos que llegó a tener entre la clase pudiente. Cierto día se personó en una entidad bancaria a realizar una operación y como pensara que no había sido bien tratada, se dirigió con paso firme y decidido al despacho del director de dicha entidad para exponer sus quejas. Sin permiso de nadie, ni solicitar autorización con una familiaridad del que hace una cosa rutinaria, abrió la pesada puerta y se introdujo con toda normalidad y confianza en aquel lujoso despacho mientras repetía en tono elevado el nombre del director: “!Oye Leopoldo! ¡Leopoldo!...El director que, en esos momentos, celebraba una reunión con conocidos propietarios y labradores no pudo sino balbucir cortadamente: “!Señora, por favor! ¿Quién es usted?... “La Pichichi" que esperaba encontrarlo solo empezó a dudar. La situación se hizo tensa, lo componentes de aquella reunión se miraban unos a otros, temiendo alguno de ellos que le saludase con la misma familiaridad, porque casi todos tenían motivos para ello, hasta que uno de los presentes, célebre matador de toros ya retirado, viejo y con fama de no tener pelos en la lengua, rompió la tirante situación diciendo con toda normalidad: “¿Qué te pasa Concha? ¿Qué quieres? ¡Y usted don Leopoldo no sea más hipócrita y no pregunte quién es, porque a Concha la conoce to'a Córdoba”. 


“La Paquita" no era como podría suponerse una delicada y joven mujer, sino uno de los parguelas más conocidos de la Córdoba de sus tiempos. Presumía de ser un excelente bailarín de salón y como tal actuó, en distintas ocasiones, en los espectáculos que se presentaban en los cabaret locales. En esos cabaret se ganaba la vida haciendo de todo un poco, desde jefe de pista hasta de presentador de artistas. En Córdoba logro tener una gran popularidad que la incrementó cuando regentó la venta de “La Choza del Cojo". Algunos años antes de morir, se retiró a un convento de frailes en la provincia de Jaén, donde acabó sus días.
Se cuenta, sin que podamos confirmarlo ni negarlo la anécdota, que siendo Rafael Sánchez “El Pipo" apoderado de Manuel Benítez “El Cordobés" y con motivo de que el torero de Palma del Río, toreaba una novillada en Andújar, convenció a “La Paquita", para que junto con otro compañero amigo suyo también fraile, actuaran de capitalistas y sacaran, ese día, al torero de la plaza a hombros, pero un conocido comisario de policía, que presenciaba el festejo en el callejón de la plaza se percató de lo que iba a suceder, y, evitó que se realizara lo que pudo ser el hecho más insólito de toda la historia del toreo: un torero a hombros de dos frailes vestidos con hábitos. 

Populares de a pie, en aquellos tiempos, había muchísimos. Muy celebres eran: “El Birorto", que les tiraba el bastón a los chavales cuando le decían su mote. “Manoliyo el Señorito”, un artista del silbido del que era una auténtica figura. “El Tuerto Mures”, uno de los grandes organizadores de “murgas", cuando éstas salían sobre carros. “Borrego" conocido también a nivel de los antiguos carnavales en los que solía tomar parte formando pareja con uno de los hombres con más gracia que haya nacido en Córdoba: “Miguelito del Río”, de locuacidad tajante y exultante sobre todo cuando realizaba una parodia sobre un discurso político que titulaba “La Reforma Agraria" en el que hacía gala de un ingenio y una gracia poco común. “Patatas con caldo", vendedor callejero de periódicos, oficio ya totalmente perdido. Qué le llamaran por su apodo se le hacia insoportable, y, quizás por esa razón se lo decían casi todo el mundo. Claro que cuando oía que le llamaban por su mote, él contestaba con frases mal sonantes. Así cuando iba pregonando: “Llevo el Abice, el Pueblo, el Córdoba… y si alguien le voceaba el mote, él seguía con la misma cantinela “el Abice, el Pueblo…me cago en to's tus muertos… er Madrid, el Marca… me cago en tu puta madre… y otras frases también poco académicas.
Otro muy célebre fue el barbero de la calle Enmedio “Pichirriqui”, y mucho más célebre se hizo cuando se atrevió a salir en una nocturna de “mataó”. Era tanta su afición por los toros que a los clientes los recibía dándole pases con el paño de afeitar, lo que le motivó algún que otro disgusto. En otra época se hicieron famosos también la pareja formada por el albañil “Larios" al que también le conocían por “El Bizco" y Antonio “El Vinagre". Ambos repartían prospectos de mano vestidos de toreros con trajes que les arrendada “Paco Guerrita".



Luego en Córdoba, hubo ciertos personajes muy populares… popularísimos diría yo, como fue el caso de Fernando Heredia. El pueblo llano le conocía por “Carapato", ya que el excelente dibujante Pepe Alcaide se inspiró en su figura física, para la historieta diaria que se publicaba en el periódico CÓRDOBA con el siguiente título: “Como pasa el rato Pepe Carapato". Fernando “El Gitano" cuando yo le conocí era ya viejo, aunque conservando parte de la arrogancia y gallardía que sin duda tuvo en su juventud. Era de los, por desgracia, pocos cordobeses que mantenían el buen gusto de usar y saber lucir la capa española. En las juergas en que intervenía hacía de todo un poco: cantaba, baila y recitaba, y, aunque en ninguna de las tres facetas era un maestro y ni siquiera las llegara a realizar correctamente, como las hacía con tanta gracia y sabia pegar esos pellizcos que solo los de su raza son capaces de dar, gustaba a todos; gitanos, payos y extranjeros. En su vejez, cuando ya no podía mover los pinreles por mor de la artrosis y sus muchos años, sustituía los pasos de baile por unos golpes acompasados con su bastón, del que no podía prescindir para andar. Era amigo de Lola Flores y de Manolo Caracol, que cada vez que venían a Córdoba triunfaban y él no se separaba de ellos ni un instante; les cantaba, les bailaba y hasta les servía de mandadero. Ellos le correspondía dándole sustanciosas propinillas que le ayudaban a vivir aún después de abandonar la ciudad. En sus últimos años se ganaba su cocido a trancas y barrancas en los mesones de la judería, principalmente en “Los Califas" al que acudía las noches que se lo permitían sus muchas dolencias. Llegaba, se sentaba y, con tranquilidad, esperaba a sus posibles clientes. Si observaba que alguna mesa estaba ocupada por quienes podían “meterse en fiesta", los incitaba empezando a canturrear por lo bajini hasta que los interesados miraban; entonces se dirigía a ellos y con una gracia enorme les decía: “Esto no es má que el trailer, la película es muchísimo mejor". 

En sus últimos tiempos de artista vivía el pobre a salto de mata, arropado por sus compañeros que le invitaban a entrar en las fiestas, aquellas en que podían meterle. Estaba ya muy enfermo y, observaron que cuando tomaba parte de alguna juerga en que los señoritos fueran generosos a la hora de pedir empapantes, Fernando se tiraba cuatro o cinco días sin aparecer por “Los Califas". Si se celebraba una fiesta de las grandes en uno de los más espaciosos reservados del mesón en la que, con otros artistas, él tomaba parte, siempre esperaba el momento, para sigilosamente y guardando todas las precauciones posibles se acercaba hacía sí alguno de aquellos platos y como por arte de magia desaparecía la totalidad del mismo bien fuera; jamón, queso, tortilla, llegando a llevarse hasta la carne con tomate o las patatas con mayonesa. Un camarero se percató del asunto y lo vio echarse el contenido de uno de aquellos platos en uno de sus bolsillos de la chaqueta y extrañado le preguntó: “¿Pero, por Dios don Fernando, como es posible que no se manche usted ni siquiera la chaqueta, con el plato de albóndigas en salsa que se acaba de meter en el bolsillo de adentro?”… ¡El ingenio niño! Respondió el gitano. “¿No ves tú, que los forros son de hule?” “!Cuando llego a mi casa “güerco" la chaqueta y no veas…tengo comida pa' tres días!”…. Un genio era Pepe “Carapato".
Otro gitano, pa' matarse de risa con él, era el bailaor Gonzalo de los Reyes de jacarandosa figura y belleza varonil. “Gonzalito” había probado fortuna de bailaor profesional en el mundo del espectáculo flamenco. Lo conocimos ya retirado, medio ciego, con paso vacilante y doloroso como paradoja a su profesión de juventud. Terminó vendiendo lotería por lo mesones de la Judería. Cuando se acercaba a alguna reunión ofreciendo sus billetes y no le prestaban atención, se alejaba murmurando entre dientes: “¡Hay lotería!...!Hay lotería… que va a llegar a Almería de la patá que le voy a pegá a la lotería!”. En su juventud había sido lo que se dice un hombre guapo, arrogante y de facciones finas aunque con un casi imperceptible defecto: tener uno de sus ojos negro y el otro marrón. Él lo tomaba a chacota y parodiando a los faros de un coche a quién se fijaba en sus ojos le cerraba primero el ojo derecho y después el izquierdo y les decía con esa gracia tan suya: “¿Qué prefieres? ¡Luz de población o luz de carretera!”.
Una de las facetas desconocidas de este personaje fue su facilidad para recitar versos. A decir de los que les escucharon declamaba pero que muy bien romances de claro sabor flamenco y andaluz. El gitano Gonzalo tenía una gracia natural tremenda. Contaba que cuando trabajó con la compañía de varietés de los Circuitos Saavedra tenía de compañero, un forzudo que en el espectáculo se anunciaba “El Martillo Cubano" y su número era el levantamiento de pesas. Al finalizar sus ejercicios invitaba a los espectadores a luchar cinco minutos con él encima del escenario y aquél que venciese, la empresa le obsequiaba con un billete de mil pesetas. Naturalmente nadie aceptaba el reto. Pero ocurrió que la mujer del forzudo, que en la misma compañía trabajaba como bailarina de clásico le abandonó y el pobre hombre totalmente desechó dejó la troupe. Como en los carteles de propaganda seguía apareciendo el número del forzudo el empresario habló con nuestro personaje para suplirlo: “!Gonzalo si aceptas te pago cuarenta duros por día! ¡ tú te vistes igual, haces unas pantomimas con pesas falsas, luego retas al público y como ya sabes nadie acepta, luego haces “mutis” y se acabó…! Efectivamente así ocurrió varias noches. Gonzalo era la envidia de los demás artistas. Hasta que fue a Velez-Málaga durante las fiestas locales. 

Allí se encontraban también los componentes de un circo abandonados por el propietario del mismo. Así que casi toda la troupe del circo fue a presenciar la función de varietés en que trabajaba Gonzalito y cuando el presentador anuncio: “La empresa ofrece mil leandras a quien se atreva a luchar cinco minutos con el “!Martillo Cubano!”…Un vigoroso espectador forzudo, pero de los de verdad, componente de aquel circo, se levantó de la silla y entre un francés y un español chapurreado exclamó a voces: “!Je , moi!”….El espanto de Gonzalo de los Reyes fue mayúsculo. En cuanto lo vió levantarse, trato de abandonar el escenario pero el representante de la empresa que se encontraba entre bastidores se lo impidió. “¿A donde vas loco? ¡Aguántalo como sea, que son cinco minutos de ná, hombre!” le dijo. Gonzalo no tuvo más remedio que arquear los brazos y esperarlo…pim, pam, pum.. ¡ayyyy madre mía!…
Luego contaba
… “!Er franchute aquel se subió de un salto al escenario…se vino pa' mí y me “endiñó” dos “galluos" y lo “úrtimo” que oí fue que me dijo: “!Ahoga er definiti” y !zás! me pegó un puñetazo en la nariz que vi un montón de luces de to’s los colores. Y cuando mi “disperté” estaba en la fonda con to' er cuerpo hechito ‘porvo’!”…
Al final de su vida artística hacía una parodia de un picador de toros al que le embargaba el miedo. Se metía entre las piernas una escoba, como si fuese montado a caballo o en un bastón y se bailaba unas bulerías cómicas graciosísimas mientras decía solamente: “¡Caba…llo, con la mosca!”. 

Continuará… 


Antonio Rodríguez Salido.-
Compositor y letrista.-

Escalera del Éxito 176.-







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