domingo, 6 de junio de 2021

 Toreros Gitanos

Dinastías Gaditanas

Sebastián Villegas “Chano”.-



De cepa gitana, gaditana y torera, que dio sus frutos a la Fiesta Nacional. De su tronco fueron novilleros sus hijos, José Villegas “Potoco" y Juan Villegas “El Loco".

Sebastián llega al toreo y en el toreo termina. El toreo se le mete por las venas y cuando las flores de su genio mandan, destaca con oficio en las suertes de la lidia como buen peón que sabe correr toros y brillar con buen estilo de banderillero. Siempre quiso ser torero de los que visten de plata o azabache, no pretendió más. En lo suyo se sentía bien, era considerado de los buenos y como persona muy apreciada en los cosos maestrantes de Ronda la Vieja y de la Sevilla hispalense, como en la Villa y Corte de los madriles, se apreció su toreo, y por descontado en Cádiz, Jerez y los Puertos. No aspiró a más pues dijo como la copla:

“Que todos estamos “marcaos”

por el hierro de la vida

cómo se marca el “ganao”.


Confesaba a sus cabales: “Ante el toro me entra una fuerza en el cuerpo que parezco otra persona”. Tenía poder y sabiduría. Allá por el año 1869 y varios después, perteneció a la cuadrilla del diestro algecireño José Lara “Chicorro". Nunca perdió el compás, acertó a estar donde tenía que estar, sin estorbar; detalle de buen torero. Esto lo define todo. Aunque supo ser un profesional completo del toreo, no quiso complicaciones, al igual que la copla dice de Curro Frijones:

“Que yo soy Curro Frijones

y no me caso con la Farota

pa’ no echarme obligaciones.


José Villegas Perea “Potoco”.-

Nace en Cádiz, el 21 de mayo de 1868. Hijo del banderillero gitano Sebastián Villegas “El Chano”, hermano del novillero Juan Villegas “El Loco", y cuñado también del novillero, Manuel Díaz “Agualimpia”.



Los comienzos de su vida profesional fueron casi exactos a los de todos los que sueñan con ser toreros. Los padres de José deciden que su hijo se dedique a labrarse un porvenir por medio de los libros, proporcionándole la debida instrucción, y haciendo todo lo necesariamente posible para favorecer su educación. El chico, por su parte, se muestra obediente, en apariencia, a las exigencias de sus progenitores y apenas se presenta la ocasión, los libros y los buenos consejos los echa hacia un lado, y los sustituye por el capotillo brega. Estudia a ratos y torea a todas horas la reses bravas que esperan en los corrales del matadero destinadas al consumo humano.

La situación se presenta complicada por lo que el muchacho no tardaría en plantearse formalmente el problema. Sorprendido infraganti, Potoco cantó de plano, y confesó a su familia que el toreo era su ilusión y que a él deseaba entregarse de lleno. Dieciséis años tenía José cuando harto de andar toreando por los pueblos decide salir a torear a la plaza de la ciudad que le vio nacer. Pretender que le dejaran torear, de buenas a primeras, era una necedad. Hacía falta tener una buena recomendación para que le dejaran actuar, sin más. Pero, como al que le duele la muela es a quien se la sacan, su imaginación, después de meditarlo un tiempo, le dio resuelto el problema. Era el año 1886. En los carteles anunciaban una gran corrida en la que se estoquearían seis astados de la divisa de Esteban Hernández para los espadas Manuel Hermosilla y Juan Ruiz “Lagartija", con sus correspondientes cuadrillas. Ese día Potoco, sabe Dios como, aparece en puertas de cuadrillas vestido de luces entre los citados diestros, por lo que fue interrogado por los espadas, a lo que con total aplomo les responde: “salgo por la empresa…” Se cuenta, que anteriormente también fue preguntado por el empresario y Potoco con toda tranquilidad del mundo le respondió, que salía “por favor de los espadas…” habría que imaginarse la sorpresa cuando el muchacho cogió las banderillas, con las que pareó a un toro de manera brillante, tan superior par puso, que el público puesto en pie, le dedicó una estruendosa ovación, cubriendo de sombreros y cigarros el ruedo de la plaza. Finalizada la corrida vinieron los lances cómicos entre el empresario y los espadas: “Os digo que yo no lo he sacado…” “Ni nosotros tampoco…”


Los toros dan y quitan.

De tal suceso arranca la vida torera para Potoco. Cumplidas sus ilusiones ya es un destacado novillero, y demuestra que sabe hacer el toreo con el sello que lo acuñan los calés. Estilo desmayado, como desganado, entre el gozo y la tristeza… de hondo y puro sentimiento. Se admira su toreo gusta la manera de hacerlo y alcanza la fama que tiene eco en otras plazas especialmente en Andalucía, donde le reclaman para torear. Vistas sus excelentes condiciones torea en Cádiz con todos cuántos espadas se presentan y tales fueron sus progresos que 1888, ingresa en la cuadrilla de su paisano “El Marinero", con quién permanece hasta 1890, que pasa a estar bajo las órdenes del diestro Manuel Hermosilla. Todo el año 1891 toreo con gran éxito en infinitas plazas y en 1882 sale de su ciudad natal en compañía de su hermano Juan, para cruzar el Atlántico, con ganas de adquirir fama y medios suficientes para proporcionar atenciones y bienestar a su familia. No le fue esquiva la suerte, ya que en poco tiempo toreó en la Habana, Guatemala y Caracas alrededor de veinticinco festejos, que fueron otros tantos triunfos. Además, actuó en Perú y México. Por entonces Cuba y España se encontraban en guerra. En México “Potoco” torea seis reses bravas a beneficio de los soldados españoles heridos en la referida contienda. Cuando había estoqueado cinco toros, la muerte del sexto se la brinda al cónsul español en el país azteca. El gitano ingenuamente, en la dedicatoria le dice: “Señor cónsul, brindo por España, por México y porque termine pronto esa guerra de Cuba que nos está aniquilando". Por aquellas palabras, inmediatamente le detuvieron y le encarcelaron con toda su cuadrilla durante seis días, y hubo de pagar una multa de cincuenta pesos. Al bueno de Potoco, le sorprendió lo sucedido y sintió vergüenza por la actitud del cónsul que no hizo nada por liberarles. A su regreso a la madre patria, se dedica por entero a torear, nada de libros, y acepta todo género de contratos probando así que lo que él quería era torear mucho para perfeccionarse.


Muerte de Jose Villegas Cordero

Alterno con los novilleros de más fama: “Litri”, “Faico”, “Gorete”, “Quinito”, “Bombita”, “Rebujina”, “Villita”, “Carrillo” y otros varios, en la mayoría de las plazas de España, añadiendo a la lista Sevilla y Madrid dónde debutó cobrando quince duros, matando cuatro toros alternando con “Maera” y “Bebe Chico”. Tomó la alternativa en Cádiz el 29 de julio del 1900, de manos de Luís Mazzantini, con Antonio Montes de testigo y toros de Peñalver, no llegando a confirmarla en Madrid. Cuando se aleja de los ruedos, después de volver a las filas novilleriles, vive en Cádiz, hasta el 29 de noviembre de 1927, que fallece. Su fama no alcanzó cotas más altas por las largas ausencias de Madrid, debido a sus viajes para torear en América.

En una entrevista concedida al periódico “La Lidia" y publicada en el número 451, de fecha 11 de octubre de 1927, con relación a su apodo, decía lo siguiente: “Nosotros teníamos una criada gallega que bautizó a mi hermano, también torero, con el apodo de “El Loco", y a mí con el de Potoco; esto de Potoco como usted verá, tiene cierta originalidad; a mí me gustaba de niño a tocar el pito y daba las grandes murgas, por lo que me regañaba la gallega, diciéndome que no tocara más, y como yo era niño y además el hijo del amo, le contestaba: No me da la gana; po toco y po toco, y así fuí bautizado en mi niñez, hasta que fui mayor, siendo Potoco, y así moriré.


potoco y cuadrilla

Juan Villegas Perea “El Loco”.-

En la vega de Granada, regada por el Genil, vino al mundo el churumbel Juan Villegas Perea que andando el tiempo le pondrían el apodo de “El Loco", hijo y sobrino de toreros hecho un manojo de gracia y donaire, sigue la senda taurina predominante en la familia. Rompe a torear, y en mayo de 1888 se presenta como novillero en la plaza de Madrid. Su circunstancia profesional le marcan luces y sombras. Decide, en el 1888 y en 1889, marchar a América, formando en la cuadrilla del Juan Ruiz “Lagartija", para torear en Montevideo y otros cosos americanos. En ocasiones alterna con su hermano José para matar novillos. En su ‘claroscuro’ torero, vuelve a los ruedos ibéricos y, de nuevo, retorna a tierras americanas buscando otro clima más favorable para terminar avecindándose definitivamente en México y no pensar nunca más regresar. Y como no tenía hijo, ni esposa ni perrito que le ladrara, se refugió en el país azteca hasta el final de sus días.

En mitad del olivar

le daba gritos al cielo,

el cielo sin contestar

era un loco que gritaba

en medio de un olivar.


Continuará….


Antonio Rodríguez Salido. –
                                        Compositor y letrista.

Escalera del Éxito 176.-



José Luis Cuevas

Montaje y Editor

Escalera del Éxito 254




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