Al respecto de mi enfatización al respecto de que, la gran mayoría de los toreros actuales, todos aquellos que llevan cuatro o cinco lustros en plena actividad, todos deberían de marcharse a sus casas para dejar paso a los jóvenes. Sobre este asunto me han llegado discrepancias de aficionados que, estando en su derecho acepto y, por supuesto, lo voy a analizar para que no quede la más mínima duda. No soy partidista de nadie y el que haga las cosas como Dios manda siempre tendrá mi aplauso, hasta dije un día que, un torero como El Fandi, con esas piernas de oro que Dios le ha dado, solo por eso, sigue en activo.
Es cierto que, más de un aficionado me ha puesto sobre la mesa mi silencio sobre Finito de Córdoba respecto a este diestro al que nunca mandé a su casa. “Finito, el que usted nunca ha recriminado lleva más de treinta años como matador y usted nunca la ha censurado ni le ha pedido que se retire”
En los toros, como en la vida, no podemos meter a todos en el mismo saco porque siempre encontraremos diferencias notables que nos harán cambiar de opinión. Si de toros hablamos, lo que yo siempre critico es a todos aquellos que llevan cinco lustros copando todos los carteles y no dejando paso a los jóvenes, eso me parece un atropello en toda regla. Y lo digo convencido porque en ninguna época del toreo, salvo en la actual, los toreros han resistido tanto años en el escalafón. Y lo hacen porque dada la bondad de los bovinos a lidiar, se puede estar mil años en activo. Lo digo porque, entre otras cosas, antes los toreros daban el pase de pecho para poder tomarse un respiro ante la agresividad del toro; ahora ocurre todo lo contrario, el torero le pega muchos pases de pecho al enemigo para que descanse y no se venga abajo. La diferencia es ostensible ¿verdad?
Hecho este inciso, explico ahora lo de Finito, un diestro al que no tengo el gusto de conocer pero sí el placer de admirar. Juan Serrano suma treinta y dos temporadas como matador de toros pero, con la salvedad de no molestar a nadie, algo que lleva haciendo varios años y, las pocas veces que actúa lo hace para enseñar el toreo a sus compañeros, para que sientan el placer en sus almas al contemplar el toreo bello y eterno del diestro cordobés. Digamos que, Finito es un enamorado de su profesión pero un enemigo de la mercadotecnia actual puesto que, las pocas veces que actúa lo hace “gratis”; o sea que, por no pedir, ni dinero pide. Y es lógico ante un hombre que tiene resuelta su vida pero, esa pasión por el toreo le aboca a formar parte en algunos carteles esporádicos que le llaman algunos empresarios amigos para que luzca el cartel que han programado pero, a sabiendas de que el dinero será el justo o quizás mucho menos.
Esa es la diferencia por la que jamás mandaré a Finito a su casa, se irá cuando él lo crea oportuno pero, la gran verdad es la que he expuesto; ni molesta, ni exige, ni presiona, ni recrimina nada a ningún compañero; todo en él es puro romanticismo. Tras expuesto y dicho las pruebas son elocuentes. Y, su faceta más bella, además de sus múltiples virtudes, no es otra que torear por placer, sin ánimo de lucro y, con la salvedad de indultar algún que otro toro como ha sucedido en los dos últimos años.
Si lo que pretendemos los aficionados es embriagarnos con el arte, Finito de Córdoba es el mejor baluarte que tenemos, el que debemos de conservar aunque sea para, de vez en cuando, extasiarnos hasta el alma con su toreo tan puro como inenarrable. Ya quisiéramos decir lo mismo de Juan Mora que, por su excelso arte, como hace Finito, debería de tener cabida en algún que otro cartel para engrandecer la fiesta. Cuando un hombre no compite contra nadie, ni resta puestos a los compañeros que lo necesitan, siempre será una bendición saberle en activo. Algo muy distinto podría ser el caso de Antonio Ferrera que, con más cinco lustros en activo todavía anda mendigando festejos al precio que fuere, todo ello para seguir en candelero y, lo que es más grave, quitar puestos a los chavales jóvenes que tanto lo necesitan. La diferencia creo que es notable ¿verdad? Queda aclarado el asunto, digamos que está visto para sentencia.
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