RECORDANDO AL MAESTRO ANTOÑETE
El torero del mechón de plata
Próximo a cumplirse el noveno año del fallecimiento, (22-10-2011) de uno de los más grandes toreros del siglo XX, Antonio Chenel “Antoñete”, es el momento de rendirle homenaje de admiración y respeto a su memoria y recordarlo por lo buen torero que fue y las penurias que pasó, para conseguir llegar a ser una primera figura del toreo de todos los tiempos.
Dicen, los que de esto más saben, que ser torero es un milagro, llegar a figura es prácticamente imposible y que ganarse la calificación de maestro es como hablar directamente con Dios. Antoñete, además de todo esto llegó a ser, torero de Madrid, torero de aficionados y torero de toreros.
Antonio Chenel Albadalejo había nacido en Madrid el 24 de junio del 1932 falleciendo a la edad de los 79 años en el hospital madrileño de Puerta de Hierro de Majadahonda, a causa de una afección pulmonar, poniendo así punto final a una vida en la que en el toreo fue el eje fundamental.
Hijo de monosabio, creció en la dureza de la posguerra descubriendo el toreo, a la edad de 8 años cuando le llevan a vivir, con toda su familia, a la plaza de toros de las Ventas donde vivía su hermana Carmen casada con Francisco Parejo, que ejercía de mayoral en la monumental madrileña.
En los primeros años de aquella década de los 40, ofrecen en las Ventas la presentación de novilleros tales como: Luís Miguel, Parrita, Pepín Martín Vázquez o Manolo González. El pequeño “Toñete” escondido tras las tablas de una de aquellas puertas del coso que dan acceso a la arena, abre los ojos asombrado y hace acopio de fondo y forma, de apostura y gestos.
Crece su afición, y esto hace que se escape de casa con cierta frecuencia, para ir a torear a los pueblos vecinos de donde vuelve molido a golpes y con algún que otro hueso roto. Su padre, sabedor de las andanzas de su hijo, se ve obligado a hablar con su yerno Paco Parejo para que sea él quien le cuide y le guíe en la difícil tarea de ser torero.
Pronto su tutor, decide ponerlo en Madrid en la primera nocturna de aquél verano de 1946, en la parte seria del Bombero Torero.
En el invierno del año 1950, don Pedro Balañá empresario de la plaza de toros de Barcelona, le ve en Campo cerrado, ganadería de Atanasio Fernández, y queda gratamente sorprendido de las maneras de torear del muchacho, y le propone a Parejo presentarlo en Barcelona con picadores al año siguiente.
Los éxitos de aquellos años forja el sueño del diestro, que va tomando cuerpo hasta llegar al doctorado, (Castellón 8 de marzo de 1953, padrino Julio Aparicio, testigo Pedro Martínez Pedrés, ganado de Curro Chica). Tras varias corridas de éxitos desiguales, torea en Toledo cortando dos orejas y confirma en Madrid el 13 de mayo de ese mismo año, de manos de Rafael Ortega, testigo Julio Aparicio y reses de Alípio Pérez Tabernero.
Toda su juventud y su madurez están unidas a esta plaza, a su plaza, en la que escribiera los más grandes e importantes capítulos de su larga carrera. Más tarde, su vida profesional, una de las más apasionantes de la historia del toreo, da un cambio significativo. De estar en la cima del toreo, pasa a ser uno más de los que sufren los sinsabores y las penurias de la fiesta.
Brujo y sabio, golfillo y mujeriego. Decía: que los cinco pecados capitales que se habían permitido las grandes figuras del toreo en toda su historia eran: “Torear, amar, fumar, jugar y beber”. Cinco verbos que él supo conjugar y combinar a su manera, dado su comportamiento disoluto. A finales de los años 50 y principios de los 60, Antonio Chenel era un torero casi marginal. Sin contratos, sin un duro, y lo que era peor para él, sin tabaco.
Los empresarios se habían olvidado de su nombre. Doce años ya, desde que ingresara en el escalafón de matadores y su carrera profesional no estaba aun definida. Su cabeza se le llenó de dudas. No encontraba ninguna salida. Entonces le viene la idea de hacerse banderillero. Y su cuñado le propone, hablar primero con la empresa de Madrid, para que matara una corrida de Félix Cameno que tenía encerrada en los corrales de la plaza, próxima a ser lidiada. De esta manera le llega otra nueva oportunidad, y el día 8 de agosto del 1965 “Antoñete” hace el paseíllo formando terna con “El Estudiante” y un mancheguito de nombre Pepe Osuna que confirmó ese mismo día.
Corrida que supone su salvación, al tener la suerte de que le toque en cuarto lugar el toro “Florido” al que le corta las dos orejas. Aquél día en las Ventas, Chenel estuvo inmenso. El triunfo le sirvió para que el empresario don Livinio Stuyck le firmara varias corridas para esa misma temporada y el compromiso de contratarle para la feria de San Isidro del año siguiente.
En el serial Isidril de aquél año 1966, ante los toros de José Luís Osborne, “Antoñete” se anuncia con Victoriano Valencia y Fermín Murillo como compañeros de terna.
Tarde memorable que marcaría para siempre la carrera profesional de Antonio Chenel “Antoñete", al ejecutarle una grandiosa faena a “Atrevido” el toro alunarado, al que todos llaman el toro blanco de Osborne. Faena inmensa, que le vale para torear la corrida de la Beneficencia y la de la Prensa, en la que corta cuatro orejas proclamándose ganador de la Oreja de Oro. Ya está “Antoñete” otra vez arriba, pero la década de los 70 le devuelve de nuevo al ostracismo.
Ante tan negra situación, Antonio decide marcharse a Hispanoamérica para ver si desde aquellas tierras, puede relanzar de nuevo su carrera profesional. Grandes y sonados triunfos logra en los ruedos americanos, por lo que decide, con ánimos renovados, volver a España a principios de la temporada 1981.
La empresa de Madrid le espera y le firma un contrato para torear una corrida junto al sevillano Manolo Vázquez, en la que obtiene otro éxito rotundo, que le lleva de nuevo a las grandes ferias y a los carteles de lujo. Fueron años magníficos, en los que al público, le ofrece el decálogo de su mejor toreo.
En 1988, escaso de forma física para ejercer su profundo toreo, llega a la feria de Bilbao, y tras brindar la muerte del toro “Montón” a su apoderado Manolo Chopera, éste le corta la coleta.
Retirado de la profesión, el periodista Manolo Molés le convence para que a su lado comente aspectos técnicos de las corridas de toros. Todos los aficionados hemos tenido la oportunidad de disfrutar de su sabiduría, a través de las retransmisiones taurinas.
Pasados unos años, compró una finquita en la sierra madrileña de Valdemorillo, “Las Laderas”. Allí, pasaba la mayoría de su tiempo dándole de comer en la mano a “Romerito”, un semental de su ganadería, (encaste murube, regalo de su amigo Niño de la Capea”.
Dentro del caserío, siguen colgadas las cabezas de aquellos toros con los que cosechó los más grandes triunfos de su vida: “Atrevido”, “Casablanca”, “Espontáneo”, “Gondolero”, “Danzarín”, “Caracol”, “Cantinero”, “Agitado”… todos ellos, desorejados por partida doble.
Descanse por siempre en paz el MAESTRO.
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