miércoles, 10 de junio de 2020

EL TENDIDO DE LOS SASTRES 


En todas las actividades humanas existe un vocabulario específico que utilizan fundamentalmente aquellos que se dedican a ellas o quienes son aficionados, aunque no las ejerzan.
Es lógico pensar que quienes practican una determinada profesión o afición conocen muy bien el léxico propio, que no conocerán quienes se sientan ajenos a ella. Pero resulta que algunas palabras de estos repertorios han pasado al habla cotidiana y ya se utilizan fuera de las citadas actividades.
Hay un trabajo hecho por el profesor Francisco Reus Boyd Swan de la Universidad de Alicante con ayuda de Manuel Guil Bozal que han hecho una recopilación de los términos o expresiones que, con un origen estrictamente taurino, se siguen utilizando en las conversaciones diarias, por parte de una mayoría de personas. Quién o quiénes no han escuchado o han dicho, alguna vez, una de estas frases: ”A las primeras de cambio”; “A mí no me torea nadie”; “A toro pasado"; “Hasta el rabo todo es toro"; “Saltárselo a la torera"; “Al toro que es una mona"; “Armar el taco"; “Ponérselo por montera”; “Atarse los machos"; “Ver los toros desde la barrera"; “Hasta la bola"; “Cada toro tiene su lidia"; “Ciertos son los toros"; “Agarrar al toro por los cuernos"; “Cortarse la coleta”; “Crecerse al castigo", etc.

Una de estas frases o expresiones acuñadas y que su origen es menos conocido por una gran mayoría de aficionados y de las gentes que habitualmente la usan, es la locución que da título a este comentario: “El Tendido de los Sastres”.
Muchos se preguntaran, ¿de donde viene esta expresión mezcla de graderío descubierto en las plazas de toros y de persona que tiene el oficio de cortar y componer trajes? ¿Cuál es su procedencia?
Como todo conjunto de palabras que forman un sentido, tiene un significado al hilo de su frase, del mismo modo que muchos de los dichos que abundan en nuestro léxico son casi siempre referentes al tema en que tratamos y generalmente sentenciosos.
El tendido de los sastres no es que fuera uno de los tendidos de la plaza donde era ocupado en su mayoría por costureros, pero a la sombra de ella se formó. Recordar, pues, si lo habéis olvidado, y sabes otros, si por acaso lo ignoráis, que la antigua y vetusta plaza de toros, situada en la Puerta de Alcalá de Madrid, inaugurada en 1749, carecía de dependencias y hubo un tiempo en que “el taller de reparaciones” donde se consían las tripas de los caballos heridos se instalaba en pleno campo, fuera del recinto de la plaza de toros. Los servicios de corrales, caballerizas y carnicerías, así como la capilla o sala de toreros, no quedaban dentro de los muros de aquélla, sino fuera, y a una distancia de unos cincuenta metros. Aquello era un corral con un casucho, y a su puerta se apeaban los toreros para permanecer en la capilla o en la sala de ellos, hasta que los llamaban a la plaza, primero los clarines y después, la voz de un vejete a quién por el tuerto se le conocía, que con un soniquete especial gritaba ¡Qué tocan! 


Abríase entonces la puerta que por aquel lado daba acceso a la plaza, formábase allí mismo las cuadrillas, y el público de fuera gozaba del espectáculo de ver al de dentro, de oir el bullicio, de contemplar media plaza, y casi parte del paseíllo. La gente que no tenía la posibilidad de adquirir una localidad y que pululaba por allí, por los alrededores formando corro, se entretenían con ver las operaciones de cosido de las lesiones abiertas de los caballos.
De ahí vino el llamar a dicho punto el tendido de los sastres -definición taurómaca que recoge a todas aquellas personas que de “baracalofi", (gratis total), aupadas en un promontorio alto, por encima de los tejadillo de la grada y andanada, contemplaban la corrida y veían de “balde” la misma, gracias a un edificio colindante al coso taurino.
Desde esos lugares contiguos los aficionados imaginaban lo que ocurría en la lidia y discutían de la misma, teniendo como principales referencias las voces y los ruidos que el público espectador producía.
También en este emplazamiento se veía pasar a los toreros desde la capilla a la plaza y de este modo, sin haber estado en la corrida, podían conocer elementos tan importantes como el color de los trajes de los toreros, toros que habían recibido banderillas de fuego, colocación de la espada, apreciando la muerte que había llevado por el sitio que tenía marcada la estocada o toreros heridos, puesto que la enfermería tenía salida junto a la puerta de caballos.
El tendido de los sastres lo formaba dos pretiles a ambos lados de la puerta de arrastre, cuya empinada cuesta subían trabajosamente las mulillas al sacar los caballos y los toros muertos. La concurrencia al famoso “tendido” se agolpaban por ver el cadáver del cornúpeta, siguiéndole luego con gran algarada hasta la puerta del desolladero, contiguo a la caballerizas.
Después de volver las mulillas, y al abrir las puertas para su entrada, de nuevo, a la plaza, toda la gente se subía en lo alto de la cuestecita para ver al otro toro en el redondel; y los más arriesgados procuraban colarse entre los mulilleros, derrochando luego ingenio por los oscuros pasillos hasta alcanzar el tendido. No había tiempo para el aburrimiento. Se oía perfectamente el toque de clarín y el pasodoble de la salida de las cuadrillas. Enseguida empezaban los comentarios y las cábalas acerca de quién sería el triunfador. 



Si suenan aplausos, la corrida está saliendo buena y si por el contrario llegan los silbidos y las palmas de tango, hay aburrimiento y los “abonados" de aquel “tendido” se divierten jugando a tres en raya o al cara y cruz con algunas monedas y así pasaban la tarde.
¿Los alrededores de la plaza? ¡Una verdadera feria! Infinitos tenderetes de tiro al blanco; numerosas ruletas con vistosos colorines; aguaderos ambulantes con refrescos de todo tipo y al alcance de todas las fortunas: echadores de cartas que hacen milagros y adivinan el futuro.
Hoy todavía, en algunas plazas de pueblos o portátiles, se pueden ver a algunos aficionados que desde sus balcones o ventanas aciertan a ver una corrida de toros sin obstáculo ninguno, por la topografía del terreno, al ser estos miradores más altos que las gradas que cubren la plaza. Fue mi caso también. En mis tiempos de jovencito fui igualmente “sastrecillo". En el edificio colindante al coso de los Tejares, donde estaban las puertas de entrada y salida a la plaza y taquillas de sol, subía las escaleras de aquella casa hasta su azotea y de ella misma, saltaba al tejadillo de la plaza de toros, y tendido sobre el caballete, desde allí, ví varias corridas completamente gratis, entre ellas la alternativa de José María Martorell hasta que, los vecinos se dieron cuenta y ya cerraban con llave la puerta de acceso a mi incómoda y peligrosa “atalaya”.
No obstante y a pesar de los tiempos, estos espectadores se les pueden caracterizar a los primitivos aficionados al que el ingenio popular bautizó con el gráfico apelativo de “el tendido de los sastres”.


                                     
Antonio Rodríguez Salido.-
Compositor y letrista.-

Escalera del Éxito 176.-



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